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—¿Cómo te ha ido en el acuario?—preguntó Yukie a Joshua después de dar un sorbo a su té de frutos rojos.

—Me ha ido bien, recordé buenos tiempos, cuando era más joven y todo me causaba fascinación. Este acuario no es tan grande como el Safaia y las sirenas no se parecen ni por asomo a Dalia, pero me agrada estar de vuelta. Fue menos duro de lo que pensé.

Yukie sonrió, se veía muy bella con ese largo abrigo rojo y la boina blanca. Apenas pasó medio año y ella ya se había adaptado al clima frío y el ajetreo de la ciudad. El ambiente de Londres la transformó totalmente: ya no era la joven ingenua y un tanto reservada que Joshua conoció, ahora era una mujer madura y sofisticada.

Una flor que florece en el frio, pensó él cuando empezó a notar los cambios.

Aquella tarde pasaron largo rato caminando por una plaza comercial hasta que decidieron tomar un descanso y entraron a un café japonés. Yukie, a pesar de ser japonesa, no encajaba con el lugar. Joshua no dejaba de verla mientras ella seguía bebiendo su té.

—¿Todo bien?—preguntó ella.

—Sí, por supuesto, es solo que eres muy hermosa.

Yukie sonrió. Por un instante la aniñada guía del Safaia regresó.

—¿Y a ti cómo te ha ido en la editorial?—dijo Joshua.

—Los jefes del departamento deliberaron por una semana y al final se decidieron por cuatro libros, todos de autores japoneses que tuvieron éxito moderado en su país de origen. Me agrada que tomen riesgos.

—¿No extrañas Okinawa?

Yukie no meditó su respuesta:

—Ni un poco. Siento que en mi vida pasada fui europea, me siento muy cómoda aquí. Por fin estoy haciendo lo que me gusta, y además te tengo a ti. Desde que era una niña estuve muy interesada en este país, en su cultura, su música y por supuesto su idioma. Soñaba con el día en el que un extranjero guapo me llevara aquí, no creí que correría con tanta suerte—tomó la mano de Joshua debajo de la mesa—. Eres lo mejor que me ha pasado, en serio.

Al día siguiente Joshua tuvo que irse más temprano a su trabajo para conocer a Ny, una nueva sirena. El acuario tenía un total de nueve, las cuales, por supuesto, adoraban a Joshua. El hombre sonrió cuando, en los vestidores, se quitó su chándal y notó que Yukie había dejado un sobre en uno de los bolsillos de su sudadera.

Una carta, como los viejos tiempos.

Joshua se puso su traje de baño y se sentó para leerla. En la carta Yukie le daba las gracias por el maravilloso día de ayer y le deseaba que le fuera excelente en el trabajo. Ella se quedaría un par de horas más en la editorial revisando unos asuntos. En la mesita de noche dejó los primero capítulos de otra novela que empezó a traducir por gusto, esperaba que le echara un vistazo y le gustara tanto como Hiromi.

Joshua sonrió, besó la carta y la dejó en su casillero. Se dirigió a uno de los tanques de exhibición, ahí estaba Ny, era castaña y de cola azul. El contuvo un suspiro antes de entrar. Después de conocer a Dalia, todas las demás sirenas le parecían simples y toscas.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora