Miedos

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La mañana se hacia presente mostrando el cielo algo despejado. Un joven alto de cabellera negra, ojos azules y piel blanca, caminaba por los largos jardines de aquella gran mansión, siguiendo sus pasos hasta el chalet del patio trasero, donde aquella familia tenía a su invitado. A quien él, como médico particular, debía atender.

Siguió su curso hasta llegar al lugar, una vez allí tocó la puerta siendo bien recibido casi de inmediato por Lilia, la ama de llaves de esa familia.

—Te estaba esperando —saludó con aquello la mujer, dando paso al doctor para que este pudiera entrar, lo cual hizo de inmediato—. Ahora mismo esta dormido, parece ser que la fiebre ya bajó del todo pero aún así se ha rehusado a quitarse ese abrigo —señaló al medico refiriéndose a la prenda que el chico traía puesto.

El profesional comenzó a revisar los síntomas del joven, empezando por la temperatura de su frente y las manos, anotando todo en su libreta a la par que este comenzaba a despertar producto de las acciones que le realizaban.

El rubio se movía despacio mientras sus párpados se separaban. Al abrir los ojos con lentitud, por un momento creyó ver la silueta de Yuuri; se sintió algo calmado por eso, mas está comenzó a disiparse una vez que sus ojos se acostumbraron a la luz del día, por lo que ya viendo que en realidad quien estaba ahí no era el nipón, si no un completo desconocido, se incorporó de inmediato.

—No te asustes —soltó el mayor serenamente, mientras el rubio lo miraba algo confundido—. Creo que debo presentarme, mi nombre es Georgi Popovich y soy el medico particular de la familia Nikiforov, por lo que tu secreto esta a salvo conmigo —extendió la mano y tomó la del menor, para que este comenzara a mostrar confianza, lo que a Yuri se le hizo algo difícil.  

—Te dije que hoy te llevaría con el médico —intervino Lilia—, pero decidí que era mejor traerlo aquí. Toda la semana has tenido los mismos malestares, pero anoche fue mucho peor y realmente me preocupó que pudiera pasar algo malo —continuó mostrándose sincera, por lo que el menor rompió el silencio.

—No hay razón para alarmarse, estoy bien —dijo simplemente.

El médico lo observaba en silencio. Los síntomas y su estado anímico decían lo contrario de lo que el joven intentaba expresar y ciertamente aquello era algo preocupante. Mas no refutó y continuó con su labor.

—¿Has estado comiendo adecuadamente? —preguntó, mientras el rubio asintió. Era mentira, pero no deseaba tener atenciones que él creía innecesarias—, ¿has sufrido algún desmayo, tenido mareos, o nauseas? —prosiguió el mayor, obteniendo la misma respuesta. Eran cosas normales, son síntomas del embarazo después de todo—, ¿que hay de ese abrigo?, ¿de quien es? —ante la última pregunta ya no pudo fingir, por lo que involuntariamente se quedó quieto y callado por un breve momento.

Esa prenda era de Yuuri y se sentía patético, ridículo y débil por estar usándolo de ese modo; pero no podía evitarlo, la ansiedad era demasiado abrumadora, asfixiante, intensa, y ese abrigo era lo único que podía ayudarlo a sobrellevarla. Sin embargo aquello no era algo de lo que quisiera hablar con aquel par.

—Es mio — respondió al fin, no muy confiado.

El profesional no parecía convencido de aquello, mas no dijo nada una vez mas y se limitó a seguir con su trabajo, a la par que la mayor se colocaba su abrigo —¿a donde irás? —preguntó Yuri extrañado por aquella acción.

—Necesito encargarme de un asunto pendiente, tú te quedarás con Georgi hasta que regrese —dijo con seriedad la mujer, dejando al menor algo preocupado.

Si era sincero, no confiaba en nadie mas que ella en aquella casa, y le daba algo de miedo el quedarse el solo con ese hombre. Miró en dirección al médico, este al parecer era beta, al menos eso parecía,  pero aún así no estaba del todo cómodo con la idea.

El amor no tiene forma Donde viven las historias. Descúbrelo ahora