Yukie Yamaguchi, la guía, lideraba una fila de 30 estudiantes australianos. Caminaban por el amplio túnel del acuario Safaia, uno de los mayores atractivos turísticos de la Isla de Okinawa. Yukie iba respondiendo las dudas de los adolescentes, quienes, asombrados, no despegaban la vista de la gran variedad de peces que nadaban sobre sus cabezas. Otros tantos, por el contrario miraban fijamente a Yukie sin decir nada, lucían muy desesperados. La guía se esfrozaba por no esbozar una sonrisa burlesca, pues sabía perfectamente por qué estaban así. Ellos morían por ver a Dalia. De hecho, todos los turistas siempre venían especialmente para ver a Dalia. Safaia se volvió muy popular hacía solo tres años, cuando ella llegó.
La joven Yukie siguió mencionando unas cuantas curiosidades de los peces guppy hasta que una chica alzó la mano.
—¿Cual es tu duda? —preguntó la guía con amabilidad.
—¿Cuándo veremos a Dalia?
Yukie rió para sus adentros.
—Pronto. Ya que termine el recorrido.
Antes Dalia siempre estaba en el túnel conviviendo con los demás animales, pero se escondía cuando veía turistas, por lo que el personal de Safaia no tuvo otra alternativa que cambiarla a un tanque más pequeño para ella sola. Cuando el acuario cerraba, era regresada al túnel.
El recorrido por la sección Atlantis del acuario por fin terminó y Yukie los dirigió al tanque donde estaba Dalia. Dentro de él había varias rocas y un castillo pequeño en cuya entrada se asomaba una larga cola de pez blanca.
—Oh, por Dios —dijo la profesora del grupo —. Es ella.
—En un momento sale —dijo Yukie —. Es menos tímida cuando está en un tanque sola.
Los estudiantes y la maestra no tuvieron que esperar mucho: en menos de un minuto vieron a la criatura salir del castillo. Era mil veces más hermosa que en los folletos y carteles.
Dalia era una sirena totalmente blanca, de la cabeza al final de la cola: su cabello, largo y sedoso, flotaba con gracia. El flequillo recto le sentaba bien. Uno de los jovenes, embelesado, se acercó al tanque para verla mejor, y se sorprendió al ver que hasta sus pestañas eran blancas. Los únicos ápices de color en su rostro eran los ojos, rojos como los de un conejo albino, y sus labios rosa pálido.
La criatura usaba un sujetador de conchas decorado con perlas y una pulsera. No necesitaba de mucho para resaltar su belleza. Dalia miraba a los presentes con indiferencia, nadaba perezosamente en el reducido espacio y no respondía cuando algún chico la saludaba.
Yukie sonrió y, después de un rato, tomó la palabra:
—Dalia es una de las pocas sirenas albinas que hay en el mundo. Las de su tipo son muy hermosas, pero tienen la piel sensible y su visión no es muy buena, por lo que son un blanco fácil para depredadores. Ella fue rescatada hace tres años después de la captura de Haruki Tanaka, legendario líder Yakuza, quien tenía un acuario privado. Debido a su rareza y a que difícilmente sobreviviría en su habitat natural, fue llevada aquí.
Yukie, en los dos años que llevaba trabajando ahí, había contado la historia más de cien veces, pero se emocionaba como si fuera la primera.
—¿Aquí está todo el tiempo? —preguntó una chica menuda.
—No, solo durante los horarios de exhibición, después es llevada a la sección Atlantis. Es vigilada constantemente y a diario se le dan sus vitaminas. Está perfecta de salud, solo requiere más atención y cuidados que una sirena común.
—¿Sabes cuántas sirenas albinas hay en el mundo? —le cuestionó otra.
—Solo se conocen dos: Dalila y Lorelei, quien se encuentra en Estados Unidos, pero es propiedad del actor Allen Mcdonie, así que no hay muchas fotos ni información de ella.
Un joven sacó una vieja cámara de su mochila y le preguntó a la guía si podía tomarle fotos a la sirena. Yukie le dijo que sí, pero sin flash. Las luces la asustaban y le lastimaban los ojos.
El chico se acercó hasta que el lente de su cámara quedó contra el crisal. Se dispuso a ajustarla para sacar una buena foto, pero Dalia, lo tapó, impidiéndoselo. él rápidamente cambió de lugar, pero ella se le adelantó y volvió a cubrir el lente, esta vez con ambas manos. Todos los estudiantes rieron y él joven optó por alejarse del tanque y sacarle fotos de cuerpo completo.
—Una pena —dijo —. Yo quería que se apreciaran sus pestañas.
Los siguientes diez minutos fueron de los estudiantes fotografiando a Dalia. Ella, acostumbrada a eso, siguió clavándoles sus ojos rubí con indiferencia. Muchas veces se planteó la idea de traer otras sirenas para que le hicieran compañía, pero temían que terminara muerta después de alguna pelea. Las sirenas eran uno de los animales marinos más salvajes, y si bien Dalia poseía la fuerza y el vigor propio de su especie, su condición de albina siempre la tendría en desventaja.
Dalia era muy pacífica en comparación con las sirenas que habían estado en el acuario antes que ella. Estas solían comerse algunos peces cuando estaban en el túnel y en más de una ocasión atacaron a Toru, el buzo que se encargaba de sedarlas para cambiarlas de tanque mientras se daba mantenimiento. Si bien usaba un traje que lo protegía, a veces acababa con leves rasguños. Dalia, en cambio, lo ignoraba y solo comía los salmones y atunes que le daban.
Tal vez las sirenas albinas no tienen ese instinto cazador, pensó Yukie cuando recién estudiaba su historia.
Una estudiante bajita y rolliza se acercó a Yukie y le preguntó si había oído a Dalia cantar alguna vez y si era cierto que sus voces eran hipnóticas.
—Sí, unas cuantas veces —mintió Yukie. Le parecía triste tener que decirle que las únicas veces en las que Dalia salía a la superficie para cortarle el flequillo o cambiarle el sostén, siempre estaba sedada. Era tranquila, pero no debían fiarse de ella. Las sirenas eran los animales que más se asemejaban a los humanos, no obstante seguían siendo irracionales y violentos.
—Bueno, eso ha sido todo por hoy, chicos —dijo Yukie, señalando a su derecha —. Por allá está la tienda de regalos, quien quiera comprar algo adelante. En 15 minutos salimos.
Los jóvenes fueron a la tienda, esta vez desordenados. La maestra los siguió para calmarlos, dejando a Yukie a solas con Dalia, quien estaba sentada en la roca, jugando con su cabello. Tenía la mirada ausente.
Yukie la miró con ternura.
—Ese fue el ultimo grupo del día, en un rato te sacarán de aquí —le dijo. Dalia la contempló por un rato y regresó al castillo. La guía sonrió al ver que se asomó por la ventana. Parecía una princesa de cuento de hadas.
—Que hermosa eres, Dalia —dijo.
La sirena, por supuesto, la ignoró.
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La última Dalia
Short StoryEl Safaia es uno de los acuarios mas prestigiosos en todo el mundo gracias a su atracción principal: una sirena albina. Tras casi cuatro años de tenerla en exhibición, los directivos deciden que es momento de hacer algo diferente. Y para ello requi...