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—No puedo creer que estoy de vuelta en mi trabajo—dijo Jun desde el asiento trasero, notablemente ansiosa. Toru, quien conducía, le sonrió en el espejo retrovisor.

Habían pasado poco más de dos meses desde que Dalia se fue a aquella casa con Joshua. Jun, durante ese tiempo, se dispuso a trabajar en el salón de belleza de su madre. Después de años embelleciendo a la sirena, le costó acostumbrarse a que las clientas le hablaran mientras les cortaba o teñía el cabello, también a que apretaran los ojos o hicieran muecas durante las sesiones de maquillaje. La textura de sus pieles y sus cabellos no tenían comparación con los de Dalia.

Jun se aburría, preguntándose cuándo volvería al acuario. Ahí se sentía una artista, Dalia era su lienzo.

—Oye, Watanabe—dijo ella después de un largo silencio.

—¿Qué pasa?

—¿Crees que todo salga bien?

—¿Te refieres al espectáculo de hoy? Sí.

No había dudas en su voz.

—¿Y...Cómo es que estás tan seguro de eso?

Toru volvió a sonreír.

—Espera a ver a Dalia.

Jun no hizo más preguntas. Al llegar al parque acuático, Toru la guió a la enorme piscina. Ahí se encontraban Hanako, Joshua y Dalia sentados en el borde. Mai y Yukie, por su parte, los veía desde una esquina. La estilista abrió los ojos a toda su expresión, no podía creer lo cerca que estaban todos de la sirena.

—¡señorita Jun, hola!—le dijo Joshua—¿Qué tal?

Ella seguía paralizada, con los ojos clavados en Dalia: la criatura tenía el cabello larguísimo, probablemente ya le llegaba hasta el final de su aleta. Lo tenía recogido en una trenza floja y su frente estaba despejada. No usaba sostén ni aretes o pulseras. Pareciera como si recién la hubieran sacado del océano, como si ahí hubiera vivido todo el tiempo. Dalia era más bella que nunca.

Cuando menos se dio cuenta, Jun la tenía a un paso de distancia. Se crispó, ¿en qué momento caminó hacia ella?

Dalia sonrió y estiró un brazo, tomándole la mano. Jun sintió su tacto frio, comenzó a temblar, pero no de miedo.

Emoción, tal vez.

—Es...es inofensiva—dijo por fin.

—Y cariñosa—dijo Hanako—. Me abrazó y no me soltó como por cinco minutos.

Los demás rieron.

Jun apretó los labios, pobre Dalia. Estaba sedienta de afecto, fue casi un lustro de total aislamiento, de permanecer inmóvil mientras Jun la acicalaba.

—Bueno, no hay tiempo que perder—dijo Joshua poniéndose de pie—. Vamos al salón, señorita Jun, queremos que la dejes radiante para el evento de hoy—miró con ternura a la sirena—. Bueno, más radiante de lo que ya es.

—¿Salón?

—Sí, es el doble de grande que el del acuario—dijo Yukie—. Nosotros ya fuimos a darle un vistazo, es increíble.

Joshua y Jun se dirigieron al mencionado salón después de que el primero secó a la sirena y la tomó en brazos para llevarla. La estilista miraba a Dalia de soslayo: ella abrazaba al hombre con delicadeza, su sonrisa no se borraba. Ellos dos tenían una conexión muy estrecha y poderosa, no era difícil darse cuenta.

El salón de belleza, tal como dijo Yukie, era enorme: Jun miró las paredes blancas, el tocador, el espejo de cuerpo completo. Había una silla de corte con un recipiente de acero en frente para que Dalia pudiera poner el final de su cola y así no deshidratarse. La mujer se perdió en los cosméticos, las planchas para cabello, los tubos para rizar, el amplio armario esperando ser abierto, probablemente lleno de sostenes y accesorios exquisitamente confeccionados.

Joshua dejó con suavidad a la sirena en la silla, el recipiente ya tenía agua. Dalia cruzó los brazos tras su cabeza y se reclinó, cerrando los ojos. Emitió un leve ronroneo, relajada. El hombre le acarició la cabeza y, tras dirigirle una leve sonrisa a Jun, salió del lugar.

—Hmmm, a ver, ¿qué haré contigo hoy?—dijo Jun a Dalia, estudiándola detenidamente—. Bueno, primero vamos con lo básico.

Dalia sonrió mordiéndose el labio inferior. Afuera, en la piscina, lucía más animal, pero dentro del salón era todo lo contrario. Había algo en su expresión, en sus ojos, que la hacían humana. Más humana de lo que Jun recordaba.

La mujer le deshizo la trenza con cuidado y alzó una ceja al ver que su cabello rozaba el suelo. Su olor a sal se intensificó, Jun esbozó una pequeña sonrisa. Siempre le había gustado ese aroma de brisa marina que Dalia emanaba.

Hurgó entre los cajones del tocador y encontró unas tijeras. Acto seguido, se dispuso a cortarle el cabello hasta la cintura, donde lo tenía antes de irse con Joshua. Prosiguió con su característico flequillo. Dalia disfrutaba el proceso, estaba feliz como una niña.

Cuando terminó, Jun se dirigió al armario. Había una gran variedad de sostenes, uno más sotisticado que el anterior. También miró con detalle las diademas, los collares y brazaletes. Tras unos minutos se decidió por un sostén rojo, una gargantilla con un relicario plateado y una diadema sencilla con perlas.

—¿Qué opinas?—dijo Jun mostrándole los accesorios a Dalia, quien asintió con entusiasmo.

Jun contuvo una risita al ver a Dalia levantar los brazos mientras le ponía el sostén. Antes ella debía mover su cuerpo inerte, como muñeca de trapo. Era mil veces más divertido trabajar así.

—¿Y cómo es convivir con Joshua?—le preguntó mientras elegía los cosméticos—¿Es todo un caballero, verdad?

Volteó a verla. Dalia asintió, se llevó las manos al pecho y suspiró, para después pestañear con exageración.

—Qué envidia.

Jun eligió un rímel dorado. Le encantaban las pestañas de Dalia, pues al ser blancas los colores le quedaban mejor. Debía esmerarse, el evento era muy importante. La maquilaría como una nereida, toda una diosa del agua.

Pasó la siguiente hora delineando sus ojos, dibujando pequeños espirales debajo de ellos, pegando diminutas gemas de fantasía, agregando brillos. Dejaba volar su lado artista, aquel que contuvo por tanto tiempo. Nunca dejaba de fascinarse por Dalia, por su belleza etérea, por su graciosa forma de mirarla y sonreírle.

Su encanto era más potente fuera del agua, cuando estaba en movimiento. Jun se perdió en ese par de rubíes brillantes, en los hilos de luna y en la piel de marfil.

Cuando Joshua volvió, encontró a Dalia aun más majestuosa que antes. Estaba cantando, y Jun, sentada en un banco a su lado, no apartaba sus ojos de ella.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora