Capítulo 26

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Cuando terminé de decirle todas las verdades que Emilie me había vomitado, quedó en silencio, supe que no terminaba de entender nada ni de creer que alguien maquinara tantas cosas, o que en la Villa pasara algo tan siniestro y oscuro.

Luego de un tiempo en que me recosté en su hombro y él me abrazó en silencio, acariciaba mi cabello y mi rostro relajando mi frente arrugada, mis ojos apretados y repletos de lágrimas, cuando el nudo que tenía en mi garganta comenzaba a disiparse, habló.

—¿Qué vas hacer ahora?

Me quedé pensativa, pues  sabía la verdad, sí, pero no me bastaba. Mi madre merecía algo más que ser la loca que abandonó a sus hijas y a su perfecto esposo para largarse sin importarle nada más. Ella merecía que se supiera la verdad y que se aclararan las cosas.

—¿Me llevas a la oficina de algún abogado? —frunció el ceño y finalmente esbozó una leve sonrisa.

—Claro que sí...

Condujo hacia allí y a cada minuto, desviaba su mano y tomaba la mía apretándola. Me sentí contenida y acompañada, me sentí feliz de tenerlo y triste de dejarlo, sabía que había llegado el momento de irme.

Aparcó y rebusqué entre las cosas que había cargado en el auto, todo lo que había recolectado de mi madre. Entramos a la oficina y aguardamos a que me atendieran, mientras pensaba y repasaba todas las palabras que me había dicho Emilie, su crudeza y su desparpajo para hacer todo aquello. Cuando finalmente nos atendieron, le extendí las cosas sobre la mesa y comencé diciéndole mis intenciones principales: limpiar el nombre de mi madre. Me detuve un buen rato contándole toda mi historia, como había comenzado y cómo Emilie me había contado todo lo demás.

Tomó las pruebas que tenía y aunque no me dio muchas esperanzas, puesto que mi padre había muerto y Emilie había sido sólo oidora de una confesión, no me llenaba de ilusiones, pero sí me indicó que comenzaría la tarea, ya eso me daba cierta paz.

Nate condujo hacia la terminal del bus y cuando detuvo el motor me miró y yo a él. Estábamos nerviosos y silenciosos, tomó mi mano y la apretó. Me aproximó a él y apoyó su frente en la mía, besó mis labios suavemente y acarició mi rostro.

—No quiero que te vayas.

—Nate...

—Sí, ya sé... ¿Quieres que me quede a esperar contigo? —me quedé pensando y deseaba decirle que sí, que me acompañara y me abrazara todo el rato, pero supe que sería peor.

—No... mejor no. Será más difícil cuando vea a todas las mujeres abalanzarse sobre ti apenas me suba al bus —quise hacer un chiste que quitara drama a esa despedida que dolía como una maldita herida, pero él no sonrió, sólo asintió y besó suave mis labios. Creo que me entendía y sabía que me costaba tanto como a él.

Bajó las cosas del maletero y caminé con el carrito de mi valija y la mochila al hombro. Me volteé a verlo una sola vez y mi corazón se estrujó como un débil papel. Seguía pensando lo mismo que la primera vez que lo conocí. Era el tipo perfecto, guapo, dulce, amoroso, perfecto por donde lo miraras, capaz de sanar mis miedos y mis dolores y encima de todo, que me amaba y que se había ganado mi corazón a fuerza de los besos más tiernos y dulces. Levantó su mano y yo hice lo mismo. Seguí caminando y no me giré de nuevo para verlo, no quería tentarme o dudar más. Cuando me senté en el banco de la terminal no pude soportarlo  y miré en su dirección, pues no aguantaba la idea de que estuviera allí y no me abrazara, pero su auto no estaba. Comencé a llorar como una tonta, no quería dejarlo ni yo quedarme, me dolía que su auto no esté, que ya se hubiera ido como si yo no le importara, era tonto el pensamiento, lo sé, pero era egoísta y si por mí hubiera sido, le hubiera pedido que dejara todo para venirse conmigo, pues yo era así, no quería arriesgar nada pero tampoco perder lo que amaba. Me recosté en el asiento y miré mi teléfono. Aún faltaban veinte minutos para el horario de salida y supuse que podría haber una demora. Marqué el número de Walt y le llamé.

La Desgracia que Enderezó el Eje de mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora