Capítulo VII

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–¡¿Qué hace Shura aquí?!

–Nada, cariño, nada. Ve a sentarte.

–Pero...

–¡Siéntate dije!

–Claro... –Se sentó en la cama y Camus comenzó a colocar nuevamente los grilletes.

–¿Claro qué?

–Claro, amor –El francés terminó de poner las cadenas.

–Bien, mi amado Milo –Le dio un pequeño beso–. Espera aquí, volveré en un instante.

El griego comenzaba a preguntarse a dónde iba Camus siempre que desaparecía, no llevaba mucho tiempo allí, aproximadamente dos o tres días según su cuenta, pero parecía una eternidad y estaba comenzando a aceptar su "nueva vida".

–Mn... ¿D-Dónde estoy? –dijo sobando su cabeza.

–Qué bueno verte, Shura, comenzaba a sentirme solito –Hizo un puchero.

–¿Milo?

–Hola –Saludó sonriente.

–¿Dónde habías estado? ¿Dónde estamos? ¿Por qué...?

–Calla. No puedo responderte, porque no lo sé –Aunque sí sabía dónde estaban, no lo iba a decir... por alguna razón–. ¿Qué fue lo que hiciste, Shura?

–¿Sobre qué?

–Debiste hacer algo como para que Camus te trajera aquí.

–Ah –Se estiró–. Simplemente lo descubrí.

–Ya veo... –Milo rascó su nuca.

–Supongo que me trajo para eliminarme, por atraparlo.

–No lo creo –habló con seguridad–, Camus no sería capaz de asesinarte a menos que lo hagas enfadar, ya sabes lo que pasó con Angelo, tal vez... te trajo por temor. Es todo.

–Buen punto... –Suspiró– Pero bueno, ya es hora de irme –Se levantó e intentó romper las cadenas– ¿Pero qué mier...?

–Sí, te enteraste. Este cuarto no permite usar nuestro cosmo y aunque tengamos fuerza física, tanto las cadenas como los muros son indestructibles.

–Tiene que ser una joda... –Tiró de las cadenas una última vez.

–Lo intenté un buen rato, y sé un resto, a pesar de mi poco tiempo aquí.

–Hm –Se sentó –, así que ahora debo estar aquí hasta que quiera.

–Así es.

–No me agrada la idea.

–A Camus no le importa.

–Como sea –Suspiró.

El francés llevaba rato sentado en las escaleras de su templo, pensando en qué haría ahora, Shura estaba en su templo, con Milo; el problema se había hecho más grande, y todo por su actuar tan infantil.

Se decidió a ir a Capricornio, ahora no debía vestir a uno, si no a dos caballeros, cuyas casas afortunadamente están "cerca" de su templo.

Descendía las escaleras mientras pensaba. Quizás sería fácil ocultar la desaparición de Shura, si no inventaba una excusa, probablemente podría hacerlo.

Al llegar al décimo templo, hizo una maniobra para abrir la puerta del cuarto de Shura (aprendida de Death Mask antes de su intento de asesinato), y entró. Se maravilló al encontrar una habitación perfectamente ordenada, algo que le ayudó a encontrar rápidamente la ropa del español, además de un organizador de prendas que indicaba combinaciones de ropa para cada día de la semana; aunque ellos usaban su armadura casi todo en tiempo, Shura también tenía clasificada la ropa que usa debajo de la armadura.

Era un verdadero perfeccionista, cualquiera se daría cuenta de las horas que tardó el capricornio para hacer tales organizaciones. Dejando eso de lado, Camus no quería arruinar su perfección, así que tomó las prendas pertenecientes al día en que estaban.

Regresó a Acuario, preparó ahora tres comidas, era medio día, y su amado Milo no había probado bocado.

Abrió de nueva cuenta la puerta secreta, y se adentró en el túnel hasta llegar al cuarto en el que estaba su adorado escorpión.

–¡Ya volví, amor!

–¿Amor? –El español arqueó una ceja.

–Así es como nos llamamos Camus y yo.

–Ah, ya estás despierto, Shura. Qué buena noticia. He traído comida. –Les entregó un plato con alimentos diferentes a cada uno y al capricornio le entregó su ropa– Cámbiate.

–Gracias, amor –dijo Milo.

–¿Esto se come en Francia?

–No. Pero lo vi en tu cuarto, es lo que comes, ¿no?

–¿Entraste en mi habitación?

–No podrías ponerte mi ropa.

El español guardó silencio unos segundos, antes de suspirar.

–Gracias... supongo.

–De nada –respondió cínicamente–. Te dejaré vestir –dijo, y le quitó los grilletes.

–Mucho mejor –Shura se levantó e intentó golpear a Camus, pero este último evitó el ataque y sacó una daga de su pantalón para luego colocarla en el cuello del español.

–Escúchame bien, Shura –Lo miró fríamente–. Si no te he asesinado es porque te tengo un gran aprecio, no hagas que tire ese afecto por la borda y termine haciendo algo que no quiero. Limítate a realizar lo que te ordeno, ¿entendiste?

–S-Si.

–Bien. –Soltó a Shura y acomodó su ropa– Amor, saldré otra vez, lamento irme tan pronto, pero debo hacer algunas cosas, y tú –Señaló al español– vístete mientras no estoy.

Otra vez, solos. El caballero de la décima casa estaba sorprendido, nunca había visto al francés amenazar a alguien de una manera tan directa, fría y firme, pero no suficiente para intimidarle, según él. Shura se cambió de ropa, y posteriormente comió junto a Milo.

Mientras tanto, Camus estaba sentado fuera de su templo, esperando a que la droga colocada en la comida de Milo hiciera efecto en su organismo.








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