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El color azul turquesa predominaba en la clínica. Dalia permanecía acostada boca arriba en una camilla, contemplando el color. Kaede, una de las veterinarias del acuario, le aplicaba una crema transparente en los brazos. Ya tenía 66 años, pronto se iba a jubilar. Llevaba una semana capacitando a su reemplazo, Mai, una recién egresada. Era la primera vez Dalia veía a la esa chica, quien la estudiaba con profundo interés.

—Es muy bonita —dijo Mai. Dalia quiso sonreírle, pero no podía.

—Y alegre también, vieras lo agotado que deja al pobre Toru cada que la debe traer para acá. Le encanta jugar con él.

—Sí, lo he visto en acción. Es muy apuesto.

Kaede sonrió con diversión.

—Anda, deja de pensar en hombres y ayúdame.

Mai asintió y tomó un poco de crema, la cual empezó a untar en el abdomen y los pechos desnudos de la sirena. Le temblaban las manos, esa de seguro le parecía una experiencia muy emocionante.

—Qué piel mas hermosa tiene —dijo —. Y su cabello...

—Sí, pero es frágil, por eso le ponemos tanta crema. El cabello le crece a una velocidad impresionante, en una semana ya tiene el flequillo hasta la nariz —Kaede miró con detenimiento las escamas en la cola de Dalia, confirmando que estaban sanas y brillantes —. Ahora que va a pasar como dos semanas con ese tal Joshua Rosenblum tú vas a tener que ir hasta allá y llevar a cabo todo este proceso. Una pena, yo quería ser la que se quedara solas con semejante hombre, ¿has visto sus fotos en la revista Splash? Es muy guapo.

Mai le dirigió una mirada llena de asombro a su compañera.

—¿Entonces todo lo que he oído por ahí es cierto?

—¿A qué te refieres?

—A que pudieron encontrar a un entrenador para Dalia.

—Oh, eso. Pues sí. Joshua Rosenblum, ¿quién más? Solo él podría aceptar un trabajo con tanto riesgo.

—¿Quién es Joshua Rosenblum?

Esta vez Kaede fue quien la miró con asombro.

—¿No sabes quien es?

—No.

—Es un entrenador de animales acuáticos, es muy popular porque no tiene miedo a nada. Ha nadado con tiburones blancos y con sirenas sin ningún tipo de protección.

—¿Y no ha resultado herido?

—No, nunca. Muchos dicen que tiene el poder de hablar con los animales, pero yo no lo creo. Pienso que si le va tan bien es porque sabe cómo tratarlos. Para que aceptara el trabajo los directivos tuvieron que ajustarse a sus peticiones. Sus métodos son muy extraños, pero confían en que funcionarán.

Dalia también empezó a interesarse en lo que oía. Le emocionaba conocer a ese hombre, tal vez la llevarían a un lugar totalmente distinto al túnel o el tanque de exhibición.

—¿Qué pidió Joshua? —preguntó Mai.

—Pidió una casa aislada con una piscina, es todo. Ahí va a quedarse con la sirena por dos semanas. La quiere sin ningún sedante o droga, totalmente despierta.

—Lo va a hacer pedazos.

—O se convertirá en su amiga —Kaede miró a Dalia a los ojos —. Vas a pasar horas con un hombre guapo, así que aprovéchalas. Todas las veterinarias de aquí te tenemos envidia.

Mai rió.

—Saliendo de aquí voy a investigar sobre Joshua, ya me entró curiosidad.

—Va a venir en tres días, todas están vueltas locas.

—¿Tan guapo es?

—Es británico, claro que es guapo.

—De seguro no tanto como Toru.

—¡Oh, aquí vamos de nuevo —Kaede rió.

Una vez terminaron, la llevaron a la sala de Jun, la mujer que se encargaba de la ropa y cabello de Dalia. Ella le aplicó un tratamiento en el cabello, luego le cortó el flequillo y las puntas. Al final le cambió el sostén de conchas por uno de estrellas de mar color dorado. Siempre la hacía lucir como las sirenas en las ilustraciones de cuentos para niños. Cuando habían eventos especiales, Jun le ponía un labial rojo mate a prueba de agua y le hacía peinados muy extravagantes.

Ya en el tanque pequeño, Dalia pasó las horas rodeada de turistas, muriendo de aburrimiento. Los guías la veían con preocupación, y, en sus minutos de descanso, discutían sobre si Joshua tendría éxito con ella o no.

—Tal vez Dalia termine suicidándose como Lorelei —dijo uno de ellos.

Dalia no pensaba en eso. A veces le cansaba su vida, pero no quería quitársela. La pasaba mucho peor en casa de Haruki, apenas teniendo espacio para moverse. Mientras las horas de exhibición transcurrían lentas y monótonas, la sirena recordó sus días en aquel acuario privado donde nació. Ahí vivía con su madre y dos hermanas, las cuales fueron regaladas por Haruki a sus amigos al poco tiempo.

—Ella es única —solía decir Haruki a las mujeres que traía a la casa—. ¿Verdad que nunca habías visto a una así?

Dalia no tardó en entender que lo único que la protegía de ser maltratada y vejada como su madre y hermanas era la blancura de su piel y cabello. Cuando ellas se fueron deseó que estuvieran en un lugar mejor. Esos hombres de mirada fría y sonrisas maliciosas no tenían compasión.

A pesar de esas experiencias, Dalia nunca desarrolló miedo a los humanos en general. Gracias a la televisión que había a poca distancia del tanque, ella sabía que existían humanos buenos y humanos malos. Y algún día los conocería.

Solo tuvo que esperar poco más de un año.

El último grupo de turistas se fue y una hora después Dalia vio a Toru y Mai caminar hacia su tanque. Sintió un cosquilleo agradable en el estómago.

Todo el personal de Safaia eran sin duda humanos buenos.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora