Bebió de ese vaso que había comprado, granizado de limón, lo había llamado el vendedor, debía reconocer que los muggles sabían de gastronomía. Se recostó en el banco de madera y cerró los ojos, los niños jugaban en el parque que tenía frente a él.
Abrió los ojos y observó con ternura sus juegos, recordaba sus juegos de niño, con todo tipo de juguetes encantados, ¿dónde estarían ahora? Seguramente destruidos, los recuerdos no eran algo que lord Voldemort respetara.
Suspiró apretando el puente de la nariz, su mente no dejaba de trabajar ni un instante, ni siquiera en el mundo muggle, y antes eso no era así, antes, podía dejar la mente en blanco y simplemente caminar, observar las vidas que no había destruido la guerra con nostalgia, dejar de ser Draco Malfoy el mortífago, y pasar a ser nadie.
Pero desde que se la encontró, ya no podía evadirse, en el mundo muggle seguía siendo él, aunque nadie lo supiese, aunque nadie se lo recordase, él lo sabía, eso era más que suficiente.
Bebió otro sorbo, la guerra estaba ahí, no latía en el mundo muggle, pero latía en él, al fin y al cabo, él era su hijo, el hijo de la guerra, un huérfano repudiado por la sociedad. De no ser por la intervención del retrato de Dumbledore, él no estaría allí, estaría muerto, como su padre, como su madre, como el resto de los mortífagos.
Él, Zabini, Pansy, Nott… Los únicos cuatro mortífagos que no habían sido condenados, y ahora eran hermanos, no de casa, de madre, porque la guerra también les había cambiado.
Zabini era correcto, miraba a las mujeres sin esa sonrisa seductora, las respetaba, les hablaba con respeto, al igual que a todos, era un perfecto caballero.
Pansy había madurado, era callada y reflexiva, a veces, le dedicaba una sonrisa triste, pero nada más, se rumoreaba que estaba con un muggle, pero ella ni lo aceptaba ni lo negaba, sólo miraba al interlocutor con una sonrisa triste. Sentía pena por él, por esa gente que era como ella había sido, pero no eran capaces de verlo, se encogían de hombros y pasaba otro rumor.
Nott nunca había sido vago, en absoluto, pero se había convertido en un erudito, ahora sólo hablaba con los Ravenclaw, le avergonzaba ser un Slytherin, aunque su brazo estaba blanco, blanco como la leche.
Él era el único al que lord Voldemort había marcado, para diferenciarlo de los demás, por ser un Malfoy, o quizás porque sabía que él no quería, el por que daba igual. Miró su brazo izquierdo y colocó una mano sobre él, su piel era exactamente igual en esa zona, al tacto, no podía saberse que tenía esa marca.
Recordó con una sonrisa el día que descubrió la piscina, en la que nadó, disfrutó sin dudar, y nadie decía nada al ver la marca, porque nadie la reconocía.
-Eh-oyó detrás de él cuando volvía a la mansión-, el tatuaje de tu brazo es muy guapo, ¿quién te lo ha hecho?
Él arqueó las cejas desconfiado, podía ser un mago, un familiar de las víctimas, había una forma genial de descubrirlo.
-Lord Voldemort.
-¿Quién?-preguntó sin entender.
Él sonrió.
-No lo sé, salí de marcha una noche al bar "Lord Voldemort", cuando estaba de viaje en California, a la mañana siguiente me encontré con él.
-Una noche movida, ¿eh?-dijo divertido.
-Bastante-respondió con una sonrisa antes de girarse y seguir su camino.
No volvió a pisar la piscina, siempre cabía la posibilidad de que un mago hijo de muggles pasase por allí, y no estaba de humor para explicar que le habían juzgado y absuelto.