12

2.8K 334 8
                                    


Dalia, sentada en el sillón, miró la camiseta que cargaba puesta. Tenía estampada la imagen de una sirena con una diadema de perlas. Joshua la había usado ayer, aun tenia su aroma.

—Toru me entregó un libro muy interesante antes de irse—dijo Joshua desde la cocina, preparando su habitual café—. Dijo que Yukie me lo envía, es su favorito. Solo está disponible en japonés, pero ella pasó casi todo su tiempo libre traduciéndolo al inglés desde su segundo año de universidad. Sí que le apasiona eso de la literatura y la traducción.

Sonrió ampliamente y miró a su derecha por un momento, como si Yukie estuviera a su lado. Por la sonrisa y su tono de voz, Dalia podía asumir que se habían vuelto muy buenos amigos. Lo malo de ser una sirena era que no podía ver ni oír a los empleados del acuario más allá de los tanques en los que estaba recluida. Recordó que los primeros dos años, para entretenerse, solía inventarle vidas a cada miembro del personal a base de lo poco que se enteraba de ellos cuando los oiía charlar. Era una actividad interesante, pero a veces la deprimía.

—El libro se llama Hiromi—dijo Joshua sentándose junto a ella sosteniendo el libro en una mano y en la otra su café—. Fue escrito por Ken Yasuhiro, uno de los escritores más importantes en este país. Se publicó poco después de su muerte, luego de que su mujer revisó sus pertenencias y encontró un cuaderno raído que, como si se tratara de un diario, narraba la historia de un joven pescador que mantuvo un romance con una sirena a la que llamó Hiromi.

Dalia lo miró con los ojos muy abiertos. Joshua dejó el café en una mesita que estaba a su lado y abrió el libro.

—En las primeras páginas Yukie escribió que muchos seguidores de este autor piensan que no es una novela, sino su diario. él fue ese joven pescador. Era capaz de comunicarse con Hiromi por telepatía, ella le contó muchos secretos de su especie. Yo no suelo leer este tipo de obras, pero esta es interesante. ¿No lo crees?

La sirena asintió.

—Admito que me gustaría tener el poder del pescador para saber qué pasa por tu mente, Dalia.

El hombre se dispuso a leerle los primeros tres capítulos. Eran largos y muy descriptivos, por lo que Dalia podía imaginarse absolutamente todo. Se visualizó a sí misma como Hiromi y a Joshua como el pescador. Un calor agradable se apoderó de su interior cuando Joshua, con su voz aterciopelada, describió los besos que Yasuhiro le daba a la sirena.

Hiromi me contó que los humanos comenzaron a comer sirenas al darse cuenta de que, al hacerlo, podían adquirir algunas de sus virtudes—leyó Joshua—. Todo hombre que lo hiciera constantemente se volvía cada vez más hermoso y seductor. Pero, si pasaban mucho tiempo sin consumirlas, entonces el efecto se deshacía y además se mermaba su salud física y mental.

Hizo una breve pausa y miró a Dalia.

—¿No te incomoda escuchar esto?

Ella negó con la cabeza, y Joshua siguió:

Tienen sus virtudes, pero no para siempre. Solo hay una forma de que sí lo sean: que una sirena se enamore del hombre. Por eso a mi me empezó a ir tan bien en la vida, porque Hiromi se enamoró de mi.

Dalia recordó a Haruki, el hombre que la tenía a en su acuario privado: era maduro, muy atractivo y seguro de sí mismo. Se preguntó si él comía carne de sirena, si alguna de sus hermanas terminó hecha trizas en el plato de uno de sus amigos.

Sintió un escalofrío.

Sabía que su madre y hermanas eran vejadas, pero nunca creyó que también eran consideradas alimento.

Miró a Joshua, su bello perfil. De seguro él no había enamorado a una sirena, ni a dos, sino a todas con las que convivió a lo largo de su carrera. Por eso era tan irresistible, por eso todas las mujeres del acuario no podían dejar de verlo. El, sin saberlo, era miles de virtudes acumuladas.

Y creo que ahora también tienes las mías, pensó Dalia.

Estaba segura de que, aunque Joshua siguiera siendo el mismo hombre que vio en las primeras fotos de su álbum, aun así se hubiera enamorado de él.

La sirena apoyó la cabeza en su hombro y dejó de concentrarse en escuchar la lectura, solo en su tono de voz. Su atlética figura vagó en su mente, ahí todo era posible.

Ahí él besaba sus labios. Ahí correspondía sus sentimientos.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora