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Jun tarareaba una canción mientras aplicaba rímel transparente a Dalia. La sirena, sonriente, la estudiaba con detenimiento: esta vez se había puesto pestañas postizas y se rizó el pelo.

—Voy a recogerte el pelo hoy—dijo la estilista—. Te haría algo más elaborado, pero se arruinaría cuando te sumergieras. ¿Qué te parece una coleta alta? Te pondré tu tiara favorita.

Dalia asintió con entusiasmo en la mirada.

Estaba fingiendo, lo último que quería hacer ese día era celebrar.

—Voy a encender la radio, pondré la estación de música celta. ¿Podrías cantar, por favor?

La sirena asintió. Jun dejó el rímel sobre el tocador y encendió la pequeña radio portátil que siempre tenía en el salón. La estación estaba en comerciales.

Jun se dispuso a peinar a Dalia, quien empezó a cantar en cuando regresó la música. Se vio en el espejo: su rostro no delataba lo destrozada que se sentía por dentro. Podía seguir viviendo a pesar de que veía muy poco a Joshua, pero ahora que él se iría no sabía qué hacer.

—¿Todo bien, pequeña?—la interrumpió Jun—. Tu voz suena triste, no deberías sentirte así. Recuerda que vamos a una fiesta, ¿no es genial? A ti te encantan las fiestas.

Dalia suspiró. Su voz la había traicionado.

—No te preocupes, es normal que te sientas triste—dijo Jun—. Joshua fue tu primer amigo, pasaste mucho a su lado. Es duro saber que va a irse muy lejos.

Dalia asintió, dejando escapar unas cuantas lágrimas, las cuales contuvo desde hacía unas horas. Jun, enternecida, dejó de peinarla y giró la silla para abrazarla.

—Todo va a estar bien, muñeca, en serio—dijo—. Nos tienes a nosotros. A mi, a Toru, a Mai. Te queremos como no tienes idea, vamos a seguir cuidando de ti. Joshua ya cumplió con su misión, ya te acercó a nosotros. Ahora es momento de que regrese a casa.

A casa, reiteró Dalia en su mente. Pero aquí es su casa. Eso creí.

La criatura soñaba el día en el que regresaría a la casa Rosenblum. Hoy por fin así sería, pero para decir adiós. Joshua y Yukie se irían muy lejos a seguir con sus vidas. Dalia no tenía ni idea de cuándo lo volvería a ver. O si es que alguna vez volvía a verlo.

La noticia le llegó unos días atrás de boca de Hanako, quien charlaba con Toru durante el descanso del entrenamiento. Dalia, quien jugaba con Latte y Mocha, dejó de hacerlo en cuanto escuchó que mencionaron a Joshua. Hanako volteó a verla, sonrió y le explicó que Joshua estaba muy contento de volver a su país. Toru agregó que tendrían una pequeña fiesta en la casa Rosenblum y que por supuesto la llevarían. Dalia abrió los ojos a toda su expresión y se zambulló, llegando hasta el fondo de la piscina y sentándose en una esquina.

No, no podían estar hablando en serio, él no podía abandonarla. Eran muy cercanos, se querían mucho. Habían pasado por muchas cosas juntos, Dalia se volvió su confidente. Posaron ante docenas de cámaras y él siempre la sostuvo entre sus brazos, orgulloso. Más de una vez recalcó que Okinawa era su casa y adoraba su tranquilidad.

Los delfines se acercaron a ella, sentían su tristeza. Dalia les dirigió una sonrisa triste y los acarició, agradecida. Ellos en su momento también sufrieron la partida de Joshua cuando eran bebés, la entendían perfectamente. Toru se sumergió a los pocos minutos y Dalia actuó como si nada hubiera pasado.

Era lo mejor, no quería preocuparlos. Además debía ponerse contenta por Joshua. El siempre tuvo un destello de tristeza en su mirar, y este fue desvaneciéndose poco a poco desde que empezó a salir con Yukie. Dalia la conocía bien, era una chica tierna y muy paciente, perfecta para él.

Jun terminó de embellecerla. Dalia ya estaba tranquila.

Una hora después ellas, Toru, Kenso, Mai y Hanako ya estaban en la casa Rosenblum. Era la primera vez que Dalia los veía a todos juntos ahí: la pasaban bien en el jardín, junto a la piscina. Toru freía hamburguesas en una parrilla, dándole pedazos crudos a Dalia de vez en cuando. Yukie y Joshua eran inseparables, se reían de las anécdotas de Kenso, el aprendiz más rebelde de Joshua. La sirena, por supuesto, se limitaba a escuchar.

Estaba impresionada por la intensidad del calor interno de su cuerpo. Ese que antes era agradable, pero que ahora se manifestaba como un profundo ardor que parecía hervirle las entrañas.

Mañana se van.

A fin de cuentas ella no fue una sirena especial, Joshua la dejaría como a todas las demás. Quizá allá en Inglaterra trabajaría con otra.

Joshua se sentó en el borde de la piscina y le acarició el cabello como en los viejos tiempos. Dalia sonrió.

¿Cómo podía pensar eso? Claro que Joshua la apreciaba, por eso le abrió su mente y corazón y por eso la hizo entrar a su casa sin ningún problema. Simplemente no la amaba. Nunca la amaría, nunca la vería como una mujer.

Dalia lo miró a los ojos, preguntándose por milésima vez qué haría sin él.

—Voy a echarte mucho de menos, Dalia—dijo él, para después abrazarla. Ella se dejó embriagar en su olor tan único, esperando nunca olvidarlo.

—Lo hemos logrado—le susurró Joshua—. Ya no estamos solos.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora