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—Creo que nunca me acostumbraré a esto—dijo Toru con una sonrisa. Dalia, sentada en otra silla a su derecha, lo veía fijamente.

—Calla y no te muevas—contestó Jun, divertida, mientras le aplicaba pequeños diamantes debajo de un ojo. últimamente los shows que protagonizaba Dalia tenían cierta vibra circense; los trajes y maquillaje que los entrenadores usaban eran tan ostentosos como los de la sirena, y eso maravillaba al público. Las reseñas de revistas que Hanako y Toru solían leerle a Dalia decían que verlos en acción era como transportarse a un cuento de hadas.

La sirena sonreía levemente, esforzándose en sentirse viva una vez más. Cumplía con su deber, regresaba al tanque, jugaba con Macchiato y luego dormía, soñaba en azul. Como siempre, la rodeaban esas cálidas aguas infinitas, libres de peces y vegetación. Su madre y hermanas aparecían, la miraban con ternura pero ahora ya no se acercaban. Sus rostros seguían nítidos pero Dalia se dio cuenta de que ya no recordaba ciertos detalles, como sus colores de ojos o de las aletas.

Joshua no tardaba en aparecer. La sirena nadaba hacia él y lo abrazaba con todas sus fuerzas, triste de que esa versión de él no fuera tan cálida como la real. Todo lo demás era idéntico: su figura, su cabello oscuro, las lentillas escarlata ocultando el café claro de su mirar. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Cuántas sirenas convivían con él? ¿Cuántas ya se habrán enamorado?

Lo miró fijamente a los ojos, él sonreía con ternura. Dalia lloró, ahí sus lágrimas eran visibles, tan negras como sus garras. Ya no lo amaba como antes, eso lo sabía. Antes su amor no estaba contaminado por el egoísmo ni el rencor, le dolía saber que ahora lo despreciaba. Un poco, pero lo despreciaba.

Dalia acercó las garras al rostro del Joshua ficticio, este no se inmutó. Eso le bastó a ella para guardarlas, arrepentirse y pedirle perdón. Todo lo que ahí sucedía en ese momento era una representación demasiado fiel a lo que era el interior de su mente en los últimos meses, desde que Joshua se fue.

Los días seguían transcurriendo, muy iguales. Dalia y los buzos deleitaban a todo mundo, tenían estatus de celebridades. Unos minutos antes de los espectáculos Dalia se perdía en los ojos maquillados de Hanako o Toru, quienes se preparaban con la misma emoción que tenían la primera vez. Dalia los quería mucho, eran parte de su familia. Le pesaba no poder tenerlos en un pedestal igual que a Joshua.

De vez en cuando, la sirena recordaba aquella ocasión del año pasado, la primera y única vez que se lastimó a sí misma. Ese ardor, el ver su propia sangre mezclada con el agua, la hizo sentirse aliviada por un momento. Ese día su cuerpo temblaba, el tanque le parecía demasiado pequeño, deseaba poder ahogarse. Le dolía la cabeza, quería desaparecer pero no tenía el valor suficiente para encajarse las garras en el cuello.

El dolor después de herirse la hizo sentirse bien, pero esa emoción se evaporó en cuanto vio la figura de Toru surgir entre el agua coloreada de rojo, con la mirada llena de horror. él la rodeó con sus brazos y la sacó del agua. La sirena se estremeció en cuanto Hanako le encajó una aguja en el brazo. Era la primera vez en mucho tiempo, Dalia había olvidado lo mucho que detestaba eso.

Sin embargo, aquella vez eso fue lo que menos la hizo sentirse mal. Que su cuerpo se durmiera poco a poco no se comparaba con ver el rostro de Toru enrojecido por el llanto, sollozando, gimiendo, preguntándole por qué hizo algo así. Hanako intentaba calmarlo, pero era inútil.

Desde entonces, la sirena desarrolló la costumbre de ver a Toru fijamente mientras Jun le ponía su dramático maquillaje. Dalia jamás lo haría llorar de nuevo.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora