Me puse lo primero que encontré en el ropero, no había llevado mucha ropa, gran error, de seguro iba a tener que invertir en eso.
Bajé las escaleras y me topé con un par de ojos escondidos detrás de unos viejos anteojos. Nos miramos un breve instante, silenciosos. No dijo nada, y yo tampoco tenía ganas de hacerlo, pero finalmente algo estaba estrujado dentro de mí y amenazaba con instalarse en mi cuerpo durante el resto de mi estadía, era la necesidad de atravesar esa pared que habíamos erigido mi padre y yo sin razón alguna, o al menos no una de la que fuera totalmente consiente.
—Hola papá. —lo vi bajar el periódico y mirarme nuevamente.
—Hola Jo. —me saludó como si nos hubiéramos visto todos los días sin faltar ni uno de ellos y luego volvió a concentrarse en el periódico.
—¿Cómo te sientes?
—Bien.
—Tengo algo que decirte... —logré captar su atención aunque fuera para que me terminara de odiar del todo. —Anoche saqué el Ford... lo llevó la grúa. —suspiró fastidiado y volvió sus ojos al periódico. —¿No vas a decirme nada?
—¿Qué puedo decirte? Ya eres grande Jo. —Esa frase me dolió y me di cuenta que tenía muchas ganas de llorar de nuevo, e incluso quería gritarle muchas preguntas y reproches, pero las contuve, puesto que no quería empeorar las cosas.
—¿Necesitas algo?
—El Ford en la cochera. —dijo sin siquiera mirarme.
—Claro... —después del desayuno iría por el auto que parecía más importante que cualquier otra cosa del mundo, incluso que su propia hija.
Me senté en una de las mesas detrás de la suya, me preparé un suculento café doble, dos croissants y mientras me metía todo eso en la boca, repasé su cabello cano, la curvatura de su espalda, sus piernas delgadas y sin fuerza, el color ceniciento de su piel y sus manos levemente temblorosas. Estaba enfermo y era más que evidente, no sabía exactamente de qué, pero lamenté su frialdad para conmigo. Emilie se acercó a él y besó su frente mientras él le decía algo. Sentí que algo dentro de mí que se contrajo, era mi corazón celoso de que ella recibiera ese cariño de su parte. Algo de lo que yo carecía por completo.
—¿De verdad vas a comerte todo eso Jo? —me distraje ante sus palabras y asentí convencida de que era más que obvio que así sería y que lo extraño era que ella no lo hiciera.
—¿Hay algún problema?
—¿Los kilos que vas a engordar? —reí, yo no engordaba nunca... siempre había tenido los kilos que llevaba a cuestas y comiera lo que comiera, no se sumaba ni un gramo a ese número. Llámenme privilegiada, pero era mi realidad y agradecía que Dios me hubiera hecho así, con ese metabolismo espectacular, después de todo, merecía algo bueno en la vida.
—No me preocupa Emi... —Inspiró hondo y se sentó a mi lado.
—Bueno, esto es todo lo que tenemos que hacer hoy... —Abrí mis ojos al mirar su agenda. Era un listado interminable de actividades.
—Léemelas porque dejé mis lentes arriba.
—Ir a la prueba del vestido. Comida con James para ultimar detalles de las tarjetas de invitados. Planear sesión de fotos que obviamente harás tú. —tragué saliva ante las primeras actividades, ninguna me sonaba aceptable, al menos para mi corazón que ya de sólo escuchar su nombre se me resquebrajaba. —Hablar con el carpintero para que arregle la cerca y las barandas de los balcones principales. Ir a la iglesia...
—¿Y yo debo acompañarte a todo eso? —la interrumpí.
—Claro... —y siguió enumerando —Retirar las medicinas de papá, buscar algo de ropa decente para ti, comprar tu vestido... y otras cosas que dejaremos para otro día.
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La Desgracia que Enderezó el Eje de mi Vida
RomanceCOMPLETA Jo es fotógrafa de deportes y prestigiosa dentro de su trabajo, pero su vida es un desastre, al menos en la parte personal. La llamada de su hermana anunciando su casamiento y la necesidad de que vuelva a su pueblo donde ha dejado desde la...