XVI

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Miró por el cristal de la cafetería y en seguida la vio allí. Estaba sentada en una de las mesas del fondo tecleando en su móvil. Joder, estaba preciosa. Aunque eso no era nada nuevo en Ana.

No sabía muy bien qué iba a encontrar al sentarse con la morena y eso le daba algo de miedo. Miedo de que el ambiente estuviera tenso entre ellas, miedo de la actitud que pudiera tener la morena, de que la conversación no fluyera, de sentirse incómoda... Pero lo que más temía, por mucho que no quisiera admitirlo, era darse cuenta de que, en su corazón, nada había cambiado después de tantos años. ¿Y si todo el dolor que había sentido y todo el rencor se esfumaban en cuanto la mirara a los ojos?

Finalmente entró a la cafetería y, en cuanto su mirada conectó con la de la canaria y esta sonrió al verla, no quedó rastro de ese miedo que segundos antes la acechaba. Sonrió también, ya más tranquila, y sin perder la sonrisa se dirigió a la mesa en la que se encontraba Ana, quien la esperaba incluso más sonriente que ella. Una de las cosas sobre la que más dudas tenía era la forma en la que debía saludar a la morena. No sabía si lo más correcto era darle dos besos, limitarse a saludarla con la mano o abrazarla. Pero antes de que pudiera pensar en ello siquiera, sintió los brazos de la otra chica rodearla y apretarla con fuerza contra su cuerpo y, aunque le costó un poco reaccionar, no tardó en devolverle el abrazo y colocar su mano en la cabecita de Ana, como acostumbraba hacer.

- Yo... lo siento - dijo la canaria algo nerviosa al separarse de ella, refiriéndose a la efusividad con la que la había abrazado.

-Tranquila, Ana, está bien - le sonrió ella para tratar de tranquilizarla, consiguiendo una sonrisa de vuelta por parte de la morena.

Se quedaron un par de segundos mirándose la una a la otra sin dejar de sonreír, hasta que Mimi decidió romper la burbuja que las había envuelto.

-Esto... em... ¿Nos sentamos? - preguntó algo nerviosa.

-Sí, sí, claro.

Tomaron asiento y la camarera no tardó en atenderlas, volviendo a dejarlas solas tras un par de minutos.

-Bueno, ¿cómo estás? - dijeron las dos a la vez, estallando en una carcajada.

-Tú primero, por favor - insistió la canaria amablemente.

-Pues bastante bien, la verdad - sonrió ella. - Ya sabes, trabajando sin parar.

-¿Sigues en el bar? - se interesó Ana, recordando a lo que se dedicaba la rubia antes de que ella se fuera.

-Que va, ahora doy clases en un estudio de baile - dijo feliz.

- ¿En serio? - preguntó ilusionada la morena, sabía lo mucho que le gustaba a la granadina bailar. - Cuanto me alegro. ¿Y eso?

-Muchas gracias. Pues, ¿te acuerdas de Juan? Mi amigo de Huétor - Ana asintió.

-Tu antiguo profesor de baile, ¿no?

-Justo. Resulta que lleva años viviendo aquí en Madrid y un día nos encontramos y estuvo contándome que seguía bailando y que quería montar un estudio pero necesitaba gente - explicó la rubia. - Yo en ese momento no estaba muy bien, había dejado el bar, no tenía trabajo, hacía mucho que no bailaba, salía poco de casa... - Ana puso una mueca, no le era difícil imaginar el por qué de aquello, y le jodía mucho saber que Mimi había estado tan mal por su culpa. - Total, que Juan me pidió que le ayudara con el estudio y tal. Al principio le dije que no, pero entre Miri, Ricky y él acabaron convenciendome y un año después ahí sigo.

- Que guay, Mimi - dijo sincera. - ¿Y estás contenta?

-Sí, me encanta trabajar ahí. Ya sabes que siempre he amado bailar, y trabajar bailando y enseñando a otra gente es increíble - Ana podía apreciar el brillo en los ojos de la granadina al hablarle de aquello.

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