Desde que el mozo había entrado en el salón a la carrera, para explicar de la mejor forma posible, la rara situación del señor y sus compañeros, ella no había apenas respirado.
Como soldado, se enfrentaba a una situación compleja que una mente hábil había pre-pensado.
Hábil y maligna, pues iba pasos por delante de ellos, pensando cómo hacer el mayor daño posible.
Como mujer, estaba muy angustiada.
En ese pabellón, estaban varios hombres; algunos buenos soldados que no se merecían esa suerte.
El maestro, uno de los pocos hombres que había creído en ella, que la había apoyado en su crecimiento como soldado o mujer de armas, adiestrándola lo mejor posible.
También estaba su querido hermano mayor, que durante toda la vida, la había cuidado y la había hecho la vida imposible a partes iguales, además de ser su pañuelo de lágrimas, ya que nadie más podía verlas debido al camino que había escogido.
Y el regente, el hombre que gobernaba sus vidas de la mejor forma posible, el amigo de toda su vida, bastante magnánimo con sus congéneres y el único hombre del que había estado prendada toda su vida, motivo de su decisión de convertirse en uno más de la pandilla.
Mientras cabalgaba todo lo rápido que le permitía su caballo en dirección al pabellón, la dolía el pecho ante la posibilidad de que lo peor pasara, pero no podía, ni tenia permitido mostrarse como el resto de mujeres, temerosas y temblorosas, así que no la quedaba de otro que aplanar su cuerpo contra el de su caballo para procurar una menor fricción contra el aire que les permitiera arrancar segundos al tiempo, mientras rogaba por lo bajo.
Sabía que ya había perdido a los hombres que cabalgaban con ella, pues oía sus voces metros atrás, mientras que saltaba los muretes de piedra, pero si tenía una posibilidad de llegar antes de que nada pasara....
Driblando un árbol enorme, consiguió ver el pabellón, estaba cercado por bastantes soldados y hombres del campo que estaban allí para trabajar en las labores de escisión del fuego, si llegaba el caso.
Apenas paro el caballo un soldado se acercó a recogerla las riendas y el capitán de la guarnición se acercó, haciéndola una pequeña reverencia con la cabeza.
*-Como esta todo? Y los hombres de dentro?
*-No sabemos realmente a que estamos esperando o que tenemos entre manos señora...
En ese momento paso todo a la vez.
Los soldados que la seguían llegaron provocando un liguero alboroto, ella percibió volar algo en dirección al pabellón y la explosión del mismo hizo que se callera al suelo por la onda expansiva.
*-Noooooooooooooooo
La dolían los oídos, así que se llevó las manos a las orejas, tapándoselas al tiempo que gritaba todo lo que podía para ser oída.
*-Rápido rápido apaguen ese fuego, todos, ya, encuentren a los hombres.
El capitán que la ayudaba a sostenerse hacia aspavientos con los brazos para dar más efusividad a las palabras de la señora.
Con los ojos cerrados sujetaba su cabeza en un intento de oir sus propios pensamientos.
Si Liam estuviera fuera....
*-Capitán, mándeme al mejor rastreador que haya aquí ahora.
El hombre salió a la carrera y en menos de un minuto un hombre estuvo delante de la señora.
*-Usted no es un soldado.
*-No señora pero soy el oteador del regente, ninguna huella se me escapara.
Ella asintió y se le acercó para cuchichearle al oído una serie de palabras que el hombre acepto con un movimiento de cabeza, al tiempo que apretaba sus labios.
Paso más de media hora antes de que el incendio estuviera lo suficientemente controlado como para aventarse en él.
*-Señora, hemos encontrado a los hombres.
*-Preparen todo para trasladarlos a la mansión.
Y ella se arrancó la parte de su vestuario que la convertía en mujer para avanzar entre esa destrucción, pero por dentro, era más mujer que nunca.