CAPITULO DIECINUEVE

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De nuevo ese hombre a su alrededor.

Era el único que conseguía que viera rojo.

Se acercó hasta Kara, la puso una mano en la cintura, por lo que ella levanto el rostro, esperando saber que estaba pasando para tal contacto y el aprovecho para tomarla la boca.

Al principio era una táctica vacía para alejar al mequetrefe, y ni lo estaba sintiendo, hasta que le noto retirarse, entonces estuvo perdido, relajo la postura y cambio su atención, hacia la suavidad de la lengua femenina que le estaba acariciando sus labios.

Los brazos femeninos le atrajeron más sobre ella, haciéndole pegarse, sintiendo como sus piernas contactaban con las de él. Como su tórax se inclinaba sobre ella...esa suavidad y tibieza.

Abriendo la boca, profundizando el beso, quedándose sin aire por la urgente necesidad de estar más dentro de ella.

Sintiendo como su masculinidad se inflamaba nuevamente en un aviso tácito de llegar a un lugar peligroso.

Unas risillas, le indicaron que no era, ni el lugar ni el sitio apropiado.

Rompió el contacto, pero incapaz de soltarla aun, así que escondió su cara en el hueco de su cuello-

*-Perdóname...

Ella tenía la respiración tan agitada como él.

*-¿Por qué debería?

*-Esto...

*-Quien te dice que yo no lo quería.

Eso le enardeció más que cualquier ofrecimiento femenino anterior que hubiera tenido.

Enloqueció, eso seguro.

La empujó haciéndola retroceder sobre sus pasos a la primera habitación que encontró en aquel pasillo, que resultó ser su despacho, maldición y mil veces maldición.

Cerro la puerta tras de el al tiempo que la seguía besando, la necesitaba, en ese momento, en ese lugar, sin importar que pasara después.

La besaba con frenesí, en la boca, en el rostro, sin dejarla respirar, aunque tampoco sofocarse.

Sintió como las piernas femeninas chocaban contra el escritorio que presidia la estancia.

Pequeño pensó, esa superficie era pequeña para poseerla.

Ella le quitaba la chaqueta al tiempo que el intentaba deshacer los nudos del corpiño, aunque estaba pensando en cortarlos y mandar toda precaución al traste.

Un movimiento a su izquierda en dirección a la puerta, le hizo saltar hacia atrás, dejando a Kara un tanto desorientada, aunque no tardo en armarse con un abrecartas que había en el escritorio.

*-Lo sentimos, nosotros no queríamos interrumpir, estábamos aquí antes de que ustedes entraran.

Dos de sus consejeros menores, habían estado sentados en los butacones a la espera de que el apareciera para solucionar algunos temas.

Si no le doliera tanto o si fuera otro quien estuviera en su situación, se habría reído, pero no así, cuando Kara salió a la carrera, con el rostro rojo y las manos tapando los estrago de su momento de locura.

Y de repenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora