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Me llevó a la cama, comenzó a quitarme los pantalones. Vio mi ropa interior de patitas.

—Serás virgen a los cuarenta si sigues usando esa ropa interior —dijo.

—Deberías hacer un diplomado acerca de cómo deben verse las mujeres para tener sexo.

—Que buena idea —dijo.

Me quitó el sweater, se encontró con mi blusa de gatitos.

Comenzó a desabotonarla, sus manos temblaban un poco.

—¿Por qué me quitas la ropa? —le pregunté, susurrando.

—Porque no tengo otras chances para hacerlo más que cuando estás ebria —rió.

—Eso es una especie de abuso —le dije.

Él se detuvo un segundo

—Siento lo que dije el otro día —seguí.

—Yo siento que hayas visto lo que viste, prometo ser más cuidadoso.

—No me debes explicaciones ni nada.

—Sé que te gusto —dijo.

Acabó de desabotonar mi blusa, estaba entreabierta.

—Y yo sé que te gusto —le respondí—, pero te complicas demasiado con el hecho de que eres promiscuo y que existe Tim.

—¿Y qué quieres que hagamos? Nos gustamos, somos diferentes, no podemos estar juntos.

—¿Qué es lo que realmente tú quieres? —le pregunté.

Tragó saliva.

—Pues, nunca he deseado más algo que... tú. Eres distinta a lo que estoy acostumbrado, eres amable, respondona, eres graciosa e ingeniosa, además, cometes fechorías al cubrir este cuerpo tuyo.

—No tengo otro cuerpo —le dije.

—¿Realmente estás poniéndome atención?

Estaba agachado frente a mí, me miraba y yo a él.

—Sí —dije.

—Tienes un cuerpo muy bonito, y tus ojos son preciosos, además, una de las cosas más eróticas que me ha tocado vivir fue cuando te quité el vestido rojo, y créeme que he tenido muchas experiencias de ese tipo.

—Porque te parezco inalcanzable, pero ¿Qué hay si un día dejo de serlo? ¿Dejarás de estar interesado?

—No lo sé —dijo.

Me colocó el pijama, me recosté en la cama.

Él me besó la frente, y se fue.

Por la mañana, desperté, me duché, preparé mis cosas y bajé a desayunar, estaba teniendo una resaca terrible.

Alex, Danna, Tim y Teresa estaban en la cocina desayunando.

Teresa me dio desayuno, y una píldora para el dolor de cabeza. Comí sin decir nada, y luego fui a buscar mi bici.

Cuando iba a tres calles de casa, comenzó a llover. Lo que me faltaba.

Llegué a estar media empapada cuando ya iba a mitad de camino, vi el auto de Alex pasar por mi lado.

Él bajó el vidrio.

—¿Te llevo? —preguntó.

—¿Qué hago con la bici?

Aparcó a un lado de la calle, me acerqué con precaución de que nadie me atropellara, él subió la bici en el asiento de atrás, teníamos problemas para entrarlo, pero lo logramos.

Me llevó hasta su casa, dejamos mi bici allí.

Hacía un montón de frío.

Alex me hizo entrar, subimos las escaleras, y me llevó a su armario.

Abrió un cajón, tenía ropa de chica ahí.

—Es el cajón de los objetos perdidos —dijo.

—No me pondré ropa de chicas que... se han acostado contigo.

Rodó los ojos.

—Entonces puedes elegir algo de mi ropa, pero no te irás mojada, así como estás, puedes pescar un resfriado.

Se metió en su baño, trajo toallas. Me quité el sweater, que estaba todo mojado. La playera blanca traslucía mi brasier de corazones.

Me quité la playera también, me sequé con la toalla.

Alex evitaba mirarme.

—Ya lo has visto antes —dije.

—Lo sé, pero no quiero incomodarte.

Fui a su armario, saqué una de sus sudaderas. Era fucsia con hojas verdes y amarillas.

Cuando volví con Alex, le pregunté si estaba bien que usara esa.

—Sí, pero si la manchas, me enojaré —dijo.

Él también estaba algo mojado.

Dejé la sudadera de Alex encima, y me acerqué a secarle la nuca. Él se volteó, y me besó.

Lo besé de vuelta, tenía tantas ganas de hacerlo.

Sus labios se sentían bien. Lo solté.

Si Tim sabía, iba a matarnos.

Nos quedamos viendo.

—Pasaré a buscarte a la uni por la tarde —dijo—, no quiero que te mojes.

No podía creer que nos habíamos besado.

Me cubrí la boca con los dedos, él sonrió.

—Vámonos, o llegarás tarde.

Me coloqué la sudadera, y él me llevó a la uni, nuevamente todos veían su automóvil.

Le dije que salía a las cuatro, que no demorara tanto.

Acabé saliendo a las tres porque estaba lloviendo bastante, y él no me contestaba el teléfono, no podía irme sin avisarle, hacía un frío terrible.

Lo esperé debajo de una parada de buses, pero llegó a las cuatro, todo apurado.

—Vi tus llamadas perdidas, ¿Todo está bien? —preguntó cuando me subí.

—Salí a las tres —dije.

—Lo siento, estaba en un gimnasio subterráneo sin recepción.

—Descuida.

Estaba helando. Él encendió el aire.

—¿Quieres ver una peli? —preguntó.

—Sólo si puedo cubrirme con una manta —dije.

Movió los ojos para pensar en algo.

—Bien, vamos a mi casa, hay un montón de gente en casa de Tim ahora, Danna está grabando hoy.

—Le llamaré luego.

Llegamos a su casa, él no encontraba sus llaves y yo no tenía la copia. Fuimos a rodear el edificio, fuimos a las escaleras de emergencia, saltamos los muros y llegamos a su azotea. Estaba cerrado.

Me estaba congelando.

Ambos estábamos mojados, goteando.

Vi la ventana de su baño abierta, él era muy grande, pero yo sí cabía. Me subí a ella, me deslicé hacia dentro. Alex seguía mirando por el ventanal a ver qué podía hacer. Fui a abrirle luego de quitarme los zapatos, él me imitó.

—¿Cómo has entrado?

—Por el baño. 

La ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora