13. Rosa

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Harry tenía aferrada a Ginny por la cintura mientras entraban en la Madriguera, Ron iba junto a ellos especificando cada pequeño detalle de su viaje para ver la final del mundial en el norte de Italia. Ella había logrado disimular más o menos su estado ante ellos, no así con Luna, que lo había comprendido todo, y que andaba junto a ella con una dulce sonrisa, como si nada hubiese pasado. De no ser porque sabía que echaba de menos a Cassandra, la habría visto como siempre, con sus ojos brillantes y soñadores, y ese modo de caminar con el que parecía que flotaba.

Era sorprendente que dos personas tan distintas estuviesen juntas. Luna era tan irremediablemente inocente y confiada, siempre con una sonrisa, mientras que Cassandra era astuta y fuerte, siempre consiguiendo lo que quería.

Pensó que puede que no fuesen tan diferentes, desde fuera, estaba segura de que ella y Draco eran antítesis el uno del otro, pero desde dentro, la perspectiva cambiaba completamente.

Entraron en la casa, la señora Weasley había cocinado y organizado una gran cena de bienvenida, ignorando la hora de su llegada. Muchísimas personas estaban allí, todos comenzaron a hablar, el ruido era insoportable, ya no estaba acostumbrada.

Recordó el embriagante silencio de su sala común mientras leía un libro, roto de vez en cuando con algún comentario hiriente sobre una mala jugada sobre el tablero.

Recordó a Draco con una sonrisa de superioridad adelantando la pieza correcta con esos largos dedos de marfil, que hacía algunas horas habían sujetado su pendiente, que habían recorrido su rostro, antecesores de los besos, esos besos que sabían a menta fresca y que le hacían perder el sentido.

Su corazón se encogió de forma más dolorosa de lo que esperaba.

No estaba de humor para celebraciones.

-Ginny, voy subiendo a la habitación-le dijo.

-Pero Hermione-dijo apunto de replicar.

-Me siento mal Ginny, la cabeza me va a explotar-mintió.

-¿Quieres un remedio o algo?-preguntó preocupada.

-No, sólo necesito descansar.

Subió al antiguo cuarto de Percy, que ese verano compartiría con Luna, y se tumbó en la cama sin cambiarse. Lloró un par de minutos antes de que sus férreas normas personales le obligaran a cambiarse.

Abrió el baúl y lo revolvió en busca de un pijama adecuado, ¿por qué los había puesto al fondo del baúl? Apartó una falda del colegio y entonces la vio.

Blanca e impoluta, sin una arruga que delatase que había sido usada, la camisa que había cogido del armario de Draco la primera vez que se acostaron juntos.

Presa de un irrefrenable impulso, agarró la camisa y sumergió en ella su rostro.

¿Cómo era posible? Llevaba semanas entre sus cosas, y aún seguía oliendo a él, menta con un toque varonil e inidentificable.

Lentamente, se desnudó hasta quedar tan sólo en el conjunto blanco de encaje, y se puso su camisa.

Sin arremangársela y metérsela por la falda, se notaba aún más que no era suya. Sus manos apenas asomaban por los puños abiertos de la camisa, y llegaba para cubrir su conjunto de encaje.

Se quitó los pendientes, cuya piedra acarició antes de cerrar su joyero, y desvió la mirada al paquete plateado.

Lo cogió y se metió con él en la cama.

Volvió a deslizar el fino papel metalizado sobre el cuero rojo, que acarició con dulzura, pero su caricia se rompió por el temblor de sus manos al llegar al título.

Amor en la posguerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora