Mooncalf

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Parece ser que después de todo ella no está enojada, sino que no sabe cómo expresar su tristeza por mí. Escucho adentro de la casa las voces.

–Me pregunto cuándo comenzará a nevar –dice mi hermana–. Ya quiero que empiece porque el lago debe congelarse bien antes de media tarde. ¿No, Jack? –pregunta desesperadamente.

Mi otro yo no responde. Ella sigue insistiendo sobre que quiere comience a nevar. El sólo escuchar su voz es más que suficiente para mí, me conformaría con eso, si pudiera escucharla todos los días, sería feliz. Si hubiera traído una cámara y llenarla con fotografías suyas para no sentir que la he perdido para siempre. Si pudiera haber grabado su voz para conservarla para siempre, eso me confortaría durante toda la eternidad.

–La nieve cayó después de medio día –le digo a Prim.

Es como si repentinamente otro recuerdo llegara a mi mente de forma mágica. Casi mágica. Tal vez es porque estoy aquí, o tal vez porque siempre estuvieron esos recuerdos pero no los pude ver. Como dijo Prim, mi mente está bloqueada aun ahora.

–¿Cómo? –pregunta ella.

–Mi hermana quería que comenzara a nevar desde ahora mismo para que el lago se congelara, pero la nieve cayó hasta después de mediodía. Por eso no estaba congelado cuando terminamos en él.

Algo llega a mi cabeza en ese momento, me pongo de pie y sigo pensando. Prim se levanta. Es como si con tal sólo que pasara por mi mente, ella lo hubiera descubierto.

–¿Y si lo hago? –pregunto obteniendo su atención–. ¿Y si provoco la nieve ahora mismo? Así el lago se congelará y podremos ir en la tarde...

Prim me toma por el brazo cuando decido ir.

–¡No puedes! Te dije que no debes interferir en el pasado.

–Pero, Prim.

–Si haces eso no morirás –me dice–. Y si no mueres la Luna no te convertirá en Jack Frost, no podrás luchar contra Pitch y ayudar a los guardianes. Fue por ti que vencieron.

–La Luna puede elegir a otro para ese trabajo. A ti tal vez –le digo.

–¿A mí? ¿A mí que siempre le robo los centinelas a mi madre? ¿A mí que siempre le robo los relojes del tiempo a mi padre? –pregunta admitiendo sus errores–. ¿Por qué la Luna habría de elegirme a mí que sólo he aprendido a controlar mi poder a la mitad? Yo le tengo miedo al Coco. En las noches cuando era más pequeña sentía que estaba debajo de la cama, he tenido miedo de mirar debajo desde hace muchos años, incluso durante las mañanas. Cuando tú fuiste nombrado como guardián, y luchaste contra él, cuando se escuchó el rumor de que tú solo pudiste haberlo destruido en condiciones normales me propuse conocerte para preguntarte de dónde provenía tu valor. Ahora lo sé.

–¿Y de dónde proviene? –le pregunto.

–De ella –dice señalando a mi hermana–. Tu valor viene de lo que hiciste por ella. Es un valor que tu otro yo va a desconocer. ¿Eso es lo que quieres? Si congelas el lago le darás a tu hermana y a tu otro yo la oportunidad de vivir un hermoso día, es cierto, y no sólo este, sino muchos más días, de seguir juntos muchos años. Pero vas a desaparecer. El tú de ahora desaparecerá.

–¡No me importaría desaparecer! Si con eso logro que mi hermana siga siendo tan feliz como es ahora, si sigo viviendo con ella. No puedes entender lo mal que me siento sabiendo que ni siquiera puedo encontrar su tumba en mi presente porque probablemente a nadie le importó hacerle una –digo agachando la cabeza–. Me siento tan solo, no te puedo explicar eso, estoy solo en el presente, incluso rodeado de todos, hay algo que me hace falta.

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