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Mai y su compañera Reiko estaban en la clínica, hojeando revistas de chismes de celebridades para pasar el tiempo. Hoy era una de esas tardes en las que nada pasaba, en las que bien pudieron quedarse en la comodidad de sus casas viendo televisión. Mai bostezaba de vez en cuando; ayer fue el cumpleaños de su hermana y se divirtió hasta muy tarde en una discoteca. Solo durmió cuatro horas.

—Oye, Kawamura—dijo Reiko sin despejar los ojos de su revista—. ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?

Mai giró los ojos.

—¿Cual es?

—¿Es cierto el rumor de que te gusta Enoshima?

La joven no tuvo que meditar su respuesta:

—Me gustaba, pero ya no. Ahora es...distinto, menos reservado. A mi me cautivaba su timidez.

Toru empezó a cambiar poco a poco desde que Joshua se volvió su mentor: adquirió confianza y una mirada más traviesa. Mai notaba lo mucho que él se esforzaba por imitar a Joshua, ser un digno sucesor algún día. Las mujeres en el personal del Safaia no tardaron en notar lo diferente que era y empezaron a ser más cercanas a él. El Toru de antes hubiera oído despavorido, pero este aceptaba con una sonrisa el descarado coqueteo.

—Todas aquí necesitan un galán del cual hablar cuando se aburren en el trabajo—dijo Reiko—. Joshua ya no está, así que ahora lo más parecido es Toru.

Ambas rieron. Mai se puso de pie y le dijo a Reiko que iría por un café a la máquina expendedora.

—Me traes un refresco, por favor—le pidió Reiko.

Mai salió de la clínica y se estremeció al escuchar la voz de Hanako gritando su nombre en los pasillos. La vio llegar junto a Kenso y Toru, quienes cargaban a Dalia en brazos, inerte. Los buzos tenían sus manos y el torso manchados de sangre.

—¿Qué pasó?—exclamó Mai.

—¡No hay tiempo, solo curala!—contestó Toru, rojo por el llanto. Mai se quedó paralizada por un momento y no reaccionó hasta que su compañera la llamó por su nombre.

Reiko, al ver a Mai así, le dijo que ella se haría cargo. Y así fue: acostaron a la sirena en una camilla, a Reiko le tomó unos treinta minutos coser la herida que Dalia tenía en un costado de su cola. En ese tiempo Mai y los buzos se vieron entre sí sin decir una sola palabra. La criatura solo movía los ojos, le brotaban lágrimas abundantes.

—Ya está—dijo Reiko—. Fueron unos rasguños un tanto profundos, pero estará bien. Solo denle un par de semanas.

—¿Qué le pasó?—preguntó Mai sacando un formulario de un cajón de su escritorio—. Tenemos que darle un reporte al supervisor.

—Se lastimó ella misma. Ha estado algo seria últimamente, creí que era por aburrimiento—dijo Toru—. Dalia y yo estábamos ensayando en el tanque cilíndrico, ella se equivocó varias veces al bailar. Fuimos a la superficie para descansar un rato, entonces le pedí que por favor cantara la canción de la casa Rosenblum para que se animara un poco. Ya saben, la que casi siempre canta. Me miró con odio y sacó sus garras, creí que me atacaría pero en vez de eso se las encajó. Llamé a los demás, yo no quería que la sedaran porque sé que odia eso, pero solo así se detendría.

Toru se veía realmente triste por Dalia. Sonaba como un niño.

—Yo creo que hizo eso porque estaba harta—dijo Hanako.

—Puede ser—contestó Mai—. Los animales en parques acuáticos suelen reaccionar así cuando están bajo mucha presión. Ahora ponen a Dalia a cantar, bailar y entretener por muchas horas en la semana, era de esperarse que se estresara.

—Se me hace muy extraño que reaccione así justo ahora. Antes el trabajo no parecía afectarle—comentó Kenso—. Se divertía mucho.

Mai suspiró y acarició el cabello húmedo de la sirena.

—No es una máquina, ella siente—dijo—. Espero con el reporte le den menos trabajo. Los llamaré cuando se le pase el efecto del sedante, vamos a estarla observando.

—Yo me quedo—dijo Toru—. Ella es mi responsabilidad.

Hanako y Kenso se fueron. Toru tomó una silla y la colocó a un lado de la camilla.

—Lo siento, ya no volveré a pedirte que cantes—le susurró Toru a Dalia, acariciándole el rostro—. Fue culpa mía, no volverá a pasar, en serio. Solo no te lastimes así, nos preocupas mucho a todos.

Esbozó una sonrisa triste. Mai y Reiko lo observaron en silencio.

El buzo tarareó la canción de la casa Rosenblum. Las lágrimas de Dalia no paraban.

La última DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora