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—Y, entonces... ¿Cómo te sientes? —le pregunté.

—Bien, muy bien —dijo.

—¿Te ha dolido?

Al parecer fue una pregunta extraña.

—¿Qué cosa? —preguntó.

—Tener sexo conmigo, ¿Te ha dolido?

—No, Allie, a los hombres no les duele —dijo.

Sonrió realmente divertido.

—Pensé que sí te dolía, te quejabas bastante.

—Placer puro, Allie, las vírgenes son algo... apretadas por dentro... y es demasiado placentero.

—¿Habías estado con otra chica virgen antes?

Negó.

—Sólo zorras antes que tú —dijo.

—No deberías hablar así de las mujeres —lo regañé.

—Lo siento.

Me miró.

—¿Qué hay de ti? ¿Te ha dolido mucho?

—Un poco —dije.

Aunque el principio fue una especie de calvario pequeño.

—Al principio hasta lloraste un poco, ¿Estás segura? —preguntó.

Finalmente me animé a comer un poco.

—En realidad sí dolió mucho pero sólo al principio. Luego se sentía bien, y cuando parábamos un segundo y volvías a hacerlo se volvía molesto un rato.

—Te veías muy cansada —dijo—, pensé que ibas a dormir hasta mañana.

—Sí lo estaba, tenía mucho sueño.

—¿Qué hay de ahora?

—Ahora sólo me duele el cuerpo —dije.

—En conclusión... ¿Te ha gustado?

—Si pongo todo en una balanza, sí.

—¿Qué te ha gustado? —preguntó.

—Estar cerca de ti —le sonreí.

Él me dio una sonrisa torcida.

—Bueno, ¿Recuerdas que te dije que el otro día ha sido lo más erótico que me ha pasado?

Asentí.

—Con esto ha quedado en segundo lugar —dijo.

—¿No has perdido el interés?

Negó.

—¿Y ahora qué? —pregunté.

—¿Y ahora qué? —preguntó de vuelta.

—Pues, nunca había llegado tan lejos, así que no sé bien qué hacer ahora.

—Yo sí —dijo.

Fue a buscar mi mochila, me dio mis libros.

—Yo estaré arriba escribiendo algunas canciones —dijo.

—Dijiste que íbamos a ver una película, estafador —le dije—, pero bueno, vete.

Por suerte todas mis cosas estaban secas.

Comencé a leer un poco, a hacer un par de cálculos, pero no quería hacerlo. Él estaba tocando un piano con sonidos algo extraños, hacía ritmos.

Subí en silencio, quería ver su proceso creativo. Escribía en un cuaderno, y luego tecleaba, generando sonido.

De pronto se quedó quieto, con la mirada fija hacia el frente, dio vuelta la hoja del cuaderno, y comenzó a escribir un montón. Tachaba, escribía de nuevo.

La ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora