Capítulo XI

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Milo había sido encadenado de nueva cuenta en la bañera, la incomodidad había desaparecido de ese lugar, ya se habían visto desnudos hace unos momentos, ya no tenían nada que ocultar.

–¿Les gusta el vino? –preguntó el francés.

–Si –dijeron los otros tres.

–Traeré una botella, esperen aquí.

Camus se levantó, colocó la toalla en sus caderas y se fue a la cocina. Shura lo imitó.

–Debiste haber esperado allá en la bañera, yo llevaría todo –dijo sin mirar al capricornio.

–Solo quería saber una cosa... –Cruzó los brazos– ¿Por qué tienes a Milo secuestrado aquí?

–No es de tu incumbencia.

–Claro que lo es. Me trajiste aquí por eso.

–No es motivo suficiente. Puedes irte si quieres, pero si dices una palabra, te mataré.

–No me iré hasta que me digas la razón por la que encerraste a Milo aquí.

–Lárgate.

–No. Me quedaré aquí.

–Haz lo que quieras.

–Si estoy aquí... probablemente pueda enamorar a Milo y tomarl-

Un cuchillo fue colocado en su garganta.

–No te atrevas, ni siquiera a acercarte –Lo miró con ira–, no sabes de lo que soy capaz...

–Sí. Sé de lo que eres capaz, y sé también que a pesar de toda la inteligencia que presumes tener, cuando hablas de Milo te vuelves un completo estúpido.

–¿Qué?

–Sólo necesitaba asegurarme de estar en lo correcto y al parecer así era. Tienes a Milo aquí para intentar conquistarlo.

Camus lo meditó un poco, y presionó más el cuchillo.

–Si, ¿Y?

–De esa manera no se conquista a las personas.

–Cada uno enamora como quiere, ¿no? –Quitó el cuchillo– Cuando se termine el baño te irás, pero ten cuidado, a la primera palabra que digas sobre el paradero de Milo te cortaré el cuello.

–Bien, me iré. –Sonrió con burla– Milo y tú ya son adultos, dos dultos jugando como niños. Quiero ver hasta donde llega tu locura, Camus.

–Hasta donde sea necesario para lograr que Milo me ame, así deba destruir todo el Santuario.

–No lo dudo. Bueno, volveré a la bañera.

Shura salió de la cocina, satisfecho, esa poca información que le había brindado Camus era de suma importancia. Así como es el español, podríamos pensar dos cosas: se lo diría al Patriarca o no le tomaría importancia, pero gracias a la locura de Camus y al haberlo encerrado pudo conocer los sentimientos de Afrodita hacia él y consiguió el mejor sexo de su vida, así que se sentía en deuda con el francés.

El galo llevó dos botellas de vino y cuatro copas a la bañera, abrió una de las botellas y sirvió un poco en cada copa. Después entregó una a cada chico.

–Ya que Camus me ha entregado esta copa de vino –dijo Shura levantando su copa–, quiero hacer una confesión.

–¿Ah si? –Camus sudó frío.

–Si. –Volteó a ver al doceavo guardián– Afrodita, hace mucho tiempo que he querido pronunciar estas palabras y ahora que tengo el conocimiento de tus sentimientos hacia mí... no puedo esperar más. Afrodita de Piscis, la flor más bella de todo el jardín, ¿Te gustaría ser mi novio?

Parece que Shura realmente se dejó guiar por su emoción oculta, olvidó el momento y la situación en la que se encontraban, solo para declararse a su gran amor. Romántico.

El sueco tiró su copa en el agua, un color carmesí se apoderó de su rostro al mismo tiempo que una mueca de felicidad. Se abalanzó hacia el español, lo abrazó y lo besó.

–¡Sí! ¡Sí quiero! ¡Te amo, Shura!

El capricornio se limitó a aceptar los besos de Afrodita y a sonreír momentáneamente, mientras Milo los miraba alegrado y Camus...

–Vaya, Afrodita. Finalmente lo conseguiste. Shura, te encargo a mi amigo, si le rompes el corazón te partiré la cara.

–Vale, vale. Cuidaré su corazón con mi vida.

–Bien. Voy por su cambio de ropa, prepararé una comida especial para ustedes, esto debe celebrarse.

Abandonó nuevamente la habitación, dirigiéndose a su recámara.

Se sentó en la cama. Sus lágrimas comenzaron a salir... pero no hubo sonido, ninguna palabra... sólo dejó que las pequeñas gotitas de agua salada escaparan de sus ojos sin cesar, sin compasión. Subió sus pies a la cama, abrazó fuertemente sus rodillas y continuó.

Él nunca había dudado de alguno de sus planes, pero en este, probablemente Shura tenía razón, así no se conquista a alguien.

–Camus...

–¿Si, Dita?

–No llores...

–No lo hacía.

–No puedes mentirme, Cam.

–Hm... –Suspiró– Nunca resultará.

–¿Por qué no lo dejas ir?

–Es simple, por miedo.

–No pasa nada, no creo que sea capaz de...

–Lo drogué y obligué a que tuviera sexo conmigo –interrumpió el francés–, eso es suficiente...

–Pero Milo te quiere mucho, no haría nada que te hiciera daño...

–No. Ya no me quiere. Lo sé. Lo vi en sus ojos. No ha intentado escapar por miedo a mí, o quizás piensa que estoy jugando. Así nunca se enamorará.

–Bueno, pero...

–Ya basta, Dita. Solo... vine a imaginar que yo era tú y que Shura era Milo. Es todo. De todas formas no quiero liberarlo, tengo miedo que se aleje de mí.

–No tendrá sentido nada de lo que te diga. Bien, Cam, sigue adelante con tu plan. Veremos cómo sale. -Besó su mejilla y se fue.

–¿Adelante...? Agh... Soy un idiota.

Camus se levantó y llevó los cambios de ropa a todos, posteriormente regresó a la cocina e hizo un maravilloso bufete sueco-español que dejó un buen sabor de boca a sus comensales.



Milo no lo había notado... La comida de Camus te hacía sentir maravillas mientras comías... te hacía sentir amor puro...












¡Secuestrado en la Casa de Acuario!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora