04. Confesiones dudosas

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Confesiones dudosas



Cuando llegué a la cafetería noté que tenía la respiración completamente agitada por lo mucho que había corrido -sumado a lo que había sucedido en el salón de clases unos minutos atrás-. El comportamiento del profesor no sólo me había tomado desprevenida, sino que también me hacía sospechar que él sabía quién era, y qué había ocurrido entre los dos. Luego de aquello, me había obligado a tomar el camino largo para ir a comer, pasando por los jardines e intentando obtener un poco de oxígeno en el trayecto.

Mis amigas me observaron levantando una ceja mientras me sentaba en la silla frente a ellas, sin embargo, volvieron a concentrarse en sus comidas, no comentando nada, por lo que supuse que seguramente estaban deduciendo -erróneamente- que solamente me encontraba en ese estado porque estaba demasiado enamorada del profesor y no quería admitirlo.

Las miré a ambas, preguntándome si realmente estuvieron tan borrachas en la fiesta como para no notar que el sujeto con el que desaparecí resultó ser nuestro profesor.

—Entonces, hay fiesta el fin de semana y obviamente estamos invitadas —comenzó Jane— por lo que deberíamos ver cómo es que iremos y qué usaremos.

—El cómo iremos supongo que le resolveremos al hablar con nuestros padres, ahora, ¿cómo iremos vestidas?, sinceramente no lo sé, yo tal vez vaya a comprar algo porque no tengo nada para usar —comentó Sam.

—Yo tampoco —me uní— pero seguro encuentro algo por allí, ¿no?

—Seguro —asintió Jane— ¿Piensan ir de pantalón largo o de falda?

—Probablemente vaya de falda —suspiré— pero no estoy segura.

—Cuando lleguen a casa envíenme foto de sus opciones para usar, quiero saber si puedo rescatar algo de lo que ya tengo en el armario —pidió Sam.

Al sonar el timbre, me despedí de mis amigas porque tenía arte, asignatura que no compartía con ellas, ya que habían optado por otras cosas.

En parte agradecía eso, porque pintar era algo demasiado personal para mí, y no me imaginaba compartiendo aquello con mis amigas. No era egoísta, solamente me gustaba concentrarme en el taller y sabía que no lo lograría con las chicas allí.

La profesora llegó y nos sonrió a todos los presentes. Finalmente indicó que, como era la primera semana de clases, dejaría el tema de la pintura libre, permitiéndonos explayarnos lo que sea que quisiéramos con nuestra imaginación.

Sonreí ante ello y comencé a hacer un autorretrato en acuarelas de colores fríos. No era para nada narcisista, solamente tenía la cabeza en blanco y decidí pintar algo que conocía bastante bien: mi rostro.

A los pocos minutos la profesora se me acercó y apoyó una mano en mi hombro.

—Hola, Zhavia —me saludó en tono alegre.

—Hola, profesora —le contesté con una sonrisa. Mantenía una buena relación con ella por el simple hecho de compartir una pasión.

—Me alegra volver a tenerte en clases —susurró, acercándose a mi oído— la semana que viene quiero comentarte acerca una cosa —terminó en un tono confidencial, y se alejó.

Fruncí el ceño pensando en qué podía llegar a decirme y por qué no quería hacerlo en el momento, sin embargo, decidí no darle más vueltas al asunto cuando unos ojos un poco azulados llegaron a mi mente quedé un poco pasmada recordando al profesor Mitchell. Sacudí mi cabeza un par de veces como si eso me ayudara a quitar mis pensamientos, pintando el rostro en el lienzo del mismo color de los orbes que estaban inundando mi mente.

Mi Deseable Perdición ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora