-¡Qué comience el banquete!-exclamó la directora McGonagall.
En los platos de oro aparecieron los más exquisitos manjares, los de primer año reaccionaron con una exclamación.
Draco suspiró y se sirvió un trozo de corzo y algo de ensalada. La selección había dado diecisiete alumnos a Slytherin, cinco a Hufflepuff, trece a Gryffindor y quince a Ravenclaw. Todos estaban sorprendidos, los rumores decían que la casa Slytherin acabaría desapareciendo ese año, por mucho que ahora aceptasen a hijos de muggles.
En cambio, él no estaba sorprendido, lo esperaba, aunque no tal número de alumnos nuevos, la sala común comenzaría a animarse demasiado, debía buscar otro lugar donde evadirse y relajarse.
Dirigió la mirada a la mesa de los Gryffindor, ella estaba de espaldas a él, con su cascada de cabello castaño encrespado y rebelde y sus prensas holgadas. No era lo que se decía una belleza, por mucho que en el baile de cuarto el no pudiese evitar mirarla, era una chica del montón. Había destacado en su ranking de mujeres de Hogwarts desde tercero, desde ese puñetazo que casi le había roto la nariz, no estaba acostumbrado a que le tratasen así, y menos una mujer, en el baile se hizo fija, y después había pasado desapercibida de nuevo.
Había pocas mujeres que no le interesasen, pero ella estaba entre esas mujeres, no por su sangre, con las pocas sangres puras que había sus creencias se habrían convertido en un voto de celibato. No, tampoco era por Potter. No era por nada en especial, simplemente, su interés por ella era nulo, no le parecía especialmente atractiva, ni se podía imaginar con ella en la cama, pasaba tan desapercibida que resultaba irritante.
Si pasa desapercibida, ¿por qué la estoy mirando?-se preguntó- Porque intenta conocerme, porque quiero saber hasta donde es capaz de llegar para ello-se respondió a sí mismo.
La joven se giró momentáneamente, con la excusa de busca a Lunática en la mesa de Ravenclaw.
Sus miradas se encontraron, él le dedico una sonrisa torcida, y ella respondió con una hermosa sonrisa dulce, sintió salir chispas del choque de sus miradas. Del encuentro de sus ojos mercurio, grises como una tormenta, fríos e imperturbables, con sus ojos miel, cambiantes como el ámbar, cálidos y expresivos. Un choque como el hielo y el fuego, un choque entre sus sonrisas y lo que significaban.
Desvió la mirada y cogió la copa de agua, ella se había girado de nuevo, pero se había sentado en otro ángulo y podía observar lo que hacía. Removía sin interés la comida, sin hablar con sus amigos, que estarían hablando del mundial. Pasó a mirar a la comadreja, con su pelo color zanahoria, su nariz sucia, hablaba casi a gritos con la boca llena, mientras seguía mordiendo y desgarrando la carne de un muslo de pavo. Con la otra mano, hacía gestos para hacerse entender, de vez en cuando intervenidos con otros movimientos hechos con el muslo de pavo, en uno de esos movimientos, salpicó de salsa a Hermione, pero no se dio cuenta y siguió hablando mientras ella se limpiaba la mejilla.
Por Merlín, ella se merecía algo mejor. No por ser especialmente hermosa, pero era dulce, inteligente y amable, mientras que él era un imbécil presuntuoso y un animal sin modales. Recordó como las mujeres se derretían ante sus hermosas palabras y sus finos modales, que a él le parecían lo mínimo, y supo que a ella, le debían parecer dignas de un príncipe, de un noble, teniendo al lado a esa comadreja sin ningún tipo de elegancia ni de distinción.
¿Pero por qué miraba a la mesa de los Gryffindor? ¿Por qué le interesaba lo que ella hiciese con su vida? Los vestigios de su adicción a ser el centro de atención hacían que quisiese hablar con ella, que le interesase, si no como mujer, como persona, pero de ahí a juzgar su gusto para los hombres…
Negó con la cabeza y cortó una fina loncha de corzo que doblo con el cuchillo para pincharla y llevársela a la boca, esbozó una sonrisa torcida al imaginar a la comadreja haciendo eso. Seguramente encontraría la forma de sacar un ojo a alguien.