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—Creo que ahora esta es mi foto favorita—dijo Joshua, mirando la que agregó a su álbum el día de ayer. En ella aparecía sentado junto a Dalia en una enorme ostra abierta de utilería. él fue el primero en tomarse una foto con ella antes de que el parque abriera sus puertas y docenas de niños de distintas razas y alturas formaran una fila interminable para ver a Dalia de cerca. En esa foto Joshua se veía contento, sonriendo como un niño. La sirena, en lugar de estar viendo a la cámara, tenía sus ojos fijos en él.

—¿Verdad que salimos muy bien?—preguntó a Dalia, mostrándole la fotografía. Ella asintió con entusiasmo. El hombre le sonrió y dejó el álbum sobre la tumbona para después zambullirse en la piscina.

Dalia tomó su mano y nadaron juntos. En dos días ella volvería al acuario y quería recordar cada rasgo de Joshua: el pelo ondulado flotando caprichosamente bajo el agua, los cálidos ojos castaños tras las lentillas rojas, los labios delicados, la nariz recta, el cuello y las clavículas pronunciadas. Las semanas se le harían eternas sin ese hombre a su lado.

La criatura, viéndolo moverse con gracia a su lado, se preguntó si él también la echaría de menos y contaría los días para volver a tenerla en su casa. Joshua le había dicho que no pensaba irse en un largo rato, que le gustaba la isla, su nuevo trabajo y su compañía.

Una hora después el hombre salió de la piscina con Dalia en brazos. Antes de cambiarse de ropa la sentó en una silla cerca de la cocina y se dispuso a secarla. Su piel y cabello absorbían el agua muy rápido, así que no era una tarea complicada. Después, como siempre, le puso una de sus camisetas y la acomodó en el sillón. La ropa de Joshua estaba sobre la mesita de café. Esta vez, en lugar de irse a cambiar al baño o a su habitación, lo hizo ahí mismo, ante la mirada curiosa de Dalia.

La figura atlética de Joshua adquiría cierta fragilidad cuando nada la cubría. La sirena miró más piel, piel tersa y pálida que invitaba al tacto. Fueron apenas unos segundos, pero los disfrutó. Si todos los humanos andaban por la vida cubiertos era por algo, que él se mostrara así ante ella con tanta naturalidad la hizo sentirse especial.

Ya vestido, el hombre dejó su traje de baño cerca de una ventana, preparó café y entregó una taza a Dalia. Se sentó a su lado y bebieron. él le rodeó los hombros con su brazo y ella reclinó la cabeza en su hombro.

—¿Sabes?—dijo él luego de un sorbo—. Me fascina lo que eres, pero a veces me pongo triste de que no seas un ser humano como yo. Nos entendemos demasiado bien.

Dalia volteó a verlo con los ojos muy abiertos. él sonrió y le besó la frente.

—¿Sabes a cuantos como yo tendrías a tus pies si fueras humana? A miles.

Ella le regresó la sonrisa. Joshua iba a seguir hablando pero alguien tocó el timbre. él dejó su taza sobre la mesita de café y le dijo a la sirena que volvería rápido. Dalia, desde donde estaba sentada, no alcanzaba a ver al hombre con el que Joshua hablaba en el umbral. Su voz no le era familiar. Pasaron unos cuantos minutos y Joshua regresó a la sala cargando una enorme caja de cartón.

—Me la envió la que era mi esposa—dijo—. ¿Recuerdas aquella vez que me puse mal después de hablar con ella por teléfono? Fue por esto.

Dejó la caja en el suelo, justo frente a Dalia.

—Aquí están todos los álbumes de fotos familiares y videos. Ha pasado tanto tiempo y hasta ahora que va a volver a casarse decide darme esta caja. Si tan fácil se le hizo desprenderse de estas cosas, entonces debió dármelas desde el principio.

No sonaba molesto, más bien triste. Dalia lo vio sentarse en el suelo y abrir la caja. Su cabello seguía húmedo, estaba pegado a su rostro. El hombre se lo apartó de los ojos y sacó seis álbumes y otra caja más pequeña. Estaba muy serio y pensativo. Solo él sabía lo que sucedió, lo mucho que dolía. Dalia deseó poder cargar con parte de su sufrimiento para no verlo así.

—Aquí hay varias cintas—dijo Joshua viendo el interior de la caja chica—. Tengo una cámara de video que es compatible, podríamos verlos—miró a Dalia a los ojos—. ¿Eso te gustaría?

Dalia asintió. Joshua, notablemente más contento, fue a su habitación por su cámara y la conectó al televisor. Cuando estuvo listo, volvió a sentarse junto a ella y los videos empezaron. La sirena escuchó por primera vez la voz de Sadie, quien era la que grababa. Ella y Michelle estaban entre el público de un parque acuático. Adelante, en la enorme piscina, una orca nadaba con Joshua sentado en su lomo.

—Papá es el rey del agua—dijo Michelle, señalándolo—¿verdad, mami?

—Así es. Eso te hace la princesa del agua, Misch.

La orca se acercó al final de la alberca y chapoteó, mojándolas. Sadie y Michelle rieron y esta última secó el lente.

Dalia miró a Joshua, este tenía los ojos fijos en la pantalla. Una enorme sonrisa adornaba su rostro, pero las gruesa lágrimas no paraban de brotar. Dalia pensó en su propia madre, en cómo se habrá sentido cuando Haruki la regaló a uno de sus amigos y la separó de sus hijas. Recordó su voz, su mirada llena de asombro cuando la vio nacer. No pudo contenerse más, dejó que sus lágrimas escaparan. Joshua la miró y se las enjugó con sus pulgares.

—Lamento ponerte triste—dijo, y Dalia negó con la cabeza varias veces. Ver a Joshua desnudo de cuerpo y de alma significaba mucho para ella. él la apreciaba mucho, por eso podía abrirse tan fácilmente.

El hombre la abrazó y le despejó la frente para después besarla varias veces.

—Gracias, Dalia.

El cielo se oscureció, Dalia y Joshua no se dieron cuenta. Estaban muy concentrados en los videos y los álbumes. El hombre, ya sin llorar, le contó las anécdotas que le evocaban cada una de las fotos.

Te quiero, Joshua, pensó Dalia. Te quiero muchísimo.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora