Un par de rayos de sol que entraban por su ventana se encargaron de despertar a Mimi al día siguiente. En cuanto despertó notó la presión de un cuerpo sobre el suyo y, cuando vio una cabeza llena de rizos sobre su pecho al abrir los ojos, cayó en la cuenta de que era Miriam y recordó como la noche anterior la gallega insistió para que durmiera con ella.
Se levantó con cuidado de no despertar a la otra chica y se dirigió a la cocina sigilosamente para desayunar. Una vez hubo desayunado se tumbó en el sofá y, entonces sí, se permitió pensar en lo que había sucedido en la discoteca. La había vuelto a ver. Después de tantos años su verde se había vuelto a juntar con aquel marrón que tanto había echado de menos, había vuelto a sentir su tacto sobre su piel, había vuelto a escuchar su voz... Estaba algo cambiada desde la última vez que se habían visto, pero joder, que guapa estaba. Ana siempre llamaba la atención de todo aquel con el que se cruzaba por su belleza. Sus grandes ojos color café, su pelo largo cayendo en cascada por su espalda, sus labios... Esos labios que tanto había echado Mimi de menos. Pero por lo que realmente dejaba huella en los demás era por su gran corazón y su personalidad arrolladora.
A Mimi siempre le había parecido una de las mejores personas que había conocido nunca, pero entonces pasó aquello y su opinión sobre ella cambió, aunque no podía negar que le guardaba muchísimo cariño. Habían pasado demasiadas cosas juntas, pero también había pasado muchas cosas sin ella que aún dolía recordar...
-¡Mimi! ¡Mimi ábrenos! - sonaba una voz desde el pasillo.
Mimi escuchaba como sus amigos aporreaban la puerta y gritaban su nombre una y otra vez esperando que fuera a abrirles la puerta. Pero es que no quería, y la verdad es que tampoco tenía fuerzas para hacerlo.
-¡Miriam Doblas Muñoz! ¡Abre o tiramos la puta puerta abajo! - gritaba la voz de Ricky, pero de nuevo la rubia le ignoraba.
-Mimita, por favor, déjanos entrar... - la voz de Miriam sonaba más tranquila que la del otro chico. - Solo queremos estar contigo.
Finalmente, la granadina se levantó y lentamente se dirigió hacia el lugar de donde provenían aquellas voces. Cuando por fin abrió la puerta ninguno de los tres dijo nada. Ricky y Miriam se quedaron mirándola con pena mientras que la otra chica alternaba los ojos entre ambos y las lágrimas comenzaban a amontonarse en ellos.
-Se... Se ha ido... - lograba decir en un hilo de voz, lo que hacía que sus dos amigos se lanzaran a abrazarla con fuerza mientras que ella se rompía del todo en sus brazos.
No sabían cuanto tiempo pasaron los tres abrazados pero no se separaron hasta que la mayor de las rubias dejó de temblar y su respiración se hubo normalizado. Cuando lo hicieron, Ricky y Miriam miraban a su amiga con detenimiento notando el cansancio en su rostro. Tenía los ojos hinchados de llorar, unas enormes ojeras adornaban su cara y su pelo estaba totalmente despeinado. Pero lo que más les llamó la atención a sus amigos fue el notar que algo había cambiado en su mirada, ya no desprendía esa luz que tanto caracterizaba a la granadina. Ana se había ido y se había llevado aquella luz consigo, dejándola totalmente apagada.
-Ya no está... Se ha ido sin despedirse... Y ahora ni siquiera me coge las llamadas. - sollozaba la rubia dirigiéndose al sofá de nuevo, cogiendo a Mimo entre sus brazos y abrazándolo como si de Ana se tratara. - Tú también estás triste, ¿verdad, pequeño?
Miriam y Ricky se miraron el uno al otro con pena y preocupación en sus ojos. Aquella no era su Mimi... Se acercaron al sofá y se sentaron cada uno a un lado de ella.
-¿Por qué se ha ido? - preguntaba llorosa apoyando su cabeza en el hombro de Ricky mientras la gallega le cogía la mano con fuerza.
-No lo sé, peque, a mí tampoco me dijo nada. - contestó Miriam en un susurro sintiendo cómo sus ojos comenzaban a cristalizarse.
-¿Volverá?
-No lo creo... - dijo el mallorquín acariciándole la cabeza.
Tras aquello el silencio volvía a reinar entre ellos. Tan sólo se escuchaba el llanto de la rubia mayor y los ronroneos del gato que descansaba en su regazo. Pasaron así un par de minutos, con la granadina recostada sobre el castaño mientras que la más pequeña le cogía de la mano y se la acariciaba.
-¿Que voy a hacer ahora? - rompió el silencio Mimi. - ¿Qué voy a hacer sin ella?
-No tengo ni idea, Mimita, pero lo vamos a descubrir juntos, ¿sí? - la abrazaba con fuerza la del pelo rizado y ella asentía en su pecho.
-Estamos contigo, no nos vamos a ir de tu lado, nosotros no...
Lo había pasado mal, muy mal, desde que se fue. Pero tenía la enorme suerte de haber podido contar con Ricky y con Miriam. Aunque no pensaba lo mismo cuando la gallega aparecía en el salón y la despertaba del sueño en que había caído...
-Mimi, despierta, tengo hambre. - la zarandeaba con fuerza.
-Joder, Miriam, déjame dormir. - se quejaba la granadina.
-Chica, son las dos de la tarde, yo quiero comer...
-Pues hazte la comida, ¿a mí que me cuentas? - decía molesta, volviéndose a tumbar con Mimo sobre ella .
-Me duele demasiado la cabeza como para hacer cosas... - dijo frotándose las sienes.
-Normal, te pillaste una buena anoche... - reía la granadina.
-Pues ya ves, no me acuerdo de nada...
-¿De nada? ¿Ni siquiera de la parte en la que te peleaste con Ana?
-¿Que hice qué? - preguntó completamente sorprendida, no se acordaba de aquello.
-Sí, sí, en la puerta de la discoteca, le líaste una buena...
Miriam se tapaba la cara con vergüenza, a penas recordaba nada de la noche anterior, mucho menos eso.
-¿Y qué le dije? - decía con miedo a la respuesta.
-Ah, nada, que me dejara en paz y que como me hiciera daño le ibas a pegar. - sonreía la rubia mayor.
-Jobá, que vergüenza...
-Ah y también le dijiste que... - trataba de continuar pero el impacto de un cojín en su cara le impedía hacerlo.
-¡Calla, calla, por Dios!
Y así se enredaban las dos chicas en una pelea de cojines entre risas que duraba hasta que el sonido de las tripas de Miriam las interrumpía.
-Joder, sí que tienes tú hambre...
-Ni te lo imaginas... - confirmó la del pelo rizado. - Ve a hacer la comida, anda, porfi.
-Ay, Miriam, es que me da pereza... - se quejó la granadina, y entonces una idea se pasó por su mente. - ¿Voy al chino de abajo y compro sushi?
-¡Sí! ¡Porfa, porfa, porfa! - gritaba emocionada su amiga.
Al final, Mimi acabó cediendo al capricho de su amiga y bajó al chino a por la comida. Pidió un par de bandejas con las piezas favoritas de Miriam y, mientras esperaba a que se lo prepararan, una mano tocó su hombro. Y no necesitó girarse para saber de quien se trataba, en cuanto aquel olor tan característico y que también conocía la inundó, supo que era ella. Dos años seguidos sin verse y ahora la tenía hasta en la sopa...
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Vuelves
RomanceVuelves Tan inesperadamente siempre vuelves Pero como había esperado, vuelves Cuando te creía olvidado siempre vuelves Vuelves siempre