52. Nunca dejé de quererte

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Nunca dejé de quererte

La llegada del día diecisiete de enero no sólo significaba que ese mismo día se cumplían dos semanas exactas de la muerte de los padres de Caleb... también significaba que mi chico cumplía ya sus veinticinco años.

Me estremecía al reconocer la situación del chico. Probablemente aquel era el peor cumpleaños que el pobre tendría en toda su vida. Hacía tan sólo quince días había perdido a sus padres.

Ese día me levanté temprano porque aquella semana habíamos vuelto a las clases y debía prepararme para asistir al colegio (estábamos a jueves). 

Evidentemente, a Caleb le habían dado unas semanas libres para que pudiera acomodar su situación, tanto sentimental como  familiar ya que Emma y Morgan se estaban quedando con sus abuelos en Schaumburg, y él estaba en Chicago porque de todas formas tenía trámites que hacer. Eso no impedía que todas las tardes emprendiera un viaje de una hora para estar con sus hermanas hasta el anochecer.

Aquella mañana estaba muy fría y realmente no tenía ganas de hacer mucho más que de ver a Caleb, cosa que mi padres obviamente me habían permitido... aún continuaba resultando extraño para mí el hecho de que se hubieran familiarizado tan rápido con la idea de que mi profesor fuese mi novio, tal vez se debía a las circunstancias. Mis progenitores eran seres muy empáticos y estoy segura de que no deseaban poner un peso más en la espalda de Caleb.

Rápidamente me vestí, porque, a pesar de la calefacción central, el sentimiento de tener frío no abandonaba para nada mi cuerpo, por lo que la camiseta, el suéter y la campera que me puse no se sintieron para nada exagerados -aun sabiendo que encima de esa campera colocaría otra-.

Desayuné un vaso de jugo bien colmado y tres tostadas con mantequilla. Por la hora podía deducir que mi padre ya había ido al trabajo y que mi madre había salido a hacer unos trámites. Me reprendí por haber ignorado las tres alarmas que había programado y haberme levantado a la última, porque eso significaba que no iba a poder despedirme de mis padres, les había comentado que tal vez no volvería hasta el próximo día -comentario por el que levantaron las cejas, descreídos, pero lo dejaron pasar cuando comprendieron la situación-.

Salí de casa, cerrando la puerta con llave, y caminé el kilómetro que me separaba de mi colegio, con el aire frío golpeándome las mejillas. Este sería mi último semestre, y no sabía muy bien qué tanto me afectaba eso, de todas formas, realmente dolía saber que no vería tan seguido a todos mis compañeros, a veces eran insoportables, pero los había querido desde el primer día, a cada uno de ellos.

Al llegar a la escuela, mi rostro estaba congelado por el ambiente, y mis mejillas tomaron temperatura gracias a la calefacción del establecimiento, bendito sea.

Para ese entonces, mis amigos ya sabían lo que sucedía, Ben se había enterado de Caleb a los dos días de lo sucedido con sus padres, al igual que Adam, así que no habían más secretos en mi grupo, cosa que me relajaba en gran medida.

Estos dos que nombré estaban juntos, riendo cerca de la entrada, por lo que me alineé a ellos. Ben parecía avergonzado por algo que Adam decía.

—Hola —los saludé y me sonrieron. Ben pasó su brazo por mis hombros y me pegó a él. Agradecí eso porque me hizo entrar aún más en calor. Pegué mi cabeza a su pecho.

—Buenos días —me contestaron, ambos sonrientes.

—¿De qué tanto reían? —pregunté y ambos se miraron.

—Nada realmente importante —Adam se encogió de hombros— ¿Hoy irás a ver a ya sabes quién, verdad? —preguntó y asentí. Amaba que mi amigo supiese condicionarse al lugar en el que estábamos y pudiese omitir su nombre. Sam y Jane de vez en cuando lo decían como si realmente Caleb no trabajase como profesor en el establecimiento.

Mi Deseable Perdición ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora