XIV

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-¡Mimi! - se abalanzó a abrazarla el gallego en cuanto abrió la puerta. - Pasa, pasa, por favor.

-Hola, Roi. - sonrió ella al entrar. - ¿Dónde está?

-En el salón con Cris. - dijo señalando con la cabeza. - Siento mucho haberte hecho venir, de verdad, pero es que estamos desesperados.

-Tranquilo, no pasa nada.

La escena que se encontró cuando entró donde su amigo le había indicado le partió el corazón en dos. Ana lloraba en el sofá como si estuviera completamente rota mientras que Cris trataba de tranquilizarla en vano, porque su llanto todavía se intensificaba más. En cuanto la del pelo rosa la vio la saludó con la cabeza como con alivio y ella se acercó hacia donde estaban, arodillandose frente a la canaria, que escondía la cara entre sus manos.

-Hola. - dijo bajito, dando un toquecito en su pierna.

La canaria no levantó la cabeza, pero reconoció su voz al instante.

-Mimi... - suspiró.

-Sí, soy yo. ¿Me miras, porfa? - le pidió, a lo que la otra chica solo negó con la cabeza. - Va, Ana, que soy yo.

Y con delicadeza apartó las manos de la canaria, descubriendo su rostro y haciendo que su mirada conectara con los ojos color café que tenía en frente, pudiendo leer en ellos lo rota que estaba la chica por dentro. En cuanto sus ojos se encontraron, se quedaron unos segundos así, estáticas diciéndose todo lo que se tenían que decir tan sólo con una mirada, sin abrir la boca en ningún momento. Entonces, Mimi abrió sus brazos para envolver a la canaria, que no tardó en lanzarse hacia ellos y esconder su cara en el cuello de la rubia mientras ella ponía una mano en su cabeza y apretaba con fuerza su cuerpo. Y pasó. Ana se rompió como hacía años que no se rompía, lloró como hacía años que no lo hacía. Porque por fin, después de años, estaba en casa. Por fin había vuelto a su hogar. Lo que le hizo llorar todavia más. Por haberla perdido, por haberla hecho sentir tan mal durante tanto tiempo, por haberle quitado su luz, por todo lo que le había dicho la noche anterior...

-Lo siento. - susurró contra el cuello de la granadina. - Lo siento, Mimi. Lo siento, lo siento, lo siento.

-Ana... - dijo tratando de separarla de su cuerpo para poder mirarla a los ojos, aunque sin éxito porque la morena se aferró a ella con más fuerza.

-Perdóname. - repitió. - Por favor, Mimi, perdoname.

Seguía llorando, cada vez con más fuerza y la granadina por fin consiguió separar sus cuerpos.

-Eh, Banana. - dijo buscando su mirada. - Mírame, porfi.

Pero Ana no podía reaccionar. Se había quedado anclada en aquel "Banana" que tanto odiaba pero tanto había echado de menos. Y entonces, cuando levantó la mirada se dio cuenta de que ella no era la única que estaba llorando ya que las lágrimas resbalaban sin descanso por las mejillas de la granadina.

- Ya está, ¿vale? - dijo bajito pasando con delicadeza sus pulgares por la cara de Ana, tratando de secar la humedad que había ahí.

-Estás llorando... - suspiró ella mirándola a los ojos. No quería hacerle daño y, como siempre, se lo había vuelto a hacer.

-Tú también. - sonrió triste la rubia.

-Lo siento...

-Tranquila, banana, no pasa nada, ¿sí? - la miró a los ojos y esta asintió, para volver a lanzarse hacia sus brazos.

-¿Por qué has venido, Mimi? - preguntó Ana cuando se separaron.

-Porque me han dicho que alguien estaba muy mal. - dijo refiriéndose a ella. - Y no me iba a quedar en casa durmiendo sabiendo que tú estabas así.

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