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Toru, un joven de 27 años, era el encargado de alimentar y darle sus medicinas a Dalia. él Solía comer su almuerzo en el túnel. Se quitaba su chaqueta, la ponía en el suelo y se sentaba sobre ella. Comía su emparedado muy tranquilamente, viendo los peces. La sirena, escondida entre unas algas, lo estudiaba detenidamente. Se veía mejor sin el grueso traje protector. Ella creía que lo usaba porque su piel se deshacía si pasaba mucho tiempo en el agua.

Sentía curiosidad por la textura de su piel y su cabello. Aparentemente eran idénticas a las de ella, pero él poseía leves rasguños en las manos y sus labios secos tenían pequeñas grietas. Lo más cercano a tener contacto con piel humana que Dalia había tenido era cuando la sacaban del agua para darle sus medicamentos, trenzar su cabello o ponerle accesorios. Dalia permanecía inerte por el sedante, solo pudiendo mover los ojos. El efecto duraba hasta media hora después de estar de vuelta en el túnel, y ella tenía miedo de que si seguían inyectándola tarde o temprano ya no podría moverse de nuevo. Por eso Toru siempre la tenía difícil cada que debía sacarla. Dalia era buena escondiéndose y nadaba al doble de velocidad que él. Toru tardaba de quince a veinte minutos en atraparla.

La sirena sonrió levemente mientras veía a Toru beber su refresco. Odiaba las agujas que él clavaba en su carne, pero le gustaba cuando nadaban juntos. Se ponía feliz cuando Toru la seguía y daban vueltas por todo el tanque cuidando de no molestar a los demás peces.

Ella iba a salir de su escondite para que el la saludara, pero vio a Yukie entrar.

—Siempre aislado, ¿eh?—dijo Yukie.

—Ya sabes que amo el túnel y odio compartir mesa con la parlanchina de Watanabe a la hora del almuerzo—respondió Toru, sonriéndole.

Yukie, cuando hablaba con Toru o sus demás compañeros, usaba un lenguaje distinto a cuando Dalia era llevada al tanque pequeño y varios grupos de extraños de diferentes tonos de piel y cabello la miraban. Dalia entendía ambas lenguas, pero no sabía cómo se llamaban.

Cuando vivía en esa horrible pecera en casa de Haruki creía que el único lenguaje humano era el que él hablaba. Después de tres años en el acuario, le quedó claro que no había uno ni dos, sino más de diez.

—Amo este lugar—reiteró Toru tras de un breve silencio. Yukie se sentó a su lado y miró arriba. Un grupo de peces dorados jugaban.

—Te gustan mucho los animales marinos, ¿verdad?—preguntó Yukie a su compañero sin voltear a verlo.

—Quisiera ser uno de ellos. No tener que preocuparme por nada, solo estar ahí.

—¡Cierto! No me caería mal ser un pez ángel unas cuantas horas.

—¿Por qué un pez ángel?

—Porque son mis favoritos. Durante ese lapso de tiempo mi mente sería tan simple como la de ellos, así que olvidaría todas mis responsabilidades: los exámenes finales, el trabajo, los libros que no he terminado de leer debido al poco tiempo libre del que dispongo...—suspiró—. Solo nadaría.

—Oye, arriba ese ánimo. Solo te queda un semestre y medio y ya te habrás graduado. Te doy tus méritos, mi prima también estudió traducción literaria y dice que es muy pesado. Y ella solo se dedicaba a eso, no tenía más responsabilidades. Eres fuerte, Yamaguchi, solo resiste un poco más.

Yukie sonrió levemente y le dio las gracias. Se quedaron en silencio, viendo los peces. La chica se quitó la liga que recogía su cabello y pasó unos minutos peinándoselo con los dedos.

—¿Y qué planes tienes?—preguntó Toru.

—Quiero irme a Europa, cambiar de aires. He estado toda mi vida aquí y solo he salido dos veces a Tokio por excursiones escolares.

—¿Europa? Qué sofisticada.

—Sí, Inglaterra o Francia, me gustan los lugares románticos e inspiradores. Ahí conoceré a un chico guapo, nos casaremos y tendremos muchos hijos mestizos.

Toru rió.

—¿En serio?

—¡Claro que sí! ¿Sabías que los europeos nos consideran muy guapas?

Su compañero se calló por un instante y luego volvió a reír. El rostro de Yukie enrojeció.

—Bien, suficiente, hablemos de otra cosa—dijo—. ¿Has oído los rumores que circulan por ahí respecto a lo que están planeando los directivos del acuario?

—Vengo a comer aquí precisamente para no oír chismes, Yamaguchi.

—Puede que este sea verdad.

—¿De qué se trata?

—De Dalia. Tienen proyectos para ella, algo más que solo tenerla en exhibición. Ahora que Lorelei se ha suicidado Dalia es la única sirena albina conocida, han de querer aprovechar que va a volverse aún más popular.

Toru abrió los ojos a toda su expresión.

—A ver, vas muy rápido. ¿Lorelei se suicidó? ¿Cómo?

—Sí, con sus garras retráctiles, ya sabes, las que usan para cazar. Se las encajó en el cuello.

—¿Y por qué?

—Quién sabe, en el periódico no se decían muchos detalles. Tal vez por depresión. Pasó hace una semana.

—Ese idiota de Allen Mcdonie debió llevarla al acuario, no quedársela. Tiene el dinero para cubrir todas sus necesidades especiales pero de seguro su tanque era muy pequeño.

—No puedo dejar de pensar en Dalia, creo que también tiene depresión.

—No creo. Deberías verme cada que entro a atraparla, es como un rayo, y también juega a las escondidas. La pasa bien aquí, solo que las sirenas no son muy expresivas. ¿Y qué planean hacer con ella?

—Shows como los del Mermaid Aquarium de California, o llevarla al parque acuático Sakurai.

Toru alzó una ceja, escéptico.

—Pero los shows de baile dentro de tanques son llevados a cabo por nadadoras profesionales con colas de silicón, no sirenas de verdad. Y respecto a lo del parque acuático: Dalia no es una foca ni un delfín. ¿Recuerdas cuando hace 8 años un par de entrenadores intentaron domar sirenas para preparar un show en SeaWorld? Murieron al primer intento. Si es que los rumores son ciertos, entonces los directivos igual no podrán llevar a cabo sus planes porque ningún entrenador aceptará esa misión suicida.

—Tal vez alguno acepte.

—¡Por supuesto que no!

—Yo espero que sí, creo que sería positivo para Dalia. Todos los días la veo morirse de aburrimiento durante las horas de exhibición, me pondría contenta verla en acción, siendo más dinámica. Además ella no es una sirena común, es tranquila. Tú mismo me has dicho que llevas 5 años trabajando aquí y las sirenas antes de ella te arañaban y mordían. Dalia solo juega contigo.

—Sí, es verdad, pero todo puede pasar. Yo jamás entraría al tanque sin el traje protector. Las sirenas son criaturas feroces, se alteran con el más mínimo contacto de sangre humana. Morir a manos de ellas ha de ser lo peor.

Yukie miró hacia atrás. Dalia los miraba con la nariz pegada al cristal. Lucía muy graciosa.

—Hablando de criaturas feroces—dijo, conteniendo la risa.

Toru miró a Dalia y no pudo evitar sonreír.

—Hey, hola, ¿qué tal?

La sirena sonrió por unos breves segundos.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora