Dalia y Joshua se volvieron aún más cercanos los tres días después de aquella tarde lluviosa: pasaban gran parte de la mañana nadando y, cuando caía la tarde, él la secaba y la llevaba al interior de la casa, ponía música tranquila en la radio y le contaba anécdotas de su trabajo. Dalia se perdía en sus ojos castaños, en el tono tranquilo de su voz y en el olor a café. Sentía envidia de todas las mujeres que estuvieron en su vida, aquellas que seguramente tenían momentos como aquellos diariamente.
De pronto Dalia se preguntó cómo sería su vida cuando volviera al acuario. Antes podía sobrellevar su aislamiento, pero ahora que sabía lo que era ser apreciada por alguien, le costaría aún más trabajo. Trató de pensar positivo: tal vez Joshua había llegado para quedarse. él era el único con el suficiente valor para estar cerca de ella, Safaia lo necesitaba. Y ella también.
—En unos días vamos a ir al parque acuático, te va a encantar—dijo Joshua desde la cocina, arrancándola de sus cavilaciones—. Vas a convivir con delfines, son los animales más lindos que he conocido jamás. Aguarda un momento, te mostraré.
El hombre dejó su taza en la mesa y subió al tercer piso. Dalia tarareó el ritmo de la música que estaba en la radio, esperando que Joshua no tuviera un delfín allá arriba. Lo poco que sabía de ellos era gracias a oír las conversaciones de los guías, y uno de los datos que más le quedaron presentes era el tamaño: los delfines eran animales muy grandes, incluso más que una sirena.
Joshua bajó al poco sosteniendo un pequeño libro azul de pasta gruesa. Tomó su taza y se sentó en el sillón junto a Dalia. No dejaba de sorprenderse por la naturalidad con la que él la trataba, como si no fuera un animal. Su olor salado parecía no molestarle, ni tampoco el hecho de hablar y hablar sin que ella tuviera la capacidad de contestarle.
—Mira, este es mi álbum de recortes—dijo él, entregándoselo—. Lo empecé a los 26 años, cuando vi una foto mía en el periódico. A partir de ahí, cada que me veo en una revista o diario, recorto el artículo o la foto y los pego aquí.
Dalia pasó las páginas con cuidado: en las primeras tenía el cuerpo más frágil, el cabello más largo y no era tan atractivo como en la actualidad. Se le veía contento sentado sobre el lomo una orca, lanzando una pelota a una foca; rodeado de niños, haciendo una pose heroica mientras estaba parado en la punta del hocico de un gran pez.
—Ese es un delfín—dijo Joshua señalando la última foto—. ¿Bonitos, verdad?
La sirena asintió.
—Son muy inteligentes y risueños. No suelen llevarse bien con la sirenas, pero estoy seguro de que tú serás una excepción. Y si no, entonces me meteré en un serio problema.
Soltó una leve risa. En serio este hombre no tenía temor a nada.
—No te preocupes, no son agresivos. Van a adorarte. Cuando el personal vea que convives con los delfines sin ningún problema, entonces habrá mas posibilidad de que se acerquen a ti. Si todo sale bien ten por seguro que nunca volverán a sedarte para sacarte de los tanques.
Sonaba muy seguro de lo que decía. Dalia, a pesar de siempre estar fría, sintió un leve calor en el interior de su pecho.
Siguieron viendo las fotos. Dalia, fascinada, apreciaba como la belleza y vigor del entrenador aumentaba poco a poco. Una que llamó su especial atención era una en las páginas finales. Lo más probable era que se equivocó al pegarla, pues en ella lucía joven y frágil como en sus inicios. Posaba frente a un tanque con una mujer bajita y menuda de cabello corto y rojo. En sus brazos tenía una niña con los ojos y nariz idénticos a los de Joshua. Usaba un bonito vestido y en su cabello tenía un broche en forma de flor.
Dalia la contempló por un largo rato. Después cerró el álbum y miró a Joshua, quien estaba tranquilo, pero triste. La sirena pensó que le quitaría el álbum y lo regresaría a su sitio. No fue así.
Joshua abrió el álbum justo donde estaba aquella foto y sonrió levemente.
—Sadie, era mi mujer, nos conocíamos desde muy jóvenes—dijo, señalando a la joven pelirroja—. La niña era nuestra hija, Michelle. Hace años que no sé de Sadie, me pregunto si ya se habrá casado de nuevo—suspiró—. Muy pocas personas saben esto, es lo bueno de viajar constantemente.
Dalia apretó los labios, no quería llorar. Ella nunca había tenido hijos, pero recordaba con total nitidez la expresión llena de horror de su madre cuando la sacaron de la pecera para jamás regresar.
Al irse Michelle, Joshua había perdido una parte de sí mismo. Por eso se ponía en riesgo, porque creía que su vida ya no tenía sentido. O tal vez porque, al hacerlo, lograba sentir algo, así fuera por un corto periodo de tiempo.
El hombre reclinó la cabeza en el hombro de Dalia.
—Conozco toda tu historia, Dalia—dijo—. Sé que tú si me entiendes. Estamos solos. Siempre rodeados de gente, pero solos.
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La última Dalia
Short StoryEl Safaia es uno de los acuarios mas prestigiosos en todo el mundo gracias a su atracción principal: una sirena albina. Tras casi cuatro años de tenerla en exhibición, los directivos deciden que es momento de hacer algo diferente. Y para ello requi...