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Fhaninda


Los reyes pronunciaron sus votos frente a sus invitados. Sus invitados eran sus cortes, algunas hadas cercanas que fueron conociendo en el camino desde que eran humanos hasta ese momento y algún uno que otro que fue llevado por extensión de los asistentes presentes por una invitación directa de alguno de los reyes.

Las bodas no eran cosa común en el reino de las hadas. Las fiestas por otro lado sí, y aunque en ocasiones hacían ceremonias que unían a dos hadas, eso era distinto a lo que la palabra matrimonio englobaba. Se podía sentir en el ambiente, entre las notas de los músicos invitados, entre las voces de conversaciones que pululaban la sala de audiencias del castillo en el centro del bosque de los lamentos.

Flotaba en el aire un sentimiento de cambio, de comienzo. Los reyes usaban sus coronas y luego de decir sus votos, la fiesta se reanudó. Se integraron a la fiesta y caminaron entre los invitados ofreciendo comentarios casuales a cuantos podían. En cuanto le fue posible, Fhaninda se acercó a Keveth y Doriat que bebían juntos. Ella tomó la copa de Keveth de sus manos y se la bebió de un tirón.

—¿Todo bien? —preguntó Keveth cuando ella le devolvió la copa vacía, él tenía una ceja alzada.

—Podría decirse. —Fhaninda miró en derredor. El rey Thios conversaba con unos antiguos de Flores—. Cuando se convirtieron en hadas, ¿sintieron en algún momento como si algo les estuviera oprimiendo el pecho? —Al decir eso tomó la copa de Doriat y se la bebió también de un tirón. Keveth y Doriat intercambiaron una mirada.

—Si —contestó Keveth—. Son tus emociones. Están descontroladas. Si no las controlas puede ser peligroso. Tienes que hacerlas a un lado y quedarte con una sola.

—No entiendo. —Ella cerró la mano en un puño, fue Doriat quien le contestó.

—Una vez te dije que Keveth había escogido esa personalidad amarga que tiene, ¿recuerdas? —El mencionado alzó una ceja, al tiempo que se defendía diciendo.

—Yo no diría amarga, soy distante. Eso es diferente y se escucha mejor. —Doriat agitó la mano en su dirección demostrando con eso lo que pensaba de su defensa.

—Tienes que centrarte en una sola cosa. Las demás no van a desaparecer pero se van a minimizar. Podemos ayudarte, si lo necesitas.

—¿Cómo podrían ayudarme? —Doriat la tomó por una mano, Keveth de la otra. Doriat la miró a los ojos.

—Visualiza todo lo que estas sintiendo. Mira si hay algo que resalte más que el resto, cuando lo encuentres concéntrate en eso y cuenta hasta diez. Luego cierras los ojos, te imaginas esa sensación envolviéndote y cuando los vuelvas a abrir, esa opresión en el pecho ya no estará.

Ella asintió y luego hizo lo que Doriat le dijo. Se imaginó una hilera de sillas, y sobre cada una había diferentes objetos. Un corazón, una llama roja y enardecida, una flor, un vaso con agua, una roca, un arbusto de espinas y por ultimo una corona de oro blanco. Se imaginó caminado hacia las sillas, pasando las manos por encima de los objetos y al llegar a la corona recordó el nombre real del rey Thios. Elliot. Tomó la corona y se la puso sobre la cabeza. Contó hasta diez. Al llegar al último número abrió los ojos. Ya no sentía la opresión del pecho, ya no sentía preocupación alguna. Se sentía en su lugar poderosa, importante, segura.

—¿Mejor? —preguntó Doriat, ella miró su copa vacía.

—Haz que te rellenen eso. —Se soltó del agarre de ambos y les dijo antes de alejarse de ellos—. Gracias por los tragos.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora