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La pastelería estaba a rebosar de clientes, lo cual cualquiera consideraría como algo bueno, pero Fernanda tenía la ligera certeza de que no lo era. En primera instancia porque la mayoría de sus clientes eran hombres que rondaban entre los veinticinco y veintiséis años y en segunda porque muy pocos de ellos iban en realidad a comprar. La mayoría de ellos solo pasaban por el local, daban vueltas por el frente de las vitrinas, preguntabas los precios de los pasteles, y siempre miraban de forma rara a Fernanda.

Aunque el termino: forma rara, lo usaba solo porque no quería usar el correcto, el cual según Mili su empleada y amiga más cercana, en realidad era: te miran con deseo. Mili estaba en lo cierto, así la miraban. Cuando preguntaban la primera cosa que les venía a la mente, sus rostros mutaban a esa forma extraña en que los hombres suelen cambiar la mueca del rostro cuando quieren ligar, eso sin contar con que siempre dirigían sus preguntas a Fernanda e ignoraban a Mili que estaba tras la caja registradora.

Fernanda intentaba ser todo lo amable que podía, pero a veces se exasperaba. Lo único que deseaba era que compraran los pasteles y se largaran, sin tener que pasar por todo el proceso de conquista fallida, porque lo que era ella no estaba interesada en empezar ningún tipo de relación con nadie. Sobre todo cuando se hallaba a tan poco tiempo de cerrar un contrato de compra venta para adquirir su departamento. Soltó un suspiro, había dejado a Mili a cargo de atender a los clientes mientras ella permanecía en la trastienda haciendo cup cakes.

No quería seguir lidiando con aquellos hombres y tampoco quería ahondar en porqué había tantos hombres a su alrededor. Porque la cosa no se limitaba solo a la pastelería. Cuando andaba por la calle, entraba alguna tienda o subía a algún colectivo, los hombres siempre se volteaban a mirarla, pero lo hacían de forma muy frontal, lo que usualmente provocaba que otras personas miraran y se rieran. Incluso su otro empleado, el chico que las ayudaba en la trastienda, había intentado avances amorosos, y luego de la quinta vez en que lo rechazó, Fer no tuvo otra opción que despedirlo.

Se pasó un paño por la frente cuando terminó de rellenar los capacillos con la masa. Se volvió hacia el horno y metió la bandeja en el interior, estaba cerrándolo cuando Mili entró con una mueca de disculpa en el rostro. Fer supo de inmediato lo que iba a decirle antes de que lo hiciera.

—Lo siento, pero hay un cliente que insiste en que lo atiendas. Le dije que estabas ocupada, pero dijo que esperaría lo que tuviera que esperar.

Fer cerró los ojos y se frotó la frente. En el fondo de su cabeza había una vocecita gritándole que todo aquello era inusual, que ella no era Gigi Hadid para desatar tanta atención, nunca lo había sido, o al menos le gustaba pensar que era lo suficientemente agraciada como para atraer una o incluso dos miradas al día, ¿pero eso? ¿Ese aluvión incontrolable de miradas y atención? Eso no era normal. Sin embargo silenció a esa vocecita, porque no quería perder el tiempo en preguntas y dudas cuya respuesta se hallaba incapaz de responder.

—Está bien, iré en un minuto.

Mili asintió. Aquel día llevaba una playera en cuyo frente se leía Bazinga, el cabello teñido de rubio lo tenía retorcido en la parte superior de la cabeza, pero antes de regresar a la tienda, dijo.

—Lo siento, pero tengo que preguntar. ¿Cuándo me dirás tu secreto? —Fer contuvo una sonrisa, la chica había tardo mucho en preguntarlo.

—No hay ningún secreto. —Mili pensó unos instantes antes de decir.

—¿Segura? Es que... no me malinterprete jefecita, tienes tus encantos, pero no recuerdo que antes fuera así. —Fer soltó un suspiro.

—Seguro, Mili. No tengo ningún secreto, ni he hecho ningún pacto de ninguna clase. Los hombres se volvieron locos, eso es lo que pasa. ¿Por qué preguntas? Pensé que eras agente libre hasta que se presentara en tu vida tu alma gemela friki. —Mili ladeó una sonrisa.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora