21. Fin

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Una salida de Azkaban y tres años después

Hermione se incorporó y revolvió sus encrespados cabellos, miró con una sonrisa a Draco, que dormía junto a ella. Acarició su mejilla con ternura, perdiéndose en sus rasgos angelicales y en sus cabellos platinados cayendo dispersos sobre su frente. Esa belleza celestial que poseía le hipnotizaba.

Miró las fotos que invadían el otrora cuarto de Draco, que ahora era de ambos. La primera foto que se hicieron, la que se hicieron en su primera cita después de su salida de Azkaban, aquella en la que estaban de vacaciones en la costa, con los rayos del sol tiñendo de blanco los cabellos de Draco y esa pamela cubriendo los suyos, con una gran sonrisa y las cabezas juntas, y, sobretodo, esa que no se cansaba de mirar, Draco con su ahijado.

Cassandra y Luna se habían casado y enseguida echaron en falta un hijo, que, por razones obvias, no podían tener. Sorprendentemente, el joven Nott tenía una relación con un Gryffindor que conoció en la escuela de aurores, y según el contrato familiar, si no tenía un hijo a los veinte años quedaría maldito y moriría. Habían creado un acuerdo en el que, ya que ambos debían tener hijos (Cassandra por presiones familiares), utilizarían la inseminación artificial para conseguir un hijo de ambos, que viviría alternativamente con las dos parejas. Por desgracia, en una misión del equipo de aurores Beta, en el que estaba Nott, ambos fallecieron al tratar de capturar a dos mortífagos (de los de verdad), que habían huido de la ley.

Era por eso por lo que Connor Nott Blair había quedado a cargo de su madre. Draco y Luna se habían convertido en sus padrinos, por si acaso a ella le pasara algo, Luna tuviese derecho sobre la custodia, y si les pasase algo a ambas, pudiese quedar a cargo de Draco.

Era un niño precioso, sin ningún parecido con su padre. De piel tostada y finísimos cabellos negros, que caían sobre los hermosos ojos de Cassandra, que su hijo había heredado.

La fotografía de su boda colgaba de la pared enmarcada en un marco plateado, en el que Hermione había prendido la rosa plateada, que, claro está, no se marchitaba.

Sintió a Draco removerse en la cama y le sonrió.

-Buenos días-dejo desperezándose.

-Buenos días-contestó levantándose de la cama.

Las sábanas se retiraron dejando a la vista su enorme vientre de nueve meses de embarazo, más abultado de lo normal, pues, para su "alegría", esperaba mellizos, dos varones. Salía de cuentas en una semana, y ya tenían la habitación más cara de San Mungo reservada para el parto, ventajas de ser una heroína de guerra. Aún recordaba el escándalo mediático de su boda, aunque, en vez de críticas, recibieron millones de cartas en papel rosa de románticas empedernidas, eran los Romeo y Julieta del mundo mágico, lo que, por cierto, no le gustaba en absoluto.

Acarició su vientre, pensaba ir de compras con Luna y Connor, Cassandra y Draco tenían entradas para la final de quidditch. Sí, aunque su marido nunca hablase de quidditch con ella, era un fan incondicional, cuando Inglaterra pasó a la final, dio un saltó que casi hizo un agujero en el techo, gracias a Merlín, estaba muy alto.

Estaba pensando en los zapatos que había visto el día anterior, y que serían el sueño de cualquier mujer, cuando sintió, algo cálido recorriendo sus piernas. No, no podía ser, vale que la vejiga estaba presionada por los mellizos, pero no era para tanto, tendría que haber notado algo, ¿no?

-Cariño, ¡has roto aguas (rotura de la bolsa amniótica)!-gritó Draco, impactado por el charco que se había formado alrededor de su esposa.

-Pero, aún queda una semana-murmuró.

Amor en la posguerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora