Era mediodía. Dalia llevaba poco más de cuatro horas despierta.
—Dalia, quiero que veas esto—dijo Joshua sentado al borde de la piscina. Dalia nadó hacia él para ver a qué se refería. Vio que él tenía en sus manos una pequeña caja de plástico y un frasco con una etiqueta.
—Esto es lo que uso para nadar con sirenas, delfines y tiburones—explicó él. Dalia abrió los ojos a toda su expresión, ansiosa por saber más.
él le entregó la caja y le pidió que tuviera mucho cuidado. Ella la abrió con delicadeza y miró adentro un par de círculos transparentes color rojo. Eran del tamaño de los aretes de perlas que Yukie solía usar a menudo.
—Tristemente no tengo tu asombrosa visión bajo el agua, todo me es borroso. Con estos soy capaz de ver bien, no tanto como tú, por supuesto.
La sirena lo vio colocárselos con destreza. Esos círculos se adaptaron al tamaño de sus ojos y, tras parpadear un par de veces, la mirada de Joshua se tornó tan carmesí como la de ella.
—Elegí unos del color de tus ojos, ¿te gustan?
Ella asintió. Toru también usaba, pero los suyos eran transparentes. Unos de color azul le quedarían bien.
El entrenador abrió el frasco y sacó una cápsula amarilla y negra.
—Y con estas respiro bajo el agua. El efecto dura 15 minutos, solo puedo ingerir dos al día.
Dalia tomó la cápsula y la estudió detenidamente. Nunca dejaba de impresionarse por todas las cosas que los humanos podían hacer. Tal vez en poco tiempo crearían una cápsula que convertiría su cola bífida en un par de piernas por un rato. Unas piernas largas como las de Hanako, no como las de Kaede, quien las tenía cortas y un tanto gruesas.
Joshua pasó la siguiente hora contándole a Dalia lo que hizo esa mañana mientras ella dormía: vio la televisión, leyó un artículo sobre peces guppy en el número más reciente de National Geographic y habló brevemente por teléfono con Mai, quien vendría en un rato.
—Hay que nadar mientras la esperamos—dijo, y Dalia asintió con entusiasmo.
El hombre ingirió una pastilla, entró a la alberca y nadó junto a ella. Era la primera vez que Dalia lo veía sumergirse. Dentro del agua era mil veces más atractivo: se movía con ligereza, despacio, elegante. Dalia no podía dejar de verlo.
Deseó poder hablar para decirle todo lo que sentía en ese momento y cada que lo tenía cerca. Sonrió levemente. Aunque pudiera, no encontraría las palabras indicadas.
Lo imaginó en esa misma alberca, rodeado de varias sirenas. De seguro era impresionante ser testigo de algo así: ver en total sumisión a esas bestias sedientas de sangre, aceptándolo como si fuera uno más de ellas. Dalia nunca había tenido ganas de devorar humanos, pero no tenía dudas que, de ser una sirena común, igual sería incapaz de ponerle una garra encima a Joshua.
Mai llegó al poco rato. Usaba un vestido con estampado de flores, parecido a varios que Dalia había visto en las turistas.
—¿Cómo se ha portado?—preguntó la veterinaria a Joshua, dejando una enorme mochila junto a una tumbona a cierta distancia de la piscina.
—Se ha portado muy bien. Es encantadora—respondió él, haciendo sonreír a Dalia. Mai volteó a verla: tenía un codo sobre el borde de la piscina, con la mejilla apoyada en la palma de su mano.
—Es la primera vez que la miro en movimiento fuera del tanque—dijo—. Es...increíble. Cuando Kaede, mi compañera, me habló de usted, no podía creer todas sus hazañas. Ese día saliendo del trabajo fui a la biblioteca para investigar sobre usted y no me quedaron dudas. Usted es un superhumano.
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La última Dalia
Short StoryEl Safaia es uno de los acuarios mas prestigiosos en todo el mundo gracias a su atracción principal: una sirena albina. Tras casi cuatro años de tenerla en exhibición, los directivos deciden que es momento de hacer algo diferente. Y para ello requi...