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Fernanda se acercó a la mesa de piedra. El arma seguía abandonada allí y nadie parecía estar poniendo atención. Cuando la tomó notó varias cosas. Era muy ligera, fría al tacto y tenía varios agujeros, lo que solo la hacía más parecida a una bola de boliche, sin embargo, no era tan grande como una de esas. Alzó la mirada, el escenario frente a ella era tan hermoso como horrible. Elliot parecía estar debatiéndose entre la vida y la muerte. Aziza lo tenía aferrado en su regazo y aunque no lloraba, ni mostraba mayor expresión, el solo verla transmitía dolor, pena y tristeza.

Lo mismo pasaba con las otras tres hadas. Keveth y Teus, arrodillados en una especie de minuto de silencio, mientras pétalos color rosa pálido volaban en el aire, alejándose por las aberturas de la bóveda de los lamentos. Dentory, arrodillado también, frente a un arbusto de espinas, en el mismo silencio casi ceremonial. De pronto todo se detuvo.

Fernanda contuvo una exclamación, mientras apreciaba los pétalos detenidos en el aire, sin moverse en ninguna dirección. Elliot quedó suspendido en otro jadeo, las cuatro hadas congeladas en sus despedidas; un aplauso lento y parsimonioso viajó por toda la bóveda y de entre las sombra apareció una figura.

Era Walden. Lucia radiante. En traje y corbata, desprendiendo un aroma cítrico embriagador. Se acercó hasta la mesa de piedra y contempló la escena. Permanecieron unos segundos en silencio, hasta que fue él quien habló primero.

—¿Cómo se siente? ¿Haber vencido? —Fernanda no contestó de inmediato, tenía tantas dudas, e incluso, empezó a sentir miedo. ¿Por qué estaban todos congelados menos ellos dos? ¿Quién era Walden y que quería?

—No lo sé. No parece una victoria, no mía. Las coronas las mataron.

—No hablo de eso —Walden señaló a Elliot—. La verdadera batalla fue entre tú y Elliot. Ahí venciste tú junto con los tuyos. Buen trabajo en equipo, debo decir. Lo de Beth y Eliza, bueno, me parece que eso es daño colateral. Veras, para que se alcen los nuevos reyes, las viejas debían perecer.

—¿Nuevos reyes? —Walden la miró, todo sonrisa y elegancia.

—Por supuesto. Aunque técnicamente no hay una regla que diga que deben ser varios reyes. Quiero decir, mira: hay dos coronas, dos reinos sin monarca y solo tu estas en pie. La corona de las espinas parece tener un candidato, pero ¿quién le va a coronar si la corona de las Espinas permanece en poder de enemigos?

—¿Qué me estas sugiriendo? —preguntó ella medio enfadada, el arma aferrada entre sus manos.

—Absolutamente nada. Te estoy ofreciendo una visual de los hechos. Digámoslo así, te estoy ofreciendo perspectiva. Desde que llegaste a Daha Keveth te estuvo guiando en una senda hacia la corona; hacia la corona de las Flores, pero ¿y si unificas los reinos? ¿Y si te conviertes en la reina absoluta de Daha y Adah? Por supuesto, deberías borrar a Elliot del mapa para eso, quizás destruir también la corona de las Espinas. Aunque por otro lado, podrías darle a Elliot lo que parece que le corresponde. Su corona, su reino, quizás acordar una paz entre Flores y Espinas. No sería la primera vez.

—Tú planeaste todo esto.

—Sí y no. Solo moví algunas fichas, dejé caer comentarios en los lugares precisos.

—Nos hiciste venir a este bosque.

—Correcto, pero el resultado no dependía de mí. Siempre ha dependido de Elliot y de ti. Parece que ahora depende de ti. Y te sugiero que lo pienses rápido.

—¿Quién eres? —Se miraron un instante, entonces él susurró.

—Nos volveremos a ver. Pero antes una cosa más. Te voy a dar un pequeño regalo. La clave para que destruyas esa arma y no pueda ser utilizada contra ningún hada.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora