XVII

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El tiempo pasó rápidamente y, un mes después de aquel día, la relación de Ana y Mimi cada vez era mejor. Habían vuelto a quedar con frecuencia, la rubia cada vez se sentía más a gusto con su compañía y poco a poco iba recuperando la confianza en la otra chica, aunque sin olvidar lo que había pasado entre ellas. Una de las cosas que siempre había caracterizado a la rubia era la facilidad que tenía para perdonar y la rapidez con la que se le pasaban los enfados. Pero, sin embargo, lo que había pasado entre ambas jóvenes no era una pelea más, y había tenido muchas consecuencias en las vidas de ambas.

Su pasado seguía ahí e iba a seguir persiguiéndolas hasta que lo hablaran de una vez por todas. Por mucho que trataran de ignorarlo, ambas sabían que, tarde o temprano, todo lo que no habían resuelto, ya bien por miedo o por no sentirse preparadas, acabaría explotándoles en la cara.

A pesar de ello, hacían todo lo posible por no acercarse al tema y siempre que acababan acercándose terminaban por cambiar el rumbo de la conversación.

Ana pensaba en todo aquello mientras veía a Mimi bailar. Ya se había hecho costumbre para ella pasarse por la academia en la que la rubia daba clases de baile y aprovechar para verla practicar coreografías diferentes cuando ya todos sus alumnos se habían ido. A veces tan solo pasaban allí unos cuantos minutos, a veces aquello se convertía en horas. Mimi bailando y Ana observándola. Sonriéndose la una a la otra cada vez que sus miradas conectaban.

Ana seguía inmersa en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que la música había parado y de que la granadina le estaba tendiendo una mano para ayudarla a levantarse.

- ¿Donde te has ido, canaria? - le dijo entre risas - Porque desde luego, aquí no estabas.

-Gilipollas. -rio golpeándole levemente en el brazo. - Se me pegó de ti eso de empanarme.

-Que hija de puta. - sonrió la rubia. - La próxima vez, cuando te aburras de verme bailar dímelo y nos vamos.

-Nunca me aburriré de verte bailar. -le dijo seria, ganándose una sonrisa por parte de la otra chica.

Sus ojos se encontraron y, una vez más se quedaron paradas, simplemente sonriéndose, sin decir nada más. Fue entonces cuando la rubia se dio cuenta de que seguían con las manos cogidas y rápidamente retiró la suya y apartó sus mirada de la de la canaria.

- Eh... Esto... ¿Me ducho y nos vamos? - preguntó algo incómoda.

-Sí, sí, claro.

Y, tras haber recogido todo, ambas chicas abandonaron la sala.

-Escucha, ¿te importa si en vez de ir al bar vamos a mi casa? - sugirió la granadina. Normalmente, después de bailar solían ir a un bar que les pillaba cerca de la academia para tomarse algo. - Es que Miriam ha pillao un catarro y así no está solica.

-Vale, sin problema. - aceptó la canaria. La verdad era que le daba un poco igual el donde siempre que pudiera disfrutar de un par de minutos más con Mimi. - ¿Y no prefieres ducharte directamente allí?

-Hostia pues ahora que lo dices lo prefiero bastante.

-Va, pues vamos.

Salieron de la academia y se subieron en el coche de la canaria, rumbo al piso de Mimi. El viaje se les pasó rápido entre risas y canciones. En momentos como ese las dos se sentían completamente a gusto, como si nada hubiera cambiado.

Cuando llegaron, lo primero que vieron al entrar en el salón fue a la gallega hecha una bolita en el sofá cubierta por una manta enorme, con Mimo acurrucado junto a ella, y viendo la tele.

-¿Como estás, leoncita?- se acercó Mimi a ella y dejó un beso en su frente, a la vez q acariciaba al gato.

- Como el puto culo. - bufó mientras se acurrucaba mejor en el sofá. - ¿Qué hora es?

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