Silverthorn

87 3 0
                                    

Creo que estar pensando todo eso me ha cambiado la cara porque Prim suspira resignada, tal vez piense que comenzaba a deprimirme y como al parecer es algo que no le agrada demasiado –debería decir que le gusta poco–, ha sacado otro reloj. Supongo que la anterior se acabó por quebrar y posteriormente desapareció.

–Te llevaré –dice la chica con una sonrisa–, pero si te deprimes ¿qué hago?

–Tienes permiso de golpearme –le aseguro.

–¡Golpearte porque te deprimes, excelente idea Jack Frost!

–De acuerdo, me abrazas. Si me empiezo a poner depresivo puedes abrazarme tanto como quieras.

Esa respuesta sí le ha gustado, puedo ver en su cara sonriente que sí quiere abrazarme. Es probable que ahora quiera que me deprima para tener un pretexto y abrazarme.

Rápidamente se acerca a mí con cierto nerviosismo, tanto que se tropieza con una roca y por accidente casi cae. Alcanzo a atraparla junto con el reloj, obviamente lo aprieto y eso hace que se abra la puerta del viaje.

Llegamos a la fecha exacta, de una manera diferente. Cuando abro los ojos me doy cuenta que estamos a la orilla del lago, en realidad es como si hubiera quedado dormido simplemente, Prim está a un lado de mí, curiosamente ha caído sobre el reloj y lo quebró. Bueno, como aún tenemos uno más para el último viaje, o dos, no lo necesitamos, eso es cierto, pero, dudo mucho que a su padre le guste la idea de perder sus relojes. A Norte le molesta que se rompan sus esferas de cristal, creo que es lo mismo en el caso del padre de Prim. Doy unos pasos para llegar a ella y la muevo para despertarla.

–Despierta, Prim –le digo–, hemos llegado, anda.

–No quiero mamá –dice ella.

–Estás loca, yo no soy tu mamá, anda arriba –le digo poniendo los ojos en blanco a causa de lo anterior, después le jalo de un brazo.

Ni siquiera tengo voz de señora. Es decir tengo voz de un chico. Uno en desarrollo, pero es de chico. Mi voz es otra cosa que se quedó definitivamente atrapada. Aunque a decir verdad mi voz me gusta.

Decido llevarla a otro lugar, no estar tan cerca del lago, y la agarro por los hombros para moverla. Está pesada en verdad, o será que siempre es así, o tal vez es por el sueño, pero el caso es que ella es pesada para la edad y apariencia que tiene, de una niña escuálida. Eso carece de todo sentido, cualquiera pensaría que no hay peso tan exagerado en ella como lo habría en otra persona, y sin embargo de verdad que pesa. Pareciera que los años son los que le hacen ganar peso.

–Prim, el reloj se quebró –le digo para ver si me hace caso.

Ella se levanta casi de inmediato, lo que provoca que yo caiga al suelo por la inercia de la fuerza al haberla estado jalando, y rápidamente mira el reloj. Ella pone una cara muy graciosa como entre miedo y tristeza cuando se da cuenta que el reloj está completamente hecho pedazos. Al ver su cara tan preocupada algo llega a mi mente.

–Es mentira que tu padre te los dio, ¿verdad? –le pregunto con los ojos entrecerrados–. Los robaste.

–Robar se escucha muy feo –dice ella mirándome con el entrecejo fruncido–. Fue un préstamo, o quizás un pago que tomé de más por haberle ayudado.

–¡Ay, Prim, ay Prim!

–¿Y qué hacemos entonces? ¿Quieres que vayamos a ver si esta es la fecha en la que moriste? ¿O prefieres volver a nuestro tiempo y luego regresar a este? –pregunta Prim.

CrystallizeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora