Se mordió el labio insegura, con el libro aún apretado contra su pecho. Tendió una mano temblorosa hacía el aro dorado y golpeó la gruesa puerta de ébano con ella.
Los golpes fueron demasiado fuertes, o eso le pareció, porque ella misma se asustó ante su sonido. Una elfina abrió la puerta mirándola sin verla con sus ojos negros y redondos, con un tono amarillento y sin ningún brillo. Su piel era del color del cuero viejo, y sus orejas puntiagudas hacían sombra sobre sus hombros cubiertos con una prenda azul.
-¿Quién se presenta en la mansión?-preguntó con voz chillona.
-Hermione Jane Granger-dijo con voz temblorosa.
-Esperé en el salón, avisare de su presencia.
La guió hasta un enorme recibidor en tonos azulones con múltiples detalles en negro y dorado. Se sentó en una especie de diván de terciopelo añil que se hundió levemente al sentir su peso, la tela era tan suave y mullida que se sintió en una nube. Incluso, bajo sus deportivas, podía sentir levemente la suave alfombra de un azul casi blanco.
-¿Hermione? ¿Qué haces aquí?
Ella se levantó del diván nerviosa y dirigió la vista hacia las escaleras.
Cassandra Blair llevaba una bata verde botella-lo único que no era azul desde que había entrado en esa casa- y se revolvía sus lacios cabellos azabaches, que caían libres por su espalda. Se dirigía hacia ella con preocupación, pero sin perder un ápice de la elegancia que le era propia combinada con su habitual contoneo de caderas que ya estaba impreso en ellas y sin él que, sospechaba, no podría andar sin perder el equilibrio.
-No le habrá pasado algo a Luna, ¿verdad?-preguntó al llegar a ella, cogiéndole de las manos y fijando sus orbes añiles salpicados de estrellas en sus pupilas rodeadas de miel almendrada.
-No-dijo negando con la cabeza-. Siento molestarte, pero necesitaba hablar.
-Da igual, ya casi era hora de comer, tenía que levantarme igualmente. ¿Qué tal si dejas que me vista y lo hablamos ante un buen plato de comida?
-Bien, no he desayunado-admitió.
-Yo tampoco-soltó sus manos-. Espera aquí, no tardo nada, no soy de esas que tardan dos horas en elegir lo que se ponen-ella le dirigió una sonrisa triste y vio como se alejaba.
Parecía tan irreal, con esa elegancia natural y con su bata de seda flotando tras ella, parecía no tocar el suelo. Recordó que Luna compartía esa habilidad, ¿qué más cosas compartirían? ¿Si su amor era más que un simple recuerdo hermoso por qué el suyo no?
Esperó unos minutos y la vio aparecer, con una ceñida camiseta dorada de manga corta y unos shorts negros. La camiseta resaltaba las motas doradas de sus ojos, mientras los shorts estilizaban sus perfectas piernas tostadas.
-Vamos, mi elfina ya habrá hecho la comida.
-Sí, ella me abrió la puerta, parecía como si hubiese tenido un trauma, veía sin ver.
-No veía directamente Hermione, la pobre es ciega. No la hemos maltratado, tranquila.
-Oh, lo siento, yo…
-No te disculpes, cierto joven de ojos grises me explicó toda tu campaña de liberación de los elfos domésticos-ella bajó la cabeza ante la mención a Draco-. Prácticamente solo hablaba de ti-añadió con una sonrisa.
-¿De verdad?
-Podía pasarse horas hablando detalladamente de cualquier cosa que tuviese que ver contigo, espero que a mí no se me note tanto con Luna.