Capítulo 3

4.1K 539 25
                                    

Masticaba el bocado enorme que tenía dentro de mi boca, escudriñada por esos ojos que observaban cada uno de mis movimientos, que para ese instante desesperada buscaba servilletas para limpiarme, obviamente no había, pues yo solía tener esa suerte. Para culminar con esa desgracia, lo vi volverse y tomar un servilletero de la mesa contigua, y aún sin decir ni una palabra me lo acercó y en la impotencia tomé muchas, hice saltar el resorte y todas las servilletas cayeron sobre la mesa y el piso. No podía hablar de lo atragantada que estaba y me desesperé por juntarlas mientras me ayudaba. 

Cuando finalmente, luego de semejante vergüenza pude tragar ese bocado, seguía mirándome, me hizo enarcar una ceja y con cara de pocos amigos aguardé que me dijera algo, o específicamente qué necesitaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Cuando finalmente, luego de semejante vergüenza pude tragar ese bocado, seguía mirándome, me hizo enarcar una ceja y con cara de pocos amigos aguardé que me dijera algo, o específicamente qué necesitaba.

—¿Josephine Lewis? —Me sorprendí, pero asentí, lo miré unos segundos más en que aguardé que dijera algo más y al mismo tiempo rebusqué en mi mente algún recuerdo que trajera un nombre a  ese rostro familiar, pero nada me venía a la mente. Me sonrió y se puso de pie, lo vi caminar de espaldas, que créanme era la espalda más perfecta que estos ojos alguna vez habían visto, ancha en los hombros, cintura estrecha, la camisa dejaba el espacio justo para no pegarse a su piel, pero podías apreciar los músculos de sus brazos y ese abdomen plano.

—¡Hey! —grité para llamar su atención, pero obviamente me ignoró.

Levanté el ala de mi nariz haciendo mueca de desagrado, pues el engreído había disfrutado sin duda el espectáculo que había dado y al mismo tiempo se mofaba de mí, pues no se había dignado si quiera a decirme su nombre.

Retomé mi hamburguesa y me dispuse a seguir disfrutándola sin importarme nada más que el sabor de esa carne poco saludable.

Luego de comer semejante manjar hipercalórico, la mesera me trajo el postre, había decantado finalmente por el exquisito helado, que por cierto me ayudó muchísimo a ahogar mis lamentos y mis penas. Pagué y me decidí a volver a la casa a descansar algo, sabía que al día siguiente empezaría Emilie a volverme loca.

Salí del local y para mi sorpresa mi Ford no estaba. Miré a ambos lados de la calle, y lo único que vi fue un hermoso cartel que decía "Prohibido Estacionar". Inspiré hondo y llevé mis manos a mis bolsillos fastidiada del todo. ¿Cómo es que en un pueblo no hay taxis y hay grúas? Maldije La Villa por lo bajo y con dudas de qué hacer o cuáles eran mis opciones, tomé el camino. Doble caminata estricta para el mismo día era demasiado, por no decir el problema que me traería en la casa haber perdido el viejo Ford de papá.
Cuando la oscuridad del camino comenzaba asustarme, las sombras de los árboles tomaban formas terroríficas y mi mente imaginativa ya me hacía enterrada en algún hueco del camino, un auto amainó la velocidad y al notarlo mis pies apuraron el paso dispuestos a correr a la primera seña de sentir una puerta abrirse. El muy desgraciado, iba prácticamente a mi lado, a la mínima velocidad que el embrague levemente levantado puede darle al motor. Miré de reojo y luego de unos segundos en que la tenue luz de la luna apenas creciente dio en él, supe de qué auto se trataba. Me frené de una y atesté una patada a la puerta del vehículo.
Sí, fue una estupidez, pero es que ya era demasiado y de verdad que iba asustada. Obviamente, la consecuencia de mi acto reflejo fue un reflejo exactamente igual de abrupto. Aquel tipo perfecto frenó en el acto y bajó del auto cerrando de un portazo y ofuscado.

La Desgracia que Enderezó el Eje de mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora