Capítulo 11

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Miré el reloj y apuré el auto, tenía un mensaje de Nate.

—¿Vienes?

Y de eso ya hacía veinte minutos. No quería perderme la bendita cita, así que rápidamente le envié un audio.

—Perdón Nate... estoy en camino... por favor espérame.

Tomé la ruta principal y aceleré lo suficiente para hacer chirriar mis frenos al acercarme a la casilla y al puente.

Estacioné el auto y no podía localizarlo por ningún lado y temí que se hubiera ido. Rodeé la casilla y sonreí al encontrarlo allí. Estaba guapísimo, miraba hacia el lago y se había apoyado en una de las columnas. No podía creer que ese tipo quisiera estar conmigo, pero en fin...

 No podía creer que ese tipo quisiera estar conmigo, pero en fin

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—¡Hey! —grité y lo hice volverse hacia mí. Llevó sus brazos sobre el pecho y me miró extraño mientras fruncía la frente.

—¿Tienes idea hace cuanto estoy aquí Lewis?

—Lo siento... de verdad que sí... estaba del otro lado de la villa.

—Ya se enfrió la comida...

—No... ¡por Dios no me digas eso! —dije llevando mis manos al rostro como si fuera la catástrofe más grande y lo hice reír.

—Ven, vamos... Hazme acordar cuando sea tu cumpleaños voy a regalarte un reloj con campanilla, para que no seas tan impuntual.

—Buena idea... me vendría de pelos.

Buscó una canasta en el maletero de su auto y nos metimos por unos caminos estrechos entre los árboles.

—¿Falta mucho? —comenzaban a dolerme las pantorrillas y estaba agitada. Lo vi volverse y mirarme extrañado.

—¿Estas cansada?

—Exhausta, sin aire, adolorida y agotada.

Largó una carcajada.

—Jo, apenas habremos caminado trecientos metros...

—¡Es mucho! ¿No te das cuenta que no estamos en la ruta donde todo es plano? Estas subidas y bajadas, los arbustos y las raíces de los árboles están matándome.

—¿Quieres que te cargue? —dijo con ironía y morí por decirle que sí.

—No es mala idea... —volvió a reír.

—Tú lo que necesitas es llevar una vida saludable y ordenada.

—Sí, señor perfecto.

—De verdad... mucho café, comes porquería y no sabes lo que es mover un músculo. En síntesis... mucha ciudad.

—Sí... puede ser... pero de verdad, ¿falta mucho?

—Ven, dame la mano. —me extendió la suya y aunque por un instante dudé, la tomé. Se sentía tan fuerte y segura que quise que la sostuviera allí y no la soltara nunca. Me ayudó a bajar por una parte bastante empinada y finalmente me detuve. Se veía un claro al lado de un brazo del lago que se convertía en un corto río pequeño y claro. Tan transparente era el agua que podías ver el fondo y hasta los peces. La hierba era fina y agradable para tumbarse en ella y había un sauce que dejaba sus hojas caer como una cortina dando una sombra perfecta.

La Desgracia que Enderezó el Eje de mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora