Capítulo 30

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A veces, cuando despertaba, Emily no sabía dónde estaba.

No le pasaba siempre, no, pero cuando le pasaba era bastante desconcertante.

Había días en los que la morena abría los ojos y se encontraba con un techo gris casi desconchado, tumbada en una cama vieja y vacía, escuchando el distante ir y venir del tráfico en el exterior, sintiendo el frío del invierno colándose entre las sábanas.

Y no tenía ni idea de dónde estaba.

Esos días debía esperar unos segundos con el corazón en un puño a que su cerebro reaccionara y dedujera que se encontraba en la capital de Francia, que llevaba allí algún tiempo y que no estaba sola, por muy desierta que estuviese la habitación.

Le resultaba un tanto difícil llegar a esas conclusiones y mantener el pulso tranquilo cuando las cuatro paredes que la rodeaban eran completamente impersonales y parecían estar a punto de venirse abajo por lo que, últimamente, cuando empezaba a despertarse y tenía la sensación de que aquel colchón sobre el que estaba no era el de su casa, había optado por permanecer con los ojos cerrados hasta que su mente alcanzara la consciencia junto con su cuerpo.

Aquella mañana fue una de esas mañanas en las que, sin ni siquiera abrir los ojos, intuyó que no se encontraba en Rosewood. Pero, a diferencia de otras mañanas, en lugar de sentir como el pulso se disparaba en su pecho, Emily solo fue capaz de percibir una calidez reconfortante inundando todo su cuerpo. Tenía la sensación de estar cubierta por algo más suave que las sábanas, algo que, aunque pesaba sobre su figura, la mantenía tranquila y arropada, en paz.

Aquella mañana fue de las pocas mañanas en las que Emily no despertó sola en París.

La morena mantuvo los párpados inmóviles durante unos segundos más, concentrándose en la inconfundible textura de otra piel sobre la suya, en esos latidos que doblaban los de su corazón a la altura de sus costillas, en las ráfagas de calidez extra que chocaban contra su cuello de forma regular.

Estaba en París, en una habitación en ruinas, en uno de los distritos menos céntricos de la ciudad, viviendo de un trabajo que no sabía cuánto duraría... y estaba con Alison.

Parecía mentira que aun fuera capaz de emocionarse solo de pensar que tenía a la rubia para ella sola, a esas alturas ya debería haberse acostumbrado.

Sonrió sin darse cuenta y solo supo que no era la única consciente en aquel cuarto cuando un beso cayó sobre su clavícula derecha.

Alison suspiró sobre ella, comenzando a desperezarse, sin separarse de su cuerpo. La morena sintió como los músculos de la rubia se contraían mientras la chica bostezaba, volviendo a relajarse al instante. Emily sonrió con más ganas y apoyó la barbilla encima de la cabeza de la rubia, afianzando el abrazo que le había dado durante toda la noche, feliz de poder tenerla de aquella manera.

- ¿Estás despierta? – Preguntó Alison en un susurro, acariciando su costado izquierdo, casi haciéndole cosquillas.

- Ajam... - Contestó la morena y al instante recibió otro beso y otro más, los labios de la rubia caminando por su cuello.

- Buenos días. – Le dijo al oído antes de incorporarse ligeramente hasta poder colocar su boca a escasos centímetros de la de ella.

- Hola...

Dios, que manera de despertar más impresionante.

Su pelo estaba entre sus dedos, su lengua en su boca y su cuerpo sobre su figura. Ella, simplemente ella, en todas partes.

Cuando Alison se separó de sus labios Emily abrió los ojos y se sintió como si estuviera en un sueño, un sueño de mechones dorados, ojos azules y sonrisa sutil, un sueño tremendamente bonito.

Contra todo el desencanto que pudiera haberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora