where did it all go wrong? // Zárate x Pavón

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2019

Fecha: ¿Importa?

Para Cristian Pavón, aunque nunca vas a leerlo.

No sabía cómo empezar a escribir esto, no sabía siquiera si podría escribir algo. Tal vez sean días, noches, madrugadas totalmente oscuras o madrugadas teñidas con ese sol que apenas se muestra. Y el tiempo que me costará escribir se debe al dolor que me invade, que me paraliza.
Ya siento mis lágrimas aproximarse, por suerte caerán sobre una pantalla de celular y no sobre una hoja, terminando en manchar y borrar partes de esta; desearía poder borrar esto.
¿Cómo puedes irte así? ¿Cómo pudiste irte? La imagen de tu persona dando un adiós me destroza pero tus últimas palabras fueron cuales cuchillos mortales clavándose. Y mientras mí cuerpo yacia desangrando, observaba borroso como te ibas, sonriendo apenado.
Claro todo esto es metafórico pero emocionalmente me siento muerto. ¿Estaré muerto? ¿Y si me maté y no me dí cuenta?
No, tampoco tanto. Un desamor aflige pero no es suficiente para mí. Sin embargo, los pensamientos no tardaron en gritarme la sugerencia.
Si, un desamor no es suficiente pero no es sólo el hecho en si, es todo lo que encierra y destapa; ahí está todo el cúmulo que culmina en idear sobre suicidarme. Aún así, no haré nada, todo termina en fantasías. ¿Suena preocupante? Lo más preocupante es pensar como lograste ser mí mundo en tan poco tiempo y ahora se desmoronó.
Recuerdo cuando llegué a Boca, recuerda lo desolado que me encontraba, la soledad que me invadía y la tristeza que cargaba. Y en esa tormenta, tu compañía fue el arcoiris que necesitaba ver. Tan hermoso, brillante, esperanzador. Tu felicidad contagiosa, logró hacerme sonreír incluso en mis peores días.
Sin darme cuenta, tu compañía se volvia algo tan necesario. Mis días eran vacíos e incompletos sin vos; eras mí cotidiano y ¿cómo puedo hoy acostumbrarme a otra vida? Si vos me diste el cotidiano más precioso que he tenido.
¿Te acordás los entrenamientos juntos? Las risas, las jodas, las miradas y esos roces de tacto que erizaban la piel, que hacían latir con fuerza mí corazón. Pero claro que esto último no recordaras, pues ha estado guardado en mí hasta hoy.
Todos esos pensamientos y sentimientos estaban guardados, siendo juzgados por considerarlo indebido. ¿Por qué tenía que sentir tanto por vos y ahora en tu ausencia lo comprendo? Y es como me ocurrió con Vélez, entendí tarde aquello que había perdido. Pero orgulloso como soy, no puedo permitir que se vea esto, debo mostrarme distinto y eso también me mata por dentro, es fabricar veneno que luego consumo.
¿Te acordás las concentraciones? Una en particular atesoro, donde ya era tarde y Buffarini no volvía, siendo el mí compañero. Te ofrecí quedarte pero tímidamente y avergonzado rechazabas la propuesta. Quisiste irte y te detuve sosteniendo suavemente tu mano, volví a pedir, casi rogar, que te quedes. Una sonrisa preciosa se dibujaba en tu rostro y en un momento, estabas a mí lado, recostados juntos en esa cama. Todo seguía el curso típico hasta que el cansancio te cayó y el sueño surgió. En otro instante, sentí tu cuerpo casi pegado al mío, con tu cabeza apoyada en mí pecho. Al verte, temí despertarte pues era obvio que dormías así que, feliz pero confundido, decidí dormir así no sin antes rodearte con mí brazo.
La mañana siguiente desperté tan repleto de alegría y al segundo la culpa me golpeó, queriendo casi llorar por pensar en mí esposa e hijos. "Yo no soy esto", "fue un error", entre otros que no tengo ánimos de recordar, menos de plasmar en un escrito que posiblemente me obsesione leyendo y leyendo, agregando y agregando, quitando y quitando.
Volviendo al tema que ya entró: Mí familia. Casado, con hijos, ¿cómo podía ser que yo no era feliz con ellos? Los amaba pero la amargura de esos días que vine a Boca por todo lo que pasó con Vélez, ella no podía apaciguarla. Discusiones, evasiones. Me negaba a hablar porque me sentía en un espiral depresivo del cual no encontraba escape. La culpa recaia sobre mí, tan frustrante, tan patético, tan enfermo. Todo conmigo estaba mal y aún así, tu me enseñabas que no era así.
En mí mente resuenan tus tiernas palabras: "Amo todo de vos". Por alguna razón, esas palabras me abrazaron como la primera vez que mí esposa las pronunció para mí. Y por eso sentí angustia, porque tus palabras me generaban algo similar; tenía miedo de estar enamorado, tenía miedo por lo mal que está.
Y nunca quise admitirlo, ¿por qué? ¿para que? Este secreto solo es nocivo para mí, los demás no salen afectados; soy yo quien muere un poco cada día. O eso creía.
Un día todo cambio y tu sonrisa se apagó. Ya no entrabas al entrenamiento divertido, sonriendo y jodiendo. Entrabas con la cabeza gacha, caminando lento, con dificultad para entrenar. Por momentos llorabas, en otros ni aparecías pues faltabas. Y cada día así, yo buscaba como acompañarte, como hacerte sonreír tal cual tu lograbas conmigo. Pero vos jamás me decías que pasaba, divagar o llorar pero jamás una clara respuesta.
El tiempo pasaba hasta que en un llanto estremecedor de tu boca sonó enardecido: "Me voy". Desesperación, era todo lo que te envolvía y no entendía. Fui tan estúpido por no entender.
Y en esa charla ocurrió, tratando de calmarte quise limpiar tus lágrimas y atrapados en la mirada del otro, empujado por la desesperación, no dudaste en besarme. Nada importaba, este sería nuestro secreto, uno que nos mata a ambos un poco cada día, o tal vez nos mata demasiado. Primero enredado en el beso, disfrutando el mismo aunque era algo que buscaba con gran esfuerzo cada día ignorar; por otro lado, la culpa exaltada me ahogaba y antes de yo pronunciar algo te escucho murmurar: "Perdón por eso, fue una tontería. No quiero meterme en tu relación ni arruinarlo". Yo solo respondí al filo del llanto que te amaba. Si, en un impulso y un filtro roto, mis sentimientos fueron más fuertes. Pero pediste silencio y depositando un suave pero corto beso en mis labios, continuaste entre lágrimas agridulces: "Lo nuestro no puede ser, perdona. Vos seguí con tu familia, los amas y ellos a vos. Yo también te amo".
Quise volver a repetir tales palabras y llorando rogaste que me calle, que no pronuncie más nada. Ese día fue cual una muerte, una muerte que disfrute.

• • • • •


—Por favor, no digas nada, por favor te lo pido —Cristian a cada palabra que pronunciaba se rompía más y más. Los sentimientos exaltados, atormentando, nunca sintió tanto peso encima y peor, nunca pensó que ahora cargaría con uno mayor.
Mauro lo observaba tristemente horrorizado, esperando despertar de algún sueño. Era su realidad, era un momento que en su mente se grabaría y repetiría hasta quemarse él mientras este sigue pasando. Sostuvo las manos del contrario, desesperado por alguna palabra de esperanza, aquellas que siempre sonaban de este. Desesperado por algo que hace tiempo se apagó.

—Kichan, decime que te quedas al menos, decime que es joda todo.

—Ojala te pudiera mentir pero no puedo, me voy, no puedo seguir acá.

—¿Que hay de mí? ¿No soy suficiente?

Negando con la cabeza, Pavón apretó tiernamente las manos de Mauro, estableciendo contacto visual con este. Ambos con sus mejillas mojadas por las lágrimas, los ojos de Cristian ya estaban levemente rojizos, irritados de tantas lágrimas.

—No es suficiente que sigas con tu familia estando conmigo y sabemos que no vas a dejarlos, y tampoco quiero eso.

—¿En qué momento pasó todo esto? ¿Cuando se fue todo a la mierda? —Mauro rogaba enloquecido, frustrado con la existencia misma. Sintió que la vida le regaló el momento más hermoso para castigarlo por disfrutar de ello.

Cristian sonrió amargamente, aceptando esta realidad. No es un cuento donde el amor soluciona todo, Pavón entiende que necesita más que unos sentimientos, y acepta la tristeza que eso genera.

—En el momento en que empezamos a amarnos.

Mauro intentó volver a besarlo pero Cristian rechazó aquél movimiento colocando su mano sobre el rostro ajeno. El llanto del otro empeoró y el cordobés nada más depositó un beso en su mejilla, cercano a la comisura de sus labios. Una tentación enorme, una provocación, y una expresión de "te anhelo pero no es posible". El dolor más grande no fue probar sus labios y luego vivir deseando nuevamente su sabor. No, su dolor más grande recayó en que sin saberlo, esa fue la última vez que iba a verlo. Y el inocente Mauro, luego de ese beso de mejilla, sonrió tierno, creyendo que se trataba de una señal de esperanza, como las que Cristian solía darle.
Y así se mantuvo hasta la noche que supo que ya no estaba en el país, desbordando en un amargo llanto silencioso encerrado en su baño. Aún así, en un extraño estado, sintió una enorme felicidad invadirlo. Entre lágrimas sonrió, observando hacia ningún lugar pero pensando "al menos supe que hubo amo y que lo amo".
Esa fue la única noche donde durmió abrazando no una esperanza, sino la belleza de un amor que pese a no ser, llenó su vida de alegría. La noche atípica y efímera que precede a noches trágicas, pero una noche donde Mauro entendió sus sentimientos y no pudo odiarlos.

× × × ×

Honestamente amé escribir esto. Lo tenía armado hace tiempo, solo me falta escribir lo último.
Es corto y el formato es distinto (una carta y una escena) pero me gustó. Espero también les guste y agradezco el apoyo. <3

love is love // fútbol one-shots (ships)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora