16D
El auto de Connor estacionó frente al edificio de Caleb. Volteó a mirarme y yo le sonreí nerviosa. Me había pasado su dirección unos minutos atrás, cuando me di cuenta que realmente no sabía cómo indicarle a mi amigo el camino.
—Vas a hacerlo bien —me dio alientos, apoyando sus manos en mis hombros— sólo intenta no romper ninguna vajilla, estás hermosa.
Dejé pasar el comentario en medio -ya que me lo decía porque en casa había roto un vaso luego de comer el sushi- y le sonreí, mientras lo abrazaba.
—Gracias —susurré— espero no romper nada, en serio, sería vergonzoso.
—No lo harás, confío en ti —dijo riendo y asentí.
—Entonces yo confío en mí —bromeé y abrí la puerta.
—Cualquier cosa me llamas —anticipó y asentí.
—Tenlo por seguro —afirmé— gracias —repetí y me guiñó un ojo.
Crucé la calle y caminé dentro del vestíbulo, para luego dirigirme al ascensor. Tenía que ir al cuarto piso y Caleb me había enviado un mensaje recordándome que su departamento era el 16D, por lo que, al llegar al piso, caminé con un poco de inseguridad por el pasillo. Me enfrenté a la puerta y, antes de acobardarme, toqué dos veces. Oí unos pasos adentro, y a los pocos segundos, Caleb me estaba abriendo la puerta con una sonrisa. Llevaba una camisa blanca y unos jeans negros. Se veía tremendamente hermoso.
—¿Aquí es el departamento del profesor Mitchell? —bromeé para liberar mi tensión, apoyándome en el marco de la puerta, Caleb sonrió.
—Creo que soy yo —me siguió el chiste.
—Hm... creo que no, me parece recordar que era guapo —le dije, intentando no reír.
—¡Eh! —exclamó riendo y yo también reí. Me acerqué a él y lo tomé del cuello de su camisa delicadamente.
—Estás terriblemente lindo —admití, poniéndome de puntitas y le di un corto beso en la mejilla.
—Tú estás hermosa —me contestó, poniendo sus manos en mi cintura, y besando mis labios.
Agudicé mi olfato, y sentí un aroma riquísimo.
—Huele muy bien —admití cuando terminamos el beso.
—¡Ah!, ven, la comida ya está lista —dijo, tomándome de la mano y llevándome hacia el living. En la mesa de café, había dos platos, copas, los cubiertos y unas dos o tres velas. A sus lados había unos cojines en los que deduje que nos sentaríamos.
—Está todo muy hermoso —admití, abrazando su brazo— ¿Has cocinado tú? —pregunté, mirándolo.
—Sí... soy un experto en la cocina —bromeó reí.
—Hm, ya quiero probar eso —sonreí.
—Ve a sentarte, yo nos serviré —me pidió, tomando los platos y dirigiéndose a la cocina.
Le hice caso y me senté en uno de los cojines color turquesa. Caleb volvió con dos platos de lasaña y le sonreí. Se sentó a mi lado, colocando los platos en la mesa, y sacó debajo de ella un recipiente que tenía hielo y una botella de vino.
—¿Gusta, señorita? —preguntó, levantando la botella. Pude leer Nebbiolo en su etiqueta.
—Temo ser menor de edad y no poder ingerir alcohol —dije riendo. Esperaba que no sacara a flote haberme encontrado, ebria, en el medio de la calle hacía unos días.
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Mi Deseable Perdición ✓
Romance¿Quién diría que el único hombre que llamaría la atención de Zhavia terminaría siendo su profesor de Literatura? Advertencia: escribí este libro con 13 años y requiere edición