Capítulo 8

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La mañana había llegado hasta el bosque de Nevsnar, un primer rayo de luz fue lo que dio inicio a un nuevo día, Ramlah despertó antes que aquel destello de sol pegara en la copa de los grandes árboles, tal vez se debía a lo acostumbrado que estaba...

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La mañana había llegado hasta el bosque de Nevsnar, un primer rayo de luz fue lo que dio inicio a un nuevo día, Ramlah despertó antes que aquel destello de sol pegara en la copa de los grandes árboles, tal vez se debía a lo acostumbrado que estaba de levantarse antes que el sol, como le era enseñado en Wawel.

Pudo observar a su amiga aun dormida, y por medio del sentido de percibir ondas terrestres leves a cierta distancia también supo que Hanatsu y Lune estaban descansando todavía. Lo único que pensó hacer fue ir a ver el exterior por la entrada de la madriguera y tal vez comer un poco para desayunar, aunque no tenía mucha hambre en realidad, algo extraño en el al ser un zampador profesional, tal vez solo era algo que sería temporal. Con mucho cuidado se retiró de donde estaba, pues junto a él estaba la dulce Misuto, y no quería molestarla para nada ya que su descanso era más que enternecedor como para interrumpírselo a la pequeña vulpina. Y tras avanzar por el corto túnel se encontró con la "sala", o dónde recibir a las visitantes, como era el caso de Ramlah.

—¡Wow! —exclamó el pequeño hormiga león al ver el hermoso bosque aún en penumbras, pero con la tenue luz lunar que había y podía observar la vegetación, la cual segundo a segundo se hacía más brillante, más clara y hermosa, los rayos de luz solar estaban empezando a pegar a las plantas y el suelo en ciertas partes de Nevsnar.

El hermoso espectáculo matutino lo hizo contemplar el amanecer, hasta que por fin era algo más claro el bosque de Nevsnar, un fuerte gruñido, proveniente de su estómago, hizo que recordará que tenía que comer algo, y ese algo eran algunas de las bayas que había traído con él desde su antiguo hogar del cual sorprendentemente fue exiliado apenas ayer. Y con algo de nostalgia, esa comodidad que sentía en el amanecer de un nuevo día, le recordaba al tiempo que pasaba junto su amada, un par de jóvenes en aquella roca, dándose cariño y amándose de manera inocente. El detonante fue ese fulgor matutino, pero a la vez, sentía cierta felicidad pues gracias a Misuto, y a sus padres, se dio cuenta de que en verdad había Pokémon de buen corazón, y no solo codicia y maldad como en Wawel. Y es que el exilio era solo el comienzo de una nueva vida para nuestra joven larva.

—¿Ramlah? —preguntó Hanatsu con cierta curiosidad al ver al pequeño muy atento al bosque— ¿Sucede algo querido? —No, para nada señora Hanatsu —le contestó con un tono más ligero de lo normal—, solo me quede apreciando el bosque. —Oh Ramlah, dime Natsu si gustas —le comentó en un dulce tono—, para abreviar -aclaró soltando unas cuantas risitas. 

—Está bien, Natsu —la nombró avergonzado y con un poco de rubor.

—Dime Ramlah, ¿te gustaría desayunar algo? —le propuso con mucha amabilidad—, soy muy buena con ciertas recetas silvestres.

—No se moleste Natsu —contestó el joven negándose a aceptar esa oferta—, no quiero ser una molestia, comeré algunas bayas que tengo en mi bolsa. 

—Oh tranquilo, no es para nada una molestia —le rectifico con una cálida sonrisa—, si gustas incluso puedo hacerte algo con las bayas que tienes, algo muy delicioso —le volvió a proponer mientras se acercaba a ver el contenido de la bolsa.

Honor de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora