27

1.9K 239 21
                                    

De nuevo en la casa Rosenblum. Dalia no cabía en sí misma de la emoción.

El tiempo pasó muy rápido y, cuando menos lo esperó, Toru y Kenso la sacaron del tanque y le dijeron que ya era hora de volver.

La sirena, sonriente, se dejó acariciar por el sol. Esperaba a que Joshua terminara de hablar con Mai y Toru para que se retiraran y por fin pudieran estar solos. Ahora Dalia contaba con menos tiempo para disfrutar la compañía de Joshua, debía aprovecharlo lo más que pudiera.

Por fin el buzo y la veterinaria se fueron. Joshua se acercó a la piscina y se sentó en el borde, pero no metió los pies al agua. Dalia nadó hacia él y este le acarició la cabeza.

—Pensé que tardarían una eternidad en irse—dijo, y Dalia sonrió—. Iré adentro a cambiarme y tomar la pastilla, ¿está bien? Vuelvo en un rato.

La sirena asintió y no se movió de ahí hasta que él regresó con su traje de baño y la mirada roja. El hombre se zambulló y Dalia nadó hasta el suelo de la alberca para estrecharlo en sus brazos. Qué alegría, por fin volvía a sentir ese cuerpo tan cálido. Cuando volvieron a la superficie a la superficie y ella lo vio con más detenimiento, notó algo distinto. No sabía como explicarlo, pero este Joshua no era el mismo que vio la última vez. También olía diferente: el aroma a cloro y su esencia personal se mezclaba con una fragancia dulce, una que Dalia percibió antes pero no recordaba cuándo y en qué o quien.

Mientras nadaban juntos, la sirena lo vio más desenvuelto que nunca. El Joshua adulto no se hacía presente, en ese momento convivía con un adolescente, uno sin ninguna preocupación.

¿Y si ese tiempo que estuvieron separados él se dio cuenta de algunas cosas? Quizá llegó a la conclusión de que Dalia lo ama y de que él la ama a ella. Joshua, a la luz de las velas, había visto en Dalia algo más que un animal amistoso. Su compañía lo había renovado, lo aferró a la vida otra vez. El llegó a Okinawa con la misión de curar el alma de Dalia sin saber que ella terminaría curando la suya.

Un rato después él la sacó del agua, la secó en una de las tumbonas y, tal como siempre, la llevó adentro. Dalia sonrió al ver que una enorme foto de Michelle estaba colgada en la pared tras el televisor.

—Pude ordenar mis pensamientos estos días—dijo él sentándose en una silla—. Solo necesitaba un poco de ayuda.

Puso agua a hervir y preparó su habitual café. Dalia recibió su taza con agrado.

—Dalia, ¿tú crees que yo puedo ser amado?—preguntó, y ella asintió con entusiasmo.

él dio un sorbo a su taza, sonriente.

—Estas últimas semanas han sido las mejores.

Tenía la mirada perdida, los ojos brillantes. Dalia estaba sentada frente a él, pero sentía que como si no la estuviera viendo.

Joshua alargó una mano para acariciar el rostro de Dalia. El aroma dulzón se intensificó, la abrumaba. Ni siquiera el intenso olor a café lo eclipsaba.

La sonrisa de Joshua no se borró en toda la velada, y Dalia empezó a dudar de que la razón fuera ella. Un par de horas después él la regresó a la piscina y ella se quedó dormida al poco rato. En el océano de sus sueños, como siempre, estaban su madre y hermanas riendo y persiguiéndose unas a las otras. Joshua apareció al poco rato y la tomó de la mano. Dalia bajó y se le aceleró el corazón al ver que su cola había sido reemplazada por un par de piernas.

—Ahora puedo ser tuyo—le susurró él—. Todo tuyo...

Ella sintió calidez en los ojos, de seguro estaba llorando. Nada la haría más feliz que ser una mujer y así poder ser suya. Aunque él la abrazara fuerte, aunque la besara y le dijera lo mucho que la quería, siempre existiría una distancia. En ese momento Dalia envidió a los peces en el túnel. Ellos tenían emociones simples, no sufrían. Si ella no fuera una criatura híbrida no se enamoraría, no sentiría un vacío en su interior. Su parte humana la condenaba.

Joshua la salvó del aislamiento, eliminó ese dolor, pero terminó provocándole otro mucho más intenso.

Dalia soltó su mano y se alejó de él, la cola regresaba poco a poco. La metamorfosis ardía, la hacía sangrar. La sirena despertó sobresaltada y se crispó al percibir de nueva cuenta ese olor que la atormentó toda la tarde. Vio dos figuras en el jardín, charlando en voz baja.

Una era Joshua, la otra era Yukie. Tenían las manos entrelazadas.

Dalia los miró entrar a la casa. La luz de la ventana en el tercer piso se iluminó al poco rato. Cuerpos entrelazados, sombras en la persiana. La sirena sintió el regusto salado de sus lágrimas.

Rápidamente nadó hasta el fondo de la piscina. Ahí solo percibía el aroma propio y el del agua. Ahí sus lágrimas eran nada.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora