Capítulo 4

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- No le caías muy bien a quien te sugirió esto, ¿verdad?

- Era lo más barato que había en la ciudad y no me lo sugirió nadie, lo encontré yo.

Alison y Emily aún se encontraban en el umbral de la puerta de lo que sería su “casa” durante los próximos días, al menos hasta que consiguiesen aclararse con el presupuesto que tenían y aprendiesen a desenvolverse mínimamente por la ciudad.

Al fin estaban en París. Y no era ni de lejos lo que se habían imaginado. Cada vez que Alison había pensado en París la había imaginado como un gran espectáculo luminoso. Había soñado con sus grandes avenidas y sus inconfundibles monumentos, todo bañado en una luz deslumbrante que haría de la noche un escenario secundario, convirtiendo el lugar en una de esas ciudades que nunca duermen.

Y sí, cuando el avión había aterrizado eran las 5:15 de la mañana y el sol aún no se había levantado, por lo que se podía decir que era noche; y sí, cada rincón de la ciudad parecía tener una oportuna farola que evadía la oscuridad; pero no habían visto ni un triste monumento, el taxi que las había transportado desde el aeropuerto hasta la ciudad les había costado demasiado y no es que hubiesen acabado en el barrio más “alegre”.

El hotel que la rubia había encontrado en internet estaba situado en el distrito XX de la ciudad, uno de los más alejados del centro turístico. Aquella porción de la ciudad se caracterizaba por un sitio que todo parisién conocía, el Père-Lachaise… el cementerio Père-Lachaise.

Después de que el taxista se recrease paseándolas por los exteriores de aquel siniestro lugar consiguieron llegar al Hôtel Céleste, un pequeño hostal capitaneado por una pareja de ancianos, los cuales alzaron una ceja cuando Alison pidió en un francés fluido una habitación doble pero con una sola cama (les salía más barato y, de todas maneras… ¿qué más daba? Ahora eran una pareja y… bueno, compartir cama no sería algo nuevo).

El edificio en sí era pequeño, apenas contaba con 30 habitaciones, 10 en cada uno de los 3 pisos que lo conformaban. Y esas habitaciones eran aún más reducidas.

La puerta conseguía abrirse sin problemas, pero solo por unos escasos milímetros que la separaban de la cama doble, la cual, básicamente, constituía toda la estancia. La colcha que cubría el colchón tenía un dudoso color amarillento. Las paredes, que probablemente habrían vivido mejores momentos en otros siglos, contaban con numerosas zonas desconchadas y el blanco que debía pintarlas era más bien gris. El suelo estaba cubierto por losas, algunas sueltas, otras intactas, todas con una mezcla de marrones que no llegaba a ser desagradable. La única luz existente provenía de una lámpara que colgaba del techo, que parecía peligrosamente pesada y estaba colocada justo sobre la cama. En la pared contraria a la puerta había una pequeña ventana rectangular que daba al exterior, seguramente a uno de los muros del cementerio. Y el baño se encontraba a la izquierda de la puerta, cerrado, para el alivio de ambas. Se podría decir que el lugar era un tanto… desolador.

Alison dejó escapar el aire que había contenido mientras echaba un vistazo general al lugar. “Esto es lo que hay”, se dijo, y dio un paso hacia el interior, sintiendo como Emily la seguía. La rubia dejó su única bolsa de equipaje en el primer espacio que encontró en el suelo y comenzó a pensar como colocaría las cosas que llevaba consigo, porque allí solo había dos tristes percheros, nada de armarios, y las mesitas de noche que había a cada lado de la cama no parecían tener mucho espacio en el par de cajones que las conformaban.

La morena, por su parte, cerró la puerta de la habitación con cuidado y siguió observando el cuarto, reparando en detalles tales como las telarañas que decoraban la lámpara o las extrañas formas que adquirían los imperfectos de las paredes.

Contra todo el desencanto que pudiera haberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora