Joshua, con delicadeza, puso cinco flores sin tallo en el agua. Dalia las miró con curiosidad. Cuatro eran púrpuras y una blanca.
—Se llaman Dalias, de ahí tu nombre—dijo él—. Estas son artificiales, pero no hay mucha diferencia con las de verdad. Tú eres esta—señaló la blanca—. Solo existe una como tú. Y no solo me refiero a tu apariencia.
Dalia abrió los ojos a toda su expresión, intrigada. ¿Qué la hacía distinta a las otras sirenas, además de su blancura inmaculada?
El hombre le dio una leve sonrisa.
—Tienes una personalidad muy distinta a todas las sirenas que he conocido—dijo—. Ellas nunca me hicieron daño y me apreciaban mucho, pero gustaban de jugar rudo y empujarme de vez en cuando o abrazarme con fuerza. Tú en cambio eres muy tranquila y te gusta escucharme. Hacía quince años que no hablaba largo y tendido con alguien.
Había un dejo de tristeza en sus ojos y en su voz.
La segunda vez que Joshua la visitó en el acuario lo miró tomar nota de todo lo que el personal del acuario le decía, de seguro la conocía a la perfección. Ella, por el contrario, poco sabía de él.
Joshua iba a hablar más, pero, al ver el rostro triste de Dalia, prefirió sumergirse. Ella hizo lo mismo y nadaron juntos por un rato. La alberca era lo suficientemente honda como para que él bailara graciosamente. Se divertía como un pez, y Dalia no tardó en tomarlo de las manos e imitar sus movimientos.
Por un momento deseó volver al túnel, ahí tendrían aún más espacio para nadar. Lo imaginó atrayendo a la mayoría de los peces, quienes se movían alrededor de él, como si los controlara con la mente.
Cuando volvieron a la superficie, vieron que había una leve llovizna. Dalia sonrió, maravillada. Era la primera vez que presenciaba algo así. El frio no le afectaba, así que podría quedarse viéndola todo lo que quisiera.
—¿Te gusta?—le preguntó él, y la sirena asintió—. Hice bien en solicitar una casa cuya piscina no estuviera techada. Yo quería que disfrutaras del sol y también de la lluvia.
Dalia le agradeció con la mirada y tomó su mano. Se quedaron unos minutos en silencio, mirándose el uno al otro. Poco a poco, la lluvia se intensificó.
—Me gustaría quedarme—dijo Joshua—. Pero podría pescar un resfriado, así que debo entrar. Regresaré ya que la lluvia se detenga, ¿de acuerdo?
Ella asintió y soltó su mano, pero se le veía triste. El entrenador le acarició la cabeza.
—Si quieres puedo llevarte adentro. No morirás por pasar unas horas fuera del agua.
Dalia se estremeció al oír eso. Jamás creyó que le sugeriría algo así. El deber de Joshua era cuidar de ella, hacerla más sociable y prepararla para el parque acuático Sakurai, no tenía por qué meterla a la casa. Las casas eran para los humanos.
Tal vez era buena idea. Joshua pasaba muy poco tiempo ahí adentro, solo iba cuando tenía que ducharse, cambiarse de ropa o dormir. Solía comer junto a Dalia sentado en el borde de la piscina y leía sus revistas sobre animales marinos. Si ella accedía a entrar y adaptarse a estar ahí de vez en cuando, entonces él comería y leería más cómodamente en una mesa o un sillón.
Dalia miró las flores flotando en el agua, se movían a causa de la llovizna. Luego clavó sus ojos en los de Joshua, tan rojos como los de ella. Asintió y él salió de la piscina. Despues abrió los brazos y ella nadó hacia él, quien la cargó con cuidado. Entraron a la casa dejando un rastro de agua. Joshua la sentó en un sofá que estaba cerca de una ventana y subió al último piso para secarse y cambiarse de ropa. Bajó con un pijama puesto y, despues de secar a Dalia con un par de toallas, le dio una de sus camisetas.
—De seguro siempre has usado esos sostenes vistosos, ¿te gustaría probarte algo más simple?—le dijo, y ella asintió y se la puso a la brevedad. Le quedaba algo grande. Su textura le gustaba, y además tenía impregnado el olor de Joshua.
El hombre puso a hervir agua en la pequeña cocina. Dalia miró alrededor, no habían muchos muebles: un sillón, una mesita con dos sillas, un televisor, un equipo de música y un refrigerador a poca distancia de la cocina. El lugar era austero y acogedor. La lluvia era cada vez más fuerte, Dalia se emocionó al oír los truenos y relámpagos. Joshua vertió el agua caliente en una taza y, al mezclarla con ciertos ingredientes que había en un par de frascos, el lugar fue invadido por un olor intenso y agradable. él, con taza en mano, abandonó la cocina y se sentó junto a ella. Dalia miró el líquido negro que él bebía, lo conocía bien, era café. Toru y Hanako solían beberlo en vasos de plástico, eso los mantenía despiertos. Dalia no creyó que esa bebida oliera tan bien.
Joshua le rodeó los hombros con su brazo.
—Me alegra que seamos amigos—dijo, mirando por la ventana—. Cada vez me es más difícil formar lazos con los de mi especie. Finjo ser muy sociable, pero la verdad es que no los tolero. Hace tiempo que me siento desconectado del mundo. Yo, al igual que tu, no tengo a nadie. Por eso entiendo lo mal que lo pasabas en el acuario.
Dalia apretó los labios. ¿Por qué se sentía solo? él era admirado por muchas personas, podría tener a la mujer que quisiera.
Algo muy malo le tuvo que haber pasado para pensar así. Dalia se sentía intrigada, pero, aunque pudiera hablar, no le preguntaría.
Quizá si Joshua amaba tanto convivir con sirenas era porque ellas no le cuestionaban nada, solo se divertían y jugaban. Dalia era aún más valiosa para él no solo por eso mismo, sino porque lo escuchaba, le daba paz.
Ella inclinó la cabeza en su hombro. él esbozó una leve sonrisa y bebió un poco más de café.
—Dalia, ¿podrías cantar para mi? Me gusta mucho tu voz.
Dalia, embriagada por el olor del café y de él mismo, entonó una canción dulce y melancólica.
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La última Dalia
Short StoryEl Safaia es uno de los acuarios mas prestigiosos en todo el mundo gracias a su atracción principal: una sirena albina. Tras casi cuatro años de tenerla en exhibición, los directivos deciden que es momento de hacer algo diferente. Y para ello requi...