Conduje de regreso a la posada, con mil pensamientos invadiéndome, finalmente yo era Josephine Porter, o ese debería ser mi nombre, obviamente suposiciones y conjeturas mías no podían ser determinantes, pero dentro de mí estaba segura. Me pregunté si mi madre se lo había dicho a aquel hombre, si mi padre lo sabía... estaba aturdida y sin saber cómo seguir con todo aquello. Tal vez papá los había descubierto en alguno de sus encuentros a solas, tal vez se había enterado de que yo no era su hija y por eso me odiaba, por eso la había matado y había escondido sus documentos... Llevé mi mano a mi sien y la apreté, me sentía tapada de dudas y preguntas que necesitaba aclarar y al mismo tiempo, que me atormentaban.
Ese viaje había cambiado mi vida para siempre, y a pesar de que no faltaba demasiado para que pudiera volver a mi hermosa rutina diaria, sentía que necesitaba saber mucho más, que quería huir y a la vez quedarme, que necesitaba alejarme y al mismo tiempo la idea de dejar a Nate en el olvido me resultaba una odisea muy difícil de sortear.
Dios sí mi había sorprendido esta vez, haciendo que ese hombre apareciera en el momento justo, pero en el lugar equivocado. Suspiré con pesadez y miré el lago cristalino y la luz tenue del sol que comenzaba aparecer entre las pesadas nubes tormentosas.
Doblé por el camino lateral que había apenas cruzabas el puente, y cuando miré por el espejo retrovisor, allí estaba, esa camioneta que había seguido mis pasos desde la casa de Nate. Fruncí el ceño, extrañada de que fuéramos los dos hacia el mismo lugar, y al mismo tiempo me pregunté si no sería Ralph Porter.
Tragué nerviosa y apuré la velocidad, aparqué en la posada y miré hacia atrás, pero no había señales de la camioneta ni de ninguna persona. Suspiré pensando que si todo seguía así, acabaría por volverme loca.
Tomé mi mochila y entré para toparme con Emilie que fastidiosa atendía las cuestiones del almuerzo de la posada.
—Jo, ¿qué haces todo el día fuera? ¿Puedes ayudar?
—Sí, claro... —dije de mala gana, pues estaba agotada de tantas preocupaciones y deseaba recostarme un rato.
—Por favor, controla la lista del mercado con la cocinera...
Tomé el papel y fui hablar con la señora Huss. Anoté todo lo que faltaba, verduras, carne, pastas, tomate envasado, condimentos, papel de cocina, manteles individuales y la lista seguía y seguí. Cuando al fin repasamos todo y constatamos que nada se nos olvidara, volví al escritorio y me senté allí a esperar a Emilie mientras cogía el teléfono cada vez que sonaba y agendaba las reservaciones para los próximos días. Según Em, sólo aceptaríamos hasta el viernes de la semana entrante, pues luego estaría la posada dispuesta para lo del matrimonio.
Su móvil comenzó a sonar insistentemente y ella no aparecía por ningún lado, primero me dispuse a ignorarlo, y luego de tres veces, lo cogí.
—Sí...
—Señorita Lewis —estaba por aclarar que no era yo, pero prosiguieron y no me quedó otra que escuchar el mensaje —soy Jane Lawrens, represento a la empresa Building Corporation. Le enviamos un mail hace unos días con la propuesta final, y necesitamos que concretemos el proceso para poder abocarnos a los detalles finales.
—Aha —me limité a contestar.
—¿Cree usted que podamos tener todo listo para la semana entrante?
—Aha.
—¿Señorita Lewis?
—Sí, estoy aquí,
—Muy bien, esperamos su respuesta pronto.
—Sí claro.
—Adiós señorita.
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La Desgracia que Enderezó el Eje de mi Vida
RomansaCOMPLETA Jo es fotógrafa de deportes y prestigiosa dentro de su trabajo, pero su vida es un desastre, al menos en la parte personal. La llamada de su hermana anunciando su casamiento y la necesidad de que vuelva a su pueblo donde ha dejado desde la...