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XXVI

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La primera luz del alba resultó cegadora por un momento cuando YoonGi miró al cielo en busca de la última estrella que le guiaría hasta Nakwon. Sin embargo, en pocos minutos, cuando el sol hiciera aparición desde el otro lado de las montañas, las estrellas ya no harían falta, pues estaba tan cerca que sería capaz de ver la ciudad con sus propios ojos sin necesidad de la guía de los astros.


Nakwon seguía tal y como la dejó, la luz del amanecer haciéndole recordar la primera vez que la vio, cuando cruzó sus fronteras con la sensación de estar entrando en una prisión. Ahora, sin embargo, no había nada que desease más que regresar a ella y convertirla definitivamente en su hogar, en una parte de él que jamás desearía abandonar mientras que las personas que amaba habitaran en ella.


La ciudad comenzaba a despertar cuando YoonGi por fin se internó en sus calles a galope, cambiando la inestable arena del desierto por avenidas pavimentadas y estrechos callejones.

YoonGi no se molestó en dar un rodeo para entrar por la puerta trasera. Se dirigió directamente a la puerta principal, dispuesto a no detenerse, a luchar con los soldados si hacía falta en caso de que le cortaran el paso.

Sin embargo, y para su sorpresa, las inmensas puertas del palacio comenzaron a abrirse para él tan pronto como los vigilantes lo avistaron.


YoonGi aún vestía con las ropas que había portado al abandonar el Norte. No se había detenido más que para comer algo y cambiar de caballo durante el camino, aprovechando esos pocos instantes para quitarse las prendas que sobraban conforme iba viajando hacia el sur y el clima iba volviéndose más cálido.

La capa y sus ropas negras debían haber sido suficiente para que los soldados lo reconocieran, lo que no entendía era que lo hubieran dejado pasar con semejante facilidad.


Tan pronto como llegó al patio principal, desmontó del caballo y dejó caer la capa al suelo, demasiado calor ya como para seguir soportándola. De inmediato, ya tenía junto a él a un par de sirvientes y a un grupo de soldados a su alrededor. Los sirvientes recogieron la capa y tomaron las riendas del caballo, inclinándose de forma que hizo sentir a YoonGi bienvenido, como si lo estuvieran esperando.

Los soldados hincaron sus rodillas en el suelo frente a él, sus nucas al descubierto, mostrándole el respeto y el compromiso que nunca antes le habían mostrado.


— Mi lord del Norte, bienvenido sea — lo saludó uno de ellos, levantando la mirada, con urgencia brillando en sus ojos. YoonGi lo reconoció como RyeoWook, el guardia personal de la Reina HyunJoo — La Reina ha estado esperándolo. Nos ha ordenado llevarle hasta ella en cuanto llegase.


YoonGi alzó una ceja como único gesto de sorpresa. No era el recibimiento que estaba esperando, desde luego, superaba sus expectativas, y además aceleraba las cosas. No podía quejarse.


Asintiendo con la cabeza, YoonGi autorizó a los soldados a levantarse, dejando que los siervos se llevaran al caballo, permitiendo que los guardias lo escoltasen al interior del palacio.

YoonGi debía admitir que se sentía terriblemente sucio después de tres días de viaje, cubierto de polvo y apestando a sudor, además de agotado, y hambriento al no haber probado bocado durante la jornada a través del desierto, en la que había sacrificado las viandas en pos del agua.

My moon and stars | BTS OT7 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora