Capítulo XIII

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Eran aproximadamente las 10:00 am y el pontífice mandó llamar a Camus para informarle que pronto partiría rumbo a Siberia. Pero como sabemos, este último no quería ir.

El de cabellos aguamarina daba vueltas por todo su templo, tratando de idear una excusa para no asistir. Había inventado ya varias para ocultar secuestros, no sería difícil, ¿o si?

Pues sí, era difícil. Nadie podía negarse a las órdenes del Patriarca y el francés ya se estaba poniendo nervioso. Pero no había de otra, tenía que ir; él era el único que conocía Siberia, el que soportaba más el frío y al que habían mandado.

Fue a su habitación para quitarse su armadura y bajó al cuarto en el que se encontraba Milo, lento, con desgano, solo contaba con escasas tres horas para recoger sus cosas y... para "despedirse" de su amado. Se paró en frente de la puerta, quitó su rostro de tristeza e intentó poner uno de felicidad, lo más fingida que pudo. Entró.

–¡Hola, mi amado Milo!

–¡Amor! –El griego quizo lanzarse hacia Camus pero las cadenas (que no debemos olvidar) se lo impidieron.

Un sorpresivo beso fue la respuesta del galo. Milo se sobresaltó, no esperaba eso, pero correspondió al contacto.

El francés retiró con desespero las cadenas y literalmente arrancó la ropa del escorpión, algo que estaba asustando al octavo guardián, pues Camus siempre disfruta del sexo, con lentitud, paciencia, y sobretodo amor... "¿Pero qué estás pensando, Milo?", se dijo. De cualquier forma, el acuario estaba actuando extraño. Así que lo detuvo.

–¿Qué te ocurre? –Lo sostuvo por los hombros.

–N-Nada –dijo entrecortado. Su respiración estaba demasiado agitada–, ¿Por qué?

–Estás haciéndolo demasiado rápido, y tú no eres así.

–Yo... –Mordió su labio inferior.

–Cariño, ¿Tienes algo?

–No amor. Sólo que ya quiero estar contigo, no aguanto más.

–Si, pero aunque ya tengas deseo, siempre lo disfrutas... –¿Qué había dicho?

–Lo sé... –No quería explicar. No quería decir lo que iba a pasar, a dónde se iba a ir. Él sentía que ya estaba ganando el amor de Milo, pero irse representaría el riesgo de perder lo que había ganado– perdón.

–Ya... vamos a hacerlo. Pero con calma, ¿Si?

El francés asistió. Nuevamente se inició un beso, pero esta vez lento, suave, dulce. Milo retiró las prendas rasgadas que traía puestas, hizo lo mismo con las del galo, besaba delicadamente la hermosa piel blanca que ahora le pertenecía.

Las caricias del escorpión causaban leves espasmos en su amante, al igual que las mordidas en los rosados pezones de Camus. No hubo necesidad de estimular el miembro del acuariano, pues el simple aroma del griego le excitaba.

Milo abrió un pequeño frasco de lubricante, tomó un poco del contenido y comenzó a dilatar a su amado francés. La espalda del galo se arqueaba ligeramente al tiempo que recitaba con dificultad el nombre del griego.

Finalmente, el sexo del Escorpio fue introducido en Camus. Esperó.  Con un movimiento de caderas el Acuario indicó a Milo que era tiempo de moverse, y así lo hizo. Dio inicio a una serie de embestidas leves, mientras lamía el cuello del francés.

–Te amo –susurró Camus–, no sabes cuánto te amo.

"No puedo responderte, no aún", eso fue lo que pensó Milo pero no dijo nada. Sin embargo, el galo tomó su silencio como un 'yo no', algo que lo hizo soltar una lágrima.

¡Secuestrado en la Casa de Acuario!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora