Ella le miraba, con las mejillas arreboladas, por el frío, por su presencia, sus cabellos estaban algo revueltos por la brisa, y sus ojos de miel almendrada brillaban emocionados ante la presencia del joven.
Miró su hermoso vestido color plata, parcialmente cubierto con su propia chaqueta, en la que estaba prendida la rosa hechizada que él le había regalado.
-A la mierda el altruismo-pensó abrazándola con todas sus fuerzas, sintiendo el cuero del libro contra su pecho y el calor que desprendía la joven.
-Draco…-susurró ella apoyando la cabeza en su hombro.
Él se estremeció ante su voz, tan dulce y cálida, como siempre lo era para él.
-Soy un maldito egoísta, no la merezco, pero viva el egoísmo.
-Te amo-respondió.
-Yo también-se alejó de su pecho y alzó la cabeza para unir sus labios.
Draco alzó la mano para sujetar su rostro, acariciando su mejilla, recorriendo la línea de sus parpados con el pulgar. Profundizó lentamente el beso, mientras su otra mano juntaba sus cinturas. Ese momento era el que llevaba esperando desde ese día a principios del curso, cuando paseaban por los pasillos y miró su reflejo en una armadura.
Las veces anteriores habían sido una confirmación de sus sentimientos y una despedida, esta, era un reencuentro, un principio del algo mayor. De algo que sólo podían intuir, porque aunque llevaban casi un año en ese juego, sus sentimientos eran la cima del iceberg, y sabía que pronto se iría descubriendo más y más. Que ya no había vuelta atrás.
Todo eso fue expresado en ese beso.
No hacían falta palabras.
Las palabras eran un invento burdo, absurdo y molesto, que sólo conseguirían romper la magia del momento.
Porque lo que tenían no era un amor normal, no hacían falta palabras, sólo sentimientos. Esa sensación de saber que hacer a cada momento, y que todas sus conclusiones les llevasen al otro, esa necesidad de protegerla, de que ella encontrase a alguien mejor, y al mismo tiempo verse el mejor entre todos para justificar que ella pudiese llegar a amarlo.
Ya era tarde.
Estaban juntos, no había vuelta de hoja.
En ese momento eran náufragos en medio del océano, ninguno de los bandos les apoyaría, pero, ¿importaba realmente? No, no importaba, no necesitaban de nadie, eran ellos dos, y luego el resto del mundo. ¿Acaso no se sentían siempre como si el mundo se hubiese apagado cuando estaban juntos? Le daban igual los mortífagos, el ministerio, el resto del trío dorado,el Profeta, Corazón de Bruja, el Quisquilloso… Que opinasen lo que les diese la gana, él no pensaba cortar ese beso, no pensaba perder un segundo en cuestionarse nada, eran ellos dos, contra el mundo, contra todo, pero eran ellos dos.
Sólo ellos dos…
Cogió en brazos a Hermione y entró en la casa, la puerta se cerró automáticamente, pero ninguno le presto atención.
Subió las escaleras que llevaban al piso superior y dio un golpe con el hombro a una puerta entreabierta sin dejar besarla con locura.
La tumbó sobre su enorme cama de sabanas gris perla y colcha de mismo color, recorriendo su cuello a suaves besos mentolados.
Recorrió con el dorso de la mano su cintura arrancándole un dulcísimo gemido.
Con una ligera sonrisa le quitó el libro de la mano y lo dejo sobre la mesilla de noche, junto al marco de plata que guardaba la foto, la única foto de ellos dos juntos.